viernes, 30 de marzo de 2007

La familia de Sáinz de Andino

(En homenaje al Colegio de su nombre)

No existe todavía un verdadero biógrafo de Pedro Sáinz de Andino, el ilustre autor del Código de Comercio y promotor de tantas insignes empresas mercantiles y jurídicas. Esta desproporción entre las escasas noticias de su persona y la enorme importancia de su obra es, como dice el exministro Don Jesús Rubio, “extrema y extraña”. Deseoso de remediar en lo posible dicha laguna, Rubio, en su obra Sáinz de Andino y la codificación mercantil (Madrid, 1950), recogió algunos datos del jurista y de sus familiares, tomados fundamentalmente de la Información de Hidalguía, etc., para el ingreso de Don Pedro en la Orden de Carlos III. Hemos querido perfeccionar la tarea, aportando nuevas noticias relativas a la estirpe del jurista alcalaíno, para lo que nos han servido, sobre todo, las referencias halladas en los expedientes alcalaínos en el Archivo de la Curia Diocesana de Cádiz, relativos a Rufino (1801) y Juan de Andino (1783).
Contra lo que dice Rubio, el abuelo de Sáinz de Andino no contrajo matrimonio en Cádiz, sino en Bornos (véase partida de bautismo del hijo Juan). Después de la boda se estableció en Ubrique, donde nació su hijo Rufino, y luego en Medina Sidonia, donde nació el 8 de febrero de 1759 su segundogénito Juan es mayor que Rufino. Juan, bautizado el siguiente día 10 (libro 25, folio 65). Seguramente ya nacida también la hija María (de la que se sabe ahora por vez primera y que casaría con Julián Japón, natural de la Puebla de Coria), pasó a Alcalá de los Gazules hacia 1777. En Alcalá figura la defunción del abuelo de nuestro jurista, al libro 7, folio 32 vuelto, el 6 de noviembre de 1785, habiendo testado el anterior día 2, ante don Gaspar Troyano, escribano del Cabildo y público de la villa, y nombrado herederos a sus hijos. Expresamente declara no tener bienes propios, ni de su mujer, sino sólo gananciales. La viuda, doña Petronila Pinceti, casó en segundas nupcias con don Pablo Villoslada, y falleció en 1797, dejando también su herencia a los tres citados hijos (libro 7, folio 180 vuelto).
Juan de Andino y Pinceti tuvo sus dificultades para casarse –como al fin lo logró- con la alcalaína Isabel Álvarez Sánchez, en cuyos trámites firman los padres de los contrayentes otorgando su permiso. Por cierto que el padre de la novia era Antonio Álvarez del Cristo, apellido que se relaciona tradicionalmente con el cortijo del Saltillo o del Cristo, y con la estirpe del célebre Mendizábal (don Juan Álvarez Méndez).
Rufino, el padre de nuestro ilustre paisano, casó dos veces. La primera, el 28 de abril de 1784 (libro 13, folio 21), en Alcalá y con la alcalaína doña Elvira Álvarez Sánchez, que a pesar de la identidad de apellidos, no es hermana de la citada doña Isabel, pues aquella era hija de los también alcalaínos don Pedro Bernardo de Álvarez Vitorino y doña Francisca Sánchez López Daza. Los Álvarez Vitorino fueron hidalgos, como consta, por ejemplo, en la excepción de alistamiento el año 1782 de don Sebastián, hijo de don Pedro Bernardo y hermano de doña Elvira. Tenían casa en la calle de los Pozos, y debe rectificarse la afirmación de Rubio de que era una “modestísima familia labradora”. Rubio ha confundido personas, pues los que da por padres de doña Elvira son sus abuelos: Pedro Álvarez Terón y doña María de Oliva, los cuales sí eran trabajadores modestos. Pero los padres de doña Elvira eran ricos, con labranza y ganadería de envergadura, como consta por la partición de bienes al fallecimiento de la madre, doña Francisca, en la que entraron a la herencia cinco hijos, recibiendo cada uno un lote apreciable. (Escritura ante el escribano de Alcalá don Rafael González de Lora, el 4 de Septiembre de 1808).
Don Rufino fue diputado del Pósito Común de Alcalá en 1789.
Del matrimonio de Rufino con Elvira nació el jurisconsulto don Pedro Sáinz de Andino y Álvarez. Pero fallecida su madre el 23 de octubre de 1800 en Puerto Real (a donde se trasladó el matrimonio en 1791), el viudo contrajo nuevas nupcias con doña María Gómez y Farfán de los Godos, natural de Lora del Rio y viuda a su vez de don Pedro Moreno, el cual había fallecido en Alcalá de los Gazules. Es curioso el dato de que ambos consortes premuertos lo fueron en la epidemia de fiebre amarilla de 1800, sí bien uno en Puerto Real y otro en Alcalá; también lo es la noticia marginal del fallecimiento en la misma epidemia del maestrante de Ronda don Alonso Delgado de Mendoza y Peña, padrino que había sido del futuro gran jurista. Don Alonso, administrador del Duque, debió traerse de Medina a los Andino; precisamente ese año de 1800, a 23 de septiembre, continua don Rufino desempeñando el empleo de Fiel Interventor de la almona de Puerto Real, de los privativos de la Casa Ducal de Alcalá (Medinaceli), en la que sirvió también su padre. En 1803, Rufino vuelve a Alcalá al ser Mayordomo de Propios; seguía con este cargo en 1806. Doña María Gómez dio a luz a Josefa Sáinz de Andino, hermanastra de nuestro don Pedro, la cual casó con don Hipólito Abela Echarri.
La madre del jurisconsulto, doña Elvira, tenía 36 años al morir, y otorgó testamento ante don Lorenzo Pereira, escribano portorrealeño. Al contraer su padre las segundas nupcias, nuestro Pedro tenía 15 años, era Bachiller en Teología e iniciaba su carrera universitaria en Sevilla.
De María del Carmen Sáinz de Andino y Álvarez se sabe que casó con un Salido, del que tuvo dos hijas: María Cayetana y Ángela.
Rufino José, hermano también del autor del primer Código español de Comercio, era en 1842 Teniente de Caballería retirado, y fue agraciado, como su hermano Pedro, con el nombramiento de Caballero supernumerario de “la Real y distinguida” Orden de Carlos III (expediente en el Archivo Histórico Nacional, nº 2.452). En la asamblea de la Orden de 27 de Noviembre de 1830 había sido aprobada la información de don Pedro (A.H.N. nº 2.066).
A la vista de la pertenencia a esta Orden de los Sáinz de Andino, bien se comprende una vez más las frases de don Vicente Vignau respecto al “Índice de pruebas” de los Caballeros de Carlos III, publicado en 1904: que constituye no sólo un tesoro inapreciable de documentos genealógicos relacionados con un número considerable de familias ilustres, sino el fondo biográfico de la mayor parte de los hombres públicos de alta consideración que han florecido en España en estos tres cuartos de siglo, y fueron condecorados con esta distinción, tenida siempre en la más alta estima”.

Fernando Toscano de Puelles
Fiestas y Velada en Alcalá de los Gazules
En honor de Nuestra Señora de los Santos, Patrona de nuestra Ciudad.
Domingo 14 de septiembre de 1.969

jueves, 22 de marzo de 2007

Los niños de antes y los de ahora















miércoles, 21 de marzo de 2007

El nuevo puente de Cádiz

Cuando esté terminado tendremos la capital más a la mano. De momento, a hacer cola en el viejo.

domingo, 18 de marzo de 2007

Los Tarsicios




Con el revuelo de las golondrinas, en los cables de la Alameda y los Pozos, se mezclaban en Alcalá, el griterío de los chiquillos corriendo y jugando: al contra, al salto la mula, a espoli, a pringue... La “fresca” los cogía a todos en el reloj y por los alrededores, y no se sabía quienes metían más ruido, si los chiquillos o los pájaros.
La tía de Simón, desde una ventana del alto de su casa, repartía escobazos al aire para espantar, cada tarde, las golondrinas de los cables de su fachada, que le dejaban la acera desde la esquina del callejón de “la Herrá” hasta la puerta del bar de Pizarro, lleno de güano; que a la pobre muchacha del servicio le obligaban a limpiar todas las mañanas. Era una gimnasia inútil y aérea que no servia nada más que para retardar el sueño de los pájaros.
Las golondrinas subían y bajaban, en un paseo eterno por la calle de La Salada, la calle Real... mientras perseguían mosquitos y mariposas, siempre a ras del suelo, temiendo levantar el vuelo hacia los espacios para no perder la fila de adoquines blancos que marcaban los cuadros del empedrado. Los días de levante, cuando la calle La Salada era un abanico verde de hojas de árboles traídas del Prado, daban vueltas a la Alameda, bajaban rasantes los escalones del frente de la cervecería, o se metían en el patio de la Victoria, y entre los geranios, las gitanillas y los pensamientos, hacían piruetas eludiendo los remolinos del aire y esperaban el tercer toque de campana para reunirse, de todas partes a dormir en los frágiles cables de la luz. A veces, cuando Miguel, el sacristán, se retardaba en el horario, andaban desconcertadas del campanario a los cables y de los cables al cielo, como si hubiesen perdido el reloj del verano. Entraban entonces LOS TARSICIOS en el patio de la Victoria, allí, al fondo, junto a la puerta de la sacristía. Lo hacían corriendo y sudorosos; se sentaban por orden y categoría, los mayores delante, y los pequeños y más nuevos detrás. Se empezaba por el rezo del Rosario y después Don José, el responsable y fundador, nos contaba Historias Sagradas y nos alentaba a seguir los pasos del patrón del grupo: "SAN TARSICIO”, que era un joven de una piadosísima virtud, que en las persecuciones romanas a los cristianos, les llevaba con la irresponsabilidad y el atrevimiento, propio de la edad, la Comunión a los seguidores de Cristo. A través de las charlas de Don José, lo veíamos ¡TODOS¡ recorriendo las calles de la antigua Roma, con traje rojo a media pierna, sandalias amarradas hasta la rodilla, llevando la Sagrada Forma, con la mirada perdida hacia el cielo en busca de la palma del martirio. Cuando los romanos lo vieron en aptitud trascendente, no tuvieron más remedio que detenerlo, porque con esa mirada hacia el cosmos, el pobre TARSICIO no tendría más opción que ir tropezando por las esquinas, y más que imperio. Don José nos contaba que fue detenido y que jamás reveló que llevaba en su “sacrosanto pecho” Sagrario de piedad y alcancía de Cristo al Dios de los cristianos. A todos se nos caían los “lagrimones” ante tamaña historia y nos arrepentíamos de nuestros grandes pecados como no haberle ido a nuestra madre por los “mandaos”.
Algunas veces, los jueves, celebrábamos “la vigilia” y nos daban un libro entre mediano y grande, con pastas negras y cantos en rojo, escrito en latín; todos salmodiábamos en esa lengua extraña, sabe Dios qué de herejías y palabrotas. Lo mejor que nos sabíamos era aquello de “QUARE ME REPULISTI... SPIRITU PINGUEDINE...” y de ahí a hacer todo un gazpacho de palabras, mezcladas sin sentido para nosotros, era todo lo mismo.
De los Tarsicios salían los seminaristas, que se suponía que eran los MAS BUENOS, los que podían alcanzar la gloria del sacerdocio, algunos, como yo y otros tarsicios, nos quedamos en el intento. Cuando Don José creía que alguien estaba predestinado al Seminario, hablaba aquello de que “muchos son los llamados y pocos los elegidos” y entrábamos en una ola de piedad “descafeinada” en la que ya no podíamos tirarle pellizcos a las niñas en Semana Santa, levantarles el traje, ni poder ir al circo para ver a las mujeres ligeras de ropa ni poder visitar la playa, si ibas a Cádiz. El cine no se podía frecuentar a no ser que fuese una película de marcado acento religioso o a la “infantil”, y así, íbamos entrando en un estado de semibeatificación que se completaba con la asistencia de la misa diaria, con su comunión correspondiente.
Había que frecuentar ya la compañía de los seminaristas de años anteriores que iban “ahormando” con su ejemplo para que allá por el mes de septiembre, a las siete de la mañana y en el correo guiado por Velázquez, tirar para Cádiz, dejando atrás las golondrinas, la Alameda, la Coracha, el Castillo, la Loma y... toda la libertad que se veía desde la Plaza Alta.
Entre los tarsicios famosos (que eran los encargados de sustituir a Don José cuando se atrasaba por motivos de trabajo o por enfermedad) estuvieron: Paco María, Morilla, Paco Álvarez...
Tenía Don José la costumbre de ponernos los Reyes y llegaban, Dios sabe de donde por el mes de diciembre al local, grandes cajones que él se encargaba de clasificar con los “buenos” haciendo lotes de mejor a peor, según el comportamiento y los “vales”, así le correspondía el regalo. Un año reuní dos ocas, una que me pusieron los Reyes en mi casa y otra en los Tarsicios y andaba yo con mis pequeñas y pueriles limitaciones, con un “mosqueo” fuera de lo normal porque deseaba una pelota de goma blanca para irme a jugar con mis amigos a la “era” de Miguel. Mi madre había ya hablado con Don José y le había dicho que “de pelota nada”, que me rompía las botas, y me tiré todo el año “de oca a oca y del laberinto al treinta... o ¿del treinta al laberinto? con el tablero bajo el brazo por las aceras de la calle La Salada buscando el dado maldito que estaba más tiempo perdido que en el bolsillo. Los que mejores regalos se llevaban siempre eran los “presidentes”, porque además de ser “los más buenos” eran los que menos faltaban. Algunos coleccionaban grandes cantidades de vales que eran como certificados de bondad y buen comportamiento, pero en pequeño.
Cuando alguna madre quería presumir de lo bueno que era su hijo, sacaba a relucir la cantidad de “vales” que éste poseía, si pasaba de los cuarenta se consideraba como bueno, si bajaba de esa cantidad, se pasaba a regular, menos de veinte era más de vergüenza que de presumir.
De los Tarsicios “buenos, buenos” estaban entre otros: Camachito, el de la Puerta de la Villa, que era un niño muy espigado y serio y tan formalito, que era símbolo del Tarsicio perfecto; su amigo Pedro Fernández tampoco se quedaba atrás en calidad. A los dos los colocó Don José en el Juzgado de escribientes y para hacer las cositas que allí se hacían y de camino aprendieron a escribir a máquina, por cierto, muy bien. Con el tiempo Pedro se colocó en la Caja de Ahorros y Andrés partió para Telefónica, habiendo anteriormente dado clases en la SAFA, a algunos alumnos de cursos inferiores cuando faltaba algún maestro. En la actualidad es Presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos de la misma.
De lo más bonito que Don José preparaba eran las procesiones, sobre todo la de “La Borriquita”, el Domingo de Ramos, esa sí que era una gran procesión. Don José vestía a todos los chiquillos: a unos de romanos, a otros de angelitos, de apóstoles, de judíos... participaban también las niñas del Beaterio, haciendo unas de samaritanas, otras de pastoras, de “aguaoras” con sus cántaros en las caderas y las más de judías. Sobre la borriquita, que casi siempre era “uno de los burros del Pilón” iba el Señor. Un año fue Jorge Jara, y la gente del pueblo decía que era la misma figura de Cristo paseando por las calles de Alcalá; la mirada alegre de sus años juveniles, los rizos de la peluca cayéndole suavemente sobre sus hombros, la cara ligeramente maquillada, un brazo extendido bendiciendo a la multitud desde su burro disfrazado de burra, hacía que se le saltasen las lágrimas a las madres, porque todas querían que sus hijos fuesen al menos la mitad de buenos que “Jorguito”, para que algún día pudieran ser elegidos por Don José para representar al Señor.
Entre las niñas, el premio se lo llevaba la Magdalena, mucho más importante en la procesión que la Virgen María, porque si Ésta era la madre de Cristo, la Magdalena llevaba un paño cogido por los picos, enseñándolo al pueblo donde se podía ver la imagen de Cristo (el mismo que después veías en la borriquita, rodeada su cabeza de espinas, y un poquito oscura como si hubiera sido Ricardo, el fotógrafo, quien la hubiera sacado en un día nublado).
Mari Carmen Ahumada que siempre hacía de Magdalena, hasta que se echó novio, le daba un dramatismo al personaje que encogía el corazón; su cara dulce, recogida y fina, hacía que todos los chiquillos nos quedásemos mirándola casi enamorándonos de ella. Salíamos cerca de trescientos entre: romanos, apóstoles, penitentes, judíos... etc. Todos con ramos de olivos y cogollitos tiernos de palmeras de Elche. Estaba todo tan bien organizado, que parecía y daba tanta sensación de realidad que todo el pueblo se echaba a la calle y contemplaba el desfile con tanto respeto que se sentía transportado a tiempos pretéritos.
Los domingos, nos reuníamos en el lateral de la iglesia de San Jorge y en los bancos reservados nos sentábamos todos con Don José a la cabeza, para oír Misa. Previamente habíamos formado una cola en el confesionario del Padre Quintero, que nos confesaba casi a coro, enterándonos unos de los pecados de los otros. El Padre Quintero nos ponía en fila y con las prisas y los nervios terminábamos apilados alrededor del confesionario, formando un manojo de pecadores. Era tanta la confianza que se tenía con los pecados de unos y otros que una vez cuando un crío fue a confesarse y el cura le preguntó “¿de qué te acusas?”, el pobre le soltó de sopetón: “¡Lo que ha dicho ese no es verdad!, ¡Yo no lo hice, pero me echaron las culpas a mí!”. Quiero recordar que fue Jacinto el “Nene”. Tal era el grado de intimidad que existía. Cuando el Padre Quintero se apuraba en la hora y el reloj del Sagrario y las campanas daban “el tercero” para la Misa, salía del confesionario y nos amnistiaba en racimo... y listos para comulgar.
Don José nos daba a la hora de la petición perras gordas, a unos dos, a otros tres, y a casi todos, una, pero casi nadie se quedaba sin su óbolo para echarlo en la bandeja. A la hora de comulgar, todos salíamos en fila con Don José a la cabeza, y nos dirigíamos al altar cantando todas aquellas canciones que habíamos estado aprendido toda la semana o durante todo el año: “el vamos niños al Sagrario” o “el de rodillas ante el Mismo”, y así una y otra vez hasta que todos terminábamos de comulgar.
En los Tarsicios no existieron nunca diferencias. Así como en los barrios los chiquillos teníamos nuestros amigos, allí y en la Alameda todos éramos iguales. Todos éramos Tarsicios, no hubo nunca problemas ni con los de arriba, ni con los de abajo, ni con los ricos ni con los pobres. Todos nos reuníamos bajo la dirección de Don José, que a todos los trataba por igual y algunas veces mejor a los más malos que a los que presumían de buenos.
Por las circunstancias de la vida, Don José que en los Tarsicios fue para nosotros símbolo de honradez y de trabajo, tuvo que ausentarse de Alcalá.
Nuestro más cariñoso recuerdo y que piense siempre donde quiera que esté, que todos los que fuimos Tarsicios lo tenemos en nuestra memoria y en nuestro corazón.





Manuel Guerra Martínez
Septiembre de 1992
Apuntes Históricos y de Nuestro Patrimonio
Alcalá de los Gazules

miércoles, 14 de marzo de 2007

La iglesia-convento de la Victoria



1.-Introducción

Alcalá contó con dos conventos de frailes y uno de monjas. Hoy, han desaparecido los tres, pero aún se conservan, en todo o en parte, sus bellos edificios.
Pero de entre ellos y por constituir la sede nuestra Cofradía, vamos a centrarnos en el de “La Victoria”. Y antes que nada, intentaremos aclarar todo lo relativo a su nombre, puesto que existe confusión al respecto.
Es cierto que tanto en la documentación de la época como en la de la Desamortización de Mendizábal en 1836, que es la causante de la extinción del mismo, aparece citado como “Convento de Nuestra Señora de la Consolación, de los Mínimos de San Francisco de Paula”, pero sin embargo, entonces como hoy, popularmente se le conoce como “La Victoria”,¿por qué?.
Para aclararlo, en primer lugar, hemos de remitirnos a un artículo del Padre Martín Bueno (1) quién nos dirá que ello es así como consecuencia tanto de las gracias que los Reyes Católicos concedieron en Zaragoza el 22 de Septiembre de 1492 a la recién fundada orden de los “hermitaños de San Francisco de Paula” como a la donación que los mismos Reyes les hicieron de la Ermita de Santa María de la Victoria de Málaga, de modo que, desde entonces, todos los conventos de la Orden iban a ser conocidos como dedicados a la Virgen de la Victoria que se convertía así, en la advocación de referencia de estos frailes, a los que a partir de ahí el pueblo empezó a llamarlos bien con el nombre de “Victorios”, bien con el de “Mínimos” como queriendo remarcar la austeridad y pobreza que los caracterizaba.
En los años inmediatamente posteriores a dicha concesión de los Reyes Católicos, la orden se extendería enormemente por toda Andalucía donde llegaría a contar con cerca de 80 conventos de los cuales siete se ubicarían en la provincia de Cádiz: Puerto de Santa María (1502), Jerez (1543), Conil (1567), Medina Sidonia (1579), Jimena (1583), Alcalá de los Gazules (1586), Puerto Real (s. XVII) y Sanlucar (concluido en 1619).
Como hemos expuesto en otras páginas y entrándonos en el caso concreto de su presencia en nuestro pueblo, hemos de recordar que los Mínimos llegaron a establecerse entre nosotros gracias al impulso y la protección que les brindaron las disposiciones testamentarias del Beneficiado de la Parroquia de San Jorge, Alonso Cárdeno, quién había fallecido en 1585. Igualmente creemos oportuno recordar que, siguiendo una costumbre propia de la orden, los frailes se establecieron, en principio, en una Ermita ya existente en una zona extramuros y alejada del núcleo de población a la que los alcalaínos de la época llamaban “Barrio de la Mancebía” y que incluía tanto a la zona que hoy conocemos con dicho nombre como al actual “Barrio de San Antonio”. Dicha Ermita, que estuvo en uso hasta principios del siglo XIX y que se derribó en el año 1840, se ubicaba concretamente en el espacio que hoy comparten tanto el Huerto de Juan Franco como el Colegio Público “Juan Armario” y se conocía con el nombre de “Ermita de Nuestra Señora de la Consolación”, denominación ésta que sería mantenida luego por los propios frailes para designar a su Convento primigenio en Alcalá que, por esta razón, no estaba bajo la advocación de la “Victoria”, lo cual no sería obstáculo para que en el decir popular si se le cambiase el nombre y que, incluso después de 1682, cuando los frailes ya se habían trasladado al nuevo Convento del Barrio de la “Veracruz” a la antigua Ermita todavía se le siguiese llamando como “la Victoria Vieja”.
Y decimos que el nombre del primitivo convento era el de la Consolación porque así se consigna en la lápida con la que cubrieron la sepultura de su benefactor una vez que en uso el referido convento trasladaron sus restos hasta la Iglesia del mismo: “Aquí está sepultado Alonso Cárdeno, beneficiado y fundador de este Convento de Nuestra Señora de la Consolación, cuya alma posea Dios en su reino. Amén. Murió el mes de Septiembre de 1585” y que es la misma que, casi un siglo después, cuando se trasladaron al nuevo convento de la Alameda pusieron sobre la sepultura que le habilitaron a los pies del presbiterio de la Iglesia y que recientemente, con ocasión de las obras de refuerzo del firme y nuevo solado de la Iglesia de la Victoria, en Agosto de 2003, se colocó junto a los restos del Beneficiado Cárdeno en lugar destacado de la capilla del lado de la epístola dedicada ahora a San Antonio y que hasta hace dicha fecha conocíamos como “gruta de Lourdes”.
Al hilo de todo lo concerniente a la advocación del convento a la Virgen de la Consolación hemos de decir que nos llama poderosamente la atención el hecho de que en los inventarios de imágenes y altares del nuevo Convento de la Alameda no aparezca ninguna Virgen con dicho nombre (2) cuando nos consta que existía en el primitivo Convento y que era incluso titular de una Cofradía que se mantendría activa hasta fines del siglo XVI, lo mismo que nos consta que la referida imagen no se quedó en el primitivo convento, pues cuando se realizó el traslado los frailes sólo dejaron allí la Imagen de San Antonio Abad (2).
De cualquier modo, en los Libros de Actas de nuestra Cofradía, que como hemos expuesto es fundación de los Mínimos, raramente se cita al Convento con el nombre de Nuestra Señora de la Consolación aunque, por el contrario y es bastante indicativo, diesen el nombre de “Nuestra Señora del Desconsuelo” a la Virgen cotitular de la misma. De modo que cuando se cita al convento y a la Iglesia se les llama simplemente como “la Victoria”.
Aún más, fruto de la prolífica labor investigadora de Fernando Toscano, recientemente tuvimos la oportunidad de conocer una escritura entre la Comunidad de Mínimos y un escultor, al que se realiza un encargo al que luego nos referiremos, en el que se cita al convento como de “Nuestra Señora de la Victoria”, de modo que podemos pensar que si bien a su primer cenobio en la localidad se le denominó “Nuestra Señora de la Consolación”, al nuevo de la Alameda ya no se le denominó así sino que, al igual que a la mayoría de los conventos de la orden, se le llamó simplemente “de la Victoria”.
De cualquier modo hemos de concluir afirmando que para la Iglesia diocesana, a la que pasó la propiedad del edificio tras la desamortización, el nombre ya no sería aquel sino que le redenomina como “Iglesia de San Francisco de Paula”, título que se le daría oficialmente tras la reapertura del templo tras su restauración en 1911, aunque popularmente y en recuerdo del nombre del convento la sigamos conociendo y llamado como “La Victoria”.

2.- La Iglesia

La Iglesia presenta planta de Cruz latina patriarcal con una sola nave y crucero de pequeños brazos. Sus dimensiones son 26,30 m. de largo por 6,80 m. de ancho.
Se encuentra situada a algo más de un metro de altura sobre el nivel de alineación de la Alameda y se accede a ella tras pasar por un pequeño atrio o “compás”.
La puerta principal se abre a los pies de la Iglesia; zona que en su parte superior y con una anchura de 4 metros se encuentra ocupada por el coro. Tras salvar esta zona, la Iglesia se nos presenta con una altura sorprendente que es posible alcanzar gracias a que los muros sustentantes son de mampostería y con un grosor de aproximadamente un metro.
Adosadas a los muros aparecen las pilastras que se coronan por capiteles corintios en altorrelieve, sobre los que asientan tanto el entablamento como una cornisa adintelada, igualmente de estilo corintio, que sirve de apoyo para la gran bóveda que cubre la nave. Una gran bóveda que en su parte inferior tiene unos lunetos muy apuntados que son aprovechados para colocar ventanas, consiguiendo que la iluminación natural, al entrar desde arriba, sea bastante efectista y envolvente. Las esquinas que conforman el espacio del crucero, por el efecto de unir las pilastras adosadas en cada uno de los lados de la misma, simulan ser grandiosas columnas, rematadas incluso por capiteles, de las que nacen los arcos escarzanos que soportan la cúpula de media naranja rebajada que corona el crucero.
En propiedad hemos de decir que estos arcos escarzanos confluyen formando unas pechinas –que se adornan con óvalos cimerados por la corona ducal- que serán las que sustenten la cúpula. Una cúpula que tiene la particularidad de simular, en su parte inferior, un tambor que por el efecto de distribuir alrededor de la misma ocho óvalos –que cumplen funciones de ventilación-; y que en su parte superior –siguiendo una costumbre muy propia del XVIII-se decora con un gran rosetón, al fresco, en tonos ocres, cuyo centro lo ocupa la inscripción emblema de la Orden: CHARITAS.
En líneas generales podemos decir que la Iglesia se adapta a los cánones arquitectónicos del XVII, pese a que ciertos autores afirmen que responde al estilo de “todas las pertenecientes a los Victorios”, lo cual es fácilmente comprensible teniendo en cuenta que los propios frailes eran los arquitectos-constructores de sus conventos, aunque tampoco se puede obviar que aquellos, como no puede ser de otra forma, estarían influenciados por las corrientes arquitectónicas de su tiempo (4), de lo que resultará un espacio equilibrado, armónico, efectista, y envolvente que atrae por su luminosidad y que se caracteriza por centrar todas las miradas hacia el Altar Mayor, que se encuentra en el cabecero, situado en un nivel más alto que el resto de la Iglesia,-sobre una grada con 8 escalones- formando un pequeño espacio que se cierra por barandas y pulpitillos.
Para concluir nuestra aproximación a la descripción de la Iglesia diremos que, paralelas a los brazos del crucero, existen dos pequeñas capillas laterales que abren a la nave central, aunque la del lado del evangelio lo hace también al crucero y sirve de punto de partida de las escaleras que conducen al coro.

3.- Altares.

Antes de pasar a describir los altares existentes en dicha Iglesia en la actualidad, creemos conveniente referirnos a que dicha Iglesia, por distintas causas, a las que nos referiremos, ha sufrido varias modificaciones en cuanto a la distribución de sus altares.
Disponemos de dos inventarios de ella; uno de 1836 y otro de 1919 que no coinciden, pero además disponemos de una serie de noticias sueltas que son asimismo significativas. Nos consta que fue tomado y destrozado durante la invasión francesa en unos acontecimientos que el Libro de Actas del Nazareno de 1815 relata así: “El infortunio y catástrofe que había padecido (…) a causa de la invasión del enemigo común, de la tiranía y sus secuaces (…) hasta el extremo de haber hecho en el citado templo y con sus imágenes, terribles catástrofes (…) los más atroces sacrilegios, robos y destrozos, que de sus resultados había quedado (…) en los términos más deplorables…” (5).
Obviamente, estas líneas son explicativas de los daños sufridos y que habrían de ser reparados en los años inmediatos y si no se llevaron a cabo otras fue por que en pocos años, 1836, se decretaría la Desamortización de Mendizábal y la exclaustración de los frailes de modo que la Iglesia de la Victoria hubo de cerrarse. Veamos el Inventario de sus altares de acuerdo al expediente desamortizador: Altar Mayor, Sagrario (con el Nazareno y la Virgen de los Dolores), Altar de San Francisco de Paula, Altar de San Gaspar; otro con Santa Ana con su niña y dos santos pequeños y otro con San José.
La Victoria no se abriría hasta mediados de siglo, cuando por las disposiciones de 1844 y el Concordato entre España y la Santa Sede en 1851, al igual que todos los Templos de los Conventos desamortizados pasó a la propiedad de la Iglesia diocesana que la convirtió en “Auxiliar de Parroquia” pese a que el edificio presentaba ya enormes desperfectos que si bien se intentaron paliar con una obra de emergencia en 1864 (6) no acabó por resolver el problema que se iría agravando con los años hasta el extremo de que apenas veinte años más tarde, 1884, obligaron a cerrarla por un período de 27 años (7) al cabo de los cuales y después de una profunda restauración en la que se llegaría a sustituir toda su cubierta y otras obras menores como el ensolado de todo el templo que hasta entonces tenía una solería de ladrillos rojos cubiertos por esteras y que fueron sustituidos por las lozas hidráulicas blancas y negras que conferían un toque de singularidad a nuestra Iglesia y que estuvieron en uso hasta hace relativamente poco tiempo. Dichas obras fueron sufragadas gracias a las limosnas del Obispo Rancés, de algunos fieles y, sobre todo, a los fondos obtenido de la venta de la antigua Ermita de la Veracruz o Iglesia de la Soledad que fue desacralizada (8) se pudo reabrir al culto, con el nuevo nombre de “Iglesia de San Francisco de Paula” en la tarde del 31 de Diciembre de 1911 cuando el Arcipreste y Párroco de San Jorge, D. Pedro Martínez Machado, la bendijo por delegación del Obispo.
En la relación de altares realizada en 1919 se nos consigna que existe un Altar Mayor así como que en el lado de la Epístola existen la Capilla del Sagrario, en la que también se encuentra el altar de Nuestra Señora de los Dolores, la Gruta de Lourdes y el Altar a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, mientras que en el lado del Evangelio se ubican el Altar de San Francisco de Paula, el altar de San José y el de Nuestra Señora del Carmen.
Así pues tenemos que, con la reforma de 1910-1911, desaparecerán altares como los de Santa Ana y San Gaspar y que, en su lugar, aparecerán otros nuevos como la Gruta de Lourdes o los altares de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y de Nuestra Señora del Carmen. Aunque lo más importante pasa desapercibido y es que no podemos obviar que cuando se refieren al altar de Nuestra Señora de los Dolores no aluden a que se trata de uno nuevo que había venido a sustituir al existente con anterioridad al inicio de las obras y que ya entonces, como exponemos en otro lugar de esta obra, se encontraba en pésimo estado de conservación, un altar que dicho sea de paso pensamos era el que ocupaba el altar mayor de la Soledad como puede deducirse de la multitud de símbolos que lo pueblan y que hacen referencia a la Veracruz (9), aún más en este momento se producirá también, de la mano de algún carpintero local, la reforma del altar del Nazareno al que añadirán adornos procedentes de restos de altares de Santo Domingo hasta alcanzar un resultado aceptable que, sin embargo, desdice del resto del conjunto de la Iglesia.
En los años 50-60 del pasado siglo XX desaparecerán los altares de fuera de las capillas, es decir los de la Virgen del Sagrado Corazón que se traslada a una peana ubicada en el muro lateral de la Gruta de Lourdes y el de la Virgen del Carmen cuya imagen se trasladaría a la Iglesia de Santiago de Cádiz.
Recientemente, Verano de 2003, a instancias del actual Párroco, Padre Diego Ramírez Pereira, se acometieron nuevamente trabajos de rehabilitación de la Iglesia de la Victoria que consistieron fundamentalmente en la reposición del firme y la sustitución de la antigua solería hidráulica por otra en damero con lozas de mármol blancas y negras, la sustitución de la antigua gruta de Lourdes para evitar humedades y al mismo tiempo, aprovechando la ayuda de la Junta de Andalucía se procedió a restaurar tanto el cancel como la baranda del presbiterio, trabajos acometidos por la restauradora alcalaína Mariola Díaz Pérez

Así las cosas, los altares actuales son:

-El Altar Mayor al que se suele describir como altar de tres calles con la central remarcada por intercolumnios en saliente y con las laterales retranqueadas, es obra del retablista Sebastián de Aguilar y Castañeda como se refleja en el correspondiente contrato suscrito para tal fin entre dicho escultor, residente entonces en Medina quizá por ejecutar en dicha población algún trabajo, y el Vicario Corrector de la Orden de los Mínimos en Alcalá, Fray Antonio Delgado (10) en el que se expresa: ”Hazer y poner en la Iglesia de este Convento, un retablo Mayor pª el Presbiterio, que ocupa todo el testero asta la bóveda, según y conforme está el diseño que tiene en su poder el dho. Dn Sebastián de Aguilar, rubricado por el dho B.P. Corr. y po mí el escno. Guardando todas sus proporciones, de madera de pino de Flandes nueva, con frontal, aunque no está dibujado en el diseño también (de) dha madera; imitando a otra de piedra con los adornos de esculptura según y conforme está dibujado en el diseño también (de) dha madera; imitando a otra de piedra con los adornos de esculptura según y conforme está en el dibujo o diseño, poniendo a los lados del trono de la señora dos Stos. de cuerpo natural, a el lado derecho S. San Miguel, y al izquierdo Sr. San Ydelfonso Arzobispo de Toledo, y en el trono, una Ymagen de Maria SSma colocada en el Camarín, estofada, el Sagrario por dentro dorado, seis candeleros de plan de altar, con sus atriles correspondientes plateados, el camarín de la Sra. Con sus rejas y puertas de cristales de maderas, con un cielo artesonado, cornisas y pilastras, y a de tener dos puertas, la una para subir a dho camarín, y por la otra a el trono alto donde se ha de manifestar la Majestad Sacramentada, cuio trono a de estar dorado por dentro, imitando a tisur, cuio retablo, an ajustado y consertado, para haserlo, en la explicada forma y circunstancia, con el referido, Don Sebastián de Aguilar, quien lo ha de aser poner y colocar en su lugar de su quenta, cargo y riesgo por la cantidad de quince mil rr. v. “

Aunque no lo hemos reflejado al transcribir el documento del que sólo nos ha interesado destacar la exhaustiva descripción que se nos hace del retablo y de las Imágenes que lo componen, también hemos de reseñar que nos da la fecha aproximada del inicio de los trabajos que suponemos inmediata a la firma del contrato a finales 1796 por cuanto que, pese a la amplitud de la obra pretendida ésta se desarrolló con gran celeridad pues apenas ocho meses después ya se encontraba realizada según se deduce de la correspondiente carta de pago y cancelación del contrato firmada por las partes el 13 de Agosto de 1797: “Habiéndose concluido, colocado el retablo, y héchose el pago de su valor arreglado a lo pactado, y obligaciones contraidas respectivamente por la comunidad, y operario en citado contrato, y a voluntad satisfacción de unos y otros (…)”.
Con todo, la documentación precedente no nos aclara si en el mismo contrato se incluye la realización de la imagen de la Virgen o esta existía ya, además tampoco nos aclara, del todo, que la Virgen debía servir de expositor u ostensorio de la Sagrada Forma. Y es que, la referida imagen de la Virgen de la Victoria además de constituir una talla de gran tamaño con más de dos metros de altura está dotada en su base de un mecanismo giratorio que permitía volverla de espaldas al público para que lo que quedase visible a los ojos de los asistentes a la Iglesia fuese un gran sol de 0,68 m. de diámetro, estofado con pan de oro, concebido como ostensorio para la exposición de la Sagrada Forma. Llegados a este punto no podemos menos que exponer que este artificio, muy acorde a la mentalidad de la época del barroco, no nos cuadra ni con el estilo del retablo ni con su época, un neoclasicismo que se despedía ya en los últimos años del siglo XVIII, de modo que ello nos lleva a pensar que la talla de la Virgen sería muy anterior al retablo.

-La Capilla del Sagrario, situada en el brazo del crucero del lado de la Epístola, se encuentra cerrada por una barandilla y en su interior, desde la apertura de la Iglesia en 1682, concentra dos altares, el del frontero, dedicado a Sagrario y con 3 hornacinas, una central ocupada por la Imagen de Jesús Nazareno y dos más pequeñas, una a cada lado, construidas en 1859 para albergar a otras imágenes de la Cofradía: San Juan y la Verónica (11) y que hoy acogen dos tallas de pequeño tamaño, en pasta de madera, que representan al Corazón de Jesús y a la Virgen de Fátima.
Sin embargo, la Imagen interesante es la de Jesús Nazareno, de tamaño mayor que el natural, esbelta, de complexión robusta y con un detallado estudio anatómico en todo el cuerpo que se acrecienta en el tratamiento de la cabeza, manos y pies. En las manos y pies hay un realismo bastante grande, siendo perceptibles tanto las venas y nervios como los músculos que denotan la presión del momento que representan, la tensión y el esfuerzo de Jesús al caminar con la pesada carga de la Cruz.

Pero, como decíamos, destaca en el tratamiento compositivo de la cara: “frente amplia y despejada, enmarcada por la melena, peinada con la raya en medio, descompuesta en gruesos mechones surcados de estrías que le otorgan mayor plasticidad; los ojos oblicuos, de globos abultados y mirada penetrante e introspectiva; la nariz un poco aguileña; los pómulos salientes; las mejillas deprimidas; el surco nasolabial dibujado; el bigote pormenorizado; la boca, de labios carnosos, entreabierta; la mandíbula inferior, de acusado mentón, fuerte; la barba bífida y rizada, con trazos verticales y paralelos en su arranque; las orejas, esquemáticas, asomando entre las guedejas del pelo, el cuello, por lo general, con un doble giro, a la derecha e izquierda, y la tráquea y los músculos esternocleidomastoideos señalados” (12).
Es obra de atribución segura al imaginero José de Montes de Oca y fechable en torno a 1730.
En el testero izquierdo de la Capilla se encuentra el altar de Nuestra Señora de los Dolores al que nos hemos referido en páginas anteriores y que acoge a la Imagen de candelero de la Virgen Cotitular de la Cofradía a la que nos referimos en otro apartado de esta obra.
En el momento de redactar estas líneas se encuentra en proyecto por parte de la Junta de Gobierno de la Cofradía del Nazareno, ubicar en el testero derecho de dicha capilla una Imagen de Jesús Cautivo y Rescatado, vulgarmente conocido como “Medinaceli” que han encargado al joven y prometedor escultor de Mairena del Alcor, Manuel Madroñal Isorna.
-En el otro bazo del crucero, en el del Evangelio, se encuentra el retablo del fundador de la Orden de los Mínimos, San Francisco de Paula, y si el altar en sí reviste cierto interés lo verdaderamente destacable es la imagen del Santo, de candelero para vestir con un rostro y unas manos muy bien ejecutadas y de considerable mérito artístico.
En el mismo lado del Evangelio pero en exigua capilla lateral, que abre sobre la nave central, existe un pequeño retablito de madera, pintado, con hornacina en la que se venera una imagen de candelero para vestir y escasa altura representando a San José, de cierta antigüedad, al parecer de procedencia italiana y con un más que contrastado valor.
Frente a ella, pero en el lado de la epístola, existe otra pequeña capillita que hasta 2003 albergaba la gruta de Lourdes y que ahora, después de retirar la referida gruta, ha dejado a la vista 3 antiguas hornacinas en su testero que junto a las dos pequeñas peanas colocadas en los laterales han permitido acoger a distintas imágenes. En el lateral izquierdo tenemos a la Virgen del Sagrado Corazón, de pasta madera; en el derecho a la Virgen de Lourdes, igualmente de pasta de madera y en el frente, en tres hornacinas excavadas en la pared, se encuentran al centro la Imagen de San Antonio con el niño, procedente de Santo Domingo; a su izquierda, Santo Domingo que suponemos procede del mismo convento y a la derecha, Santa Clara, procedente de la extinguida Capilla del mismo nombre que existió en el actual edificio de la SAFA. Las tres son de regular mérito y precisan una urgente restauración que les devuelva su perdido esplendor.
El conjunto de imágenes de la Iglesia se completa con un Crucificado, colocado sin altar, en el lado de la Epístola, justo al lado de la capilla recordatorio de las Iglesias perdidas. Dicho crucificado que no encontramos en ningún inventario de los consultados, bien pudiera proceder de alguna otra Iglesia, ermita o capilla local y ante ello cabría preguntarse ¿es el Cristo de la Vera Cruz?, ¿es el titular de la Ermita de dicho nombre que se ubicaba en la misma plaza que la Victoria y que se vendió para poder restaurar aquella? Ó ¿Procede de Santo Domingo?. ¿Es el Cristo del Calvario ó el de las Cinco Llagas, ambos de aquella Iglesia?. Aunque, también cabe la posibilidad de que se trate del Cristo de la Misericordia que, como titular de la Cofradía de la Caridad, hasta bien entrado el siglo XX presidía la capilla del “Hospital de Hombres” que fundaran Bartolomé Sánchez y Catalina Aguayo a principios del siglo XV.
Igualmente existen en el templo varios cuadros: uno de ellos, en la capilla del Evangelio, de grandes dimensiones y con cierto interés pictórico, que recoge la escena de la piscina probática; otro, colocado en el Sagrario, representa a San José con el niño, y el tercero, también en la capilla del lado del Evangelio, refleja la escena de un Obispo dando limosna. Y si bien ninguno de ellos se consigna en los inventarios creemos proceden de alguna donación como la que hiciera a la Parroquia el canónigo Yanguas.

4.- El Convento.

Como se apunta en otra parte de esta obra, a mediados del XVI, los frailes mínimos iniciaban la construcción del que sería el definitivo convento de la Victoria y eligieron para ello una extensa porción de terreno que ocuparía como frente desde la actual Iglesia hasta el arco del callejón de la Herrá; como fondo, todo el del tramo de calle existente entre dicho arco y la esquina que la separa de la actual Plaza de Jesús Nazareno. La actual calle Peñuela surgirá a raíz de que distintas viviendas se adosasen a la trasera del convento y debe su nombre a la Peña o peñuela arenisca allí existente y sobre la que asientan el altar mayor de la Iglesia (de ahí la elevación de éste sobre 8 escalones).
De esa extensa porción de terreno, la mayor parte la ocuparían el claustro y otras dependencias de los frailes, además de un pequeño huerto en su parte trasera.
Así pues, puede decirse que el convento configuró, urbanísticamente toda esta zona, por cuanto que su fachada principal constituye la Alameda pero es que además sus muros serán fachadas de las calles José Tizón y Peñuela.

Todo el convento estará constituido por dos plantas: baja y primera, que se cubren por tejado a dos aguas, a la andaluza, con teja curva alcalaína, desgraciadamente suprimidas en la última restauración del edificio y que habría que volver a colocar. El conjunto de dependencias, se distribuirían en torno al claustro, al que se accedería directamente desde la Alameda, por una portada que habría de estar ubicada en lo que, actualmente, es la confitería de Yolanda Moreno.
El claustro responde al estilo habitual de estas dependencias monacales: pequeño huerto-jardín rodeado de corredores porticados que, en nuestro caso, se configuran por 3 arcos de medio punto a cada lado. Sobre el claustro encontramos edificados tres de sus cuatro lados mientras que el restante, el contiguo a la Iglesia y que sirve de entrada al coro, se ocupa por una pequeña azotea que tiene acceso tanto desde el interior del templo como desde el resto de las dependencias de la planta superior del citado claustro.
En la planta baja y en el muro este, el contiguo a la Iglesia, se abren dos puertas, una pequeña, en la confluencia de los muros este y norte, que constituye el acceso actual al claustro y otra, contigua a esta, de mayores proporciones que permite la entrada al templo desde el patio. En el muro sur, también, se abren otras dos pequeñas puertas, una que da acceso al despacho del párroco, a la sacristía y a través de esta o bien al patio trasero en el que se encuentra la Casa Hermandad del Nazareno o bien a la Iglesia; mientras que la otra puerta permite la entrada al archivo y al salón de Cáritas parroquial desde el que también es posible acceder a la Casa Hermandad del Nazareno.
En el muro oeste se abren también dos puertas, en este caso gemelas, simétricas y cimeradas por arcos de medio punto, que sirven de entrada a las escaleras de acceso a la planta superior.
En la actualidad el muro norte no tiene ninguna puerta aunque, como queda dicho, en origen debió albergar la portada principal de acceso al convento.
La planta superior, lo que antaño tuvieron que ser las dependencias-celdas de los frailes, son en la actualidad la vivienda del párroco, el salón de actos y las salas de reuniones para las distintas catequesis. En definitiva, una adecuada conversión del antiguo convento en complejo parroquial.
Para concluir nuestra descripción del convento, nos referiremos a la fachada de la Iglesia y a su espadaña-campanario. La fachada es muy simple, de mampostería, simulando sillares trabajados y cubierta toda ella por un revoco de cal. La uniformidad sólo se rompe por el arco rebajado que cobija la puerta principal y en la parte superior de la fachada, por un rosetón acristalado. Edificada sobre la parte superior de la esquina de la fachada principal se encuentra la espadaña-campanario, de bellas formas y blanca de cal que si bien tiene tres huecos para campanas sólo alberga dos porque el superior se encuentra vacío.(14)

5.- La Vida Conventual.

Las noticias existentes sobre la vida conventual son breves, pero intentaremos hacer una aproximación a la misma.
Los primeros datos de que disponemos, proceden del Catastro del Marqués de la Ensenada (13) y nos dirá “(Convento) de Nuestro Padre San Francisco, su vocación de Consolación, consistente en doze religiosos”, mientras que Fernando Toscano, en su obra sobre Sainz de Andino (15) agrega: “Desde su origen, los religiosos conectaron con el pueblo en abnegado servicio espiritual, siendo varios los hijos de Alcalá que vistieron el hábito, allí mismo (…) Los religiosos facilitaban por norma los predicadores cuaresmales y tuvieron, también desde el principio, un maestro de primeras letras que enseñaban gratuitamente a los niños varones, y desde 1757, otro profesor de gramática y Latinidad para los vecinos, siempre sin cobro alguno. Un Padre Corrector y otros ocho o diez religiosos, entre sacerdotes y legos, completaban aquella comunidad, austera y caritativa por expresión imperativa de su Regla. Tal vez Sáinz llegara a alcanzar allí a Fray Francisco de Viera, lego, hermano de Diego Bonifacio (llamado Angel) fundador del Beaterio”.
Nos consta que estas clases de gramática (primeras letras) y latinidad prosiguieron impartiéndose en la Victoria hasta su extinción, si bien sufrieron las vaivenes propios del convento, así cuando la invasión francesa (momento en que el número de frailes era de siete) quedaron suspendidas, así como en 1822 en que temporalmente estuvo cerrado, reiniciándose en 1824 hasta la exclaustración definitiva en 1835 en que la desamortización de Mendizábal cierra el convento invocándose el bajo número de religiosos, (cinco), como causa de la misma. De cualquier forma esto no supondría que el edificio del antiguo convento dejase de tener un uso educativo ya que como el inmueble no se pudo vender en su totalidad y lo que quedó de este junto con el templo pasaron a manos de la Iglesia diocesana, esta previo acuerdo con el Ayuntamiento que la acogió bajo su dirección y tutela, destinó el edificio a escuela según se recoge tanto en las actas capitulares como nos expresa Madoz en su Diccionario: “el Convento de Mínimos, cuando la supresión constaba de cinco religiosos y en el día sirve el edificio de escuela de primera educación”.
Una función que puede decirse que no ha perdido, pues la Parroquia, hoy prácticamente centralizada, en su funcionamiento habitual, en la Victoria, mantiene en estas dependencias, aulas que si bien no son de primeras letras, si tienden a otros conocimientos.



Gabriel Almagro Montes de Oca
Ismael Almagro Montes de Oca
Jaime Guerra Martínez




NOTAS:
(1) M. BUENO LOZANO, “El porqué de la Victoria”, en Apuntes Históricos, ed. del Ayuntamiento de Alcalá de los Gazules. , 1994.
(2) Advocación que, por el contrario, si encontramos en el otro convento alcalaíno, en el dominico de las Sagradas Llagas y Santo Domingo. Aunque también es cierto que, a principios del siglo XX, tras la reforma de la Iglesia de la Victoria concluida en 1910, se coloca en una mesa del Coro, una Imagen de Nuestra Señora de la Consolación que desconocemos si era originaria de la misma Iglesia o si, como nos tememos, era la que existía en Santo Domingo y que, como otros muchos enseres fue trasladada a la Victoria. Por las indicaciones que tenemos, esta Imagen es la que se encuentra actualmente en el altar del Sagrario de la Parroquia a la que, quizás por error, se le llama hoy como “Nuestra Señora del Rosario”.
(3) De este hecho derivaría que al nuevo barrio que se estaba gestando junto a la Ermita se le diferenciase ya de la Mancebía y empezase a llamársele con el nombre del Santo que sin serlo se erigió en titular de la referida Iglesia.
(4) Aún cuando no tenemos datos que nos indiquen las fechas de inicio y fin de las obras, estamos en condiciones de afirmar que el edificio es del siglo XVII porque su Iglesia se abrió al culto en Agosto de 1682, como se expone en otro lugar de esta obra, después de que los frailes se trasladasen a ella precedidos del Santísimo Sacramento y de todas las Imágenes de que disponían en su primitivo emplazamiento. De modo que para dicha fecha, lógicamente, la Iglesia debería estar terminada por mucho que aún pudieran restar zonas del convento sin concluir.
(5) G. ALMAGRO MONTES DE OCA, “Nazareno Peregrino” en Nazareno, Boletín de la Semana Santa Alcalaína, edición de la cofradía, 1989
(6) Nos consta que la primera vez que nuestra Cofradía hubo de abandonar la Iglesia de la Victoria ante el estado de ruina que presentaba el edificio fue el 20 de Marzo de 1864 que desde el día siguiente y durante casi un año estaría en obras pues no se reabrió al culto hasta el 22 de Febrero de 1865.
(7) Desde principios de 1884 a Diciembre de 1911
(8) La primitiva ermita de la Veracruz a la que en el siglo XIX dieron en llamar “Iglesia de la Soledad” jugó un papel importante durante todo el tiempo en que la Victoria estuvo cerrada tanto porque suplió su papel en la tarea de atender a los fieles de toda la zona baja de la ciudad como porque se constituyó en sede de la cofradía del Nazareno, la única radicada en la Victoria. Sin embargo para salvar a la Victoria los regidores de la Diócesis decidieron que la Soledad fuese desacralizada y vendida al mejor postor para que la destinasen al uso civil, siendo así como desde entonces hasta hoy, el edificio ha sido destinado a los más diversos usos, desde cine y teatro ocasional en sus primeros años hasta bar durante un período largo de años en los que tuvo distintos nombres y regidores de entre los que destaca la época en que fue llamado “La Cervecería” y estuvo regentado por un hermano del Alcalde Sandoval más aficionado a los libros que al negocio de la hostelería, aunque la inmensa mayoría de los que leen estas líneas lo recordarán como“Radio Hogar”, la tienda de electrodomésticos de un entrañable nazarenista y colaborador siempre dispuesto a cuanto se le demandase como fue Diego Romero. Sin embargo, en el momento de escribir estas líneas se trabaja para conseguir su rehabilitación con destino al mejor de los usos que puede tener el inmueble: Centro de Día y Equipamiento para la Tercera Edad.
(9) ¿Es el altar que el prestigioso retablista jerezano Andrés Benítez realizó para la Soledad?. Caso de ser así sería la única obra conservada en nuestro pueblo de las que el afamado escultor tallará para la población ya que si bien el altar mayor de Santa Clara era obra suya este, desgraciadamente, se desmontó y sus piezas se disgregaron entre distintos particulares.
(10) Cfr: F. TOSCANO DE PUELLES, “El Retablo Mayor de la Victoria” en Gazules, revista local, Julio de 1985.
(11) En sesión celebrada por la Junta de Gobierno de nuestra Cofradía el 4 de Octubre de 1859 se acuerda que, en la próxima visita del Obispo, se le pidiesen las maderas existentes en los corrales y habitaciones inmundas del extinguido convento de Santo Domingo a fin de utilizarlas para ensanchar el retablo del Nazareno, al que se le pensaban agregar dos hornacinas laterales en las que ubicar las imágenes de San Juan y la Verónica y evitar así los desperfectos que se les ocasionaban a estas en el local en que normalmente se guardaban.
(12) J. GONZALEZ ISIDORO, “El Ecce Homo de la Iglesia de San Pablo”, en Boletín del Museo de Cádiz, III, 1981, pags. 103-104.
(13) Para dicho catastro, realizado en toda España a mediados del siglo XVIII, existe un pequeño estudio para el caso concreto de Alcalá: ALMAGRO GUERRERO, G y GUERRERO MARIN F. “Alcalá en los siglos XVIII y XIX” en Apuntes… edición de 1992.
(14) En relación a las campanas hemos de reseñar que sólo tenemos noticias de una de ellas y dicha noticia aparece en el Libro de cuentas de 1868 en el que se consignan varios gastos sobre el particular, por una parte 32,50 reales por el traslado de la misma hasta Medina donde se pretendían acometer los trabajos; 470 reales por dicha refundición; 84 reales que importó el retorno de la campana y 45 reales que se abonaron al que volvió a colocarla en la espadaña.
(15) F. TOSCANO, “Sainz de Andino. El Hacedor de Leyes”. Cádiz, 1987. págs. 52-54.

Iglesias alcalaínas desaparecidas




Entre el fin de la Conquista Romana y el comienzo del Siglo III de nuestra era los pueblos prerromanos acabarán pensando, hablando y sintiendo como romanos (Romanización).
Alcalá de los Gazules cuenta con numerosos vestigios que recogen la tradición que legó el cristianismo a nuestra zona. Un cristianismo generalizado y oficializado a partir del año 313, cuando Constantino lo declaró oficial poniendo fin a siglos de persecuciones. Salió la Religión de la Cruz de las catacumbas y la clandestinidad para comenzar a celebrar sus cultos en las basílicas. De ésta época, aunque tenemos núcleo de población, no hay constancia ni escrita ni arqueológica de edificios religiosos. Los primeros restos arqueológicos de iglesia se corresponden con el posterior periodo, el Visigodo, momento en el que de nuevo, tras la invasión bárbara, se oficializa de nuevo el cristianismo al convertirse el Rey Visigodo Recaredo en el III Concilio de Toledo en el año 589.
Es precisamente a esta época a la que pertenecen los testimonios arqueológicos de basílicas cristianas encontradas en Alcalá. Se tratan de las iglesias de los Santos Nuevos y del Cortijo de la Higuera. Ambas corresponden al periodo del Obispo asidonense Pimenio, encontrándose próximas al núcleo de población de la Mesa del Esparragal.
Con la llegada de los musulmanes se abre un paréntesis en el desarrollo del cristianismo, relegado a un segundo plano, hasta que el proceso de Reconquista alcanza nuestros límites geográficos y empieza a incrementar su presencia de la mano de las Órdenes Militares y de los Reyes Fernando III el Santo y Alfonso X el Sabio.
A partir del año 1263, fecha definitiva de la Conquista, Alcalá se convierte definitivamente en pueblo de cristianos. Comienzan entonces a aparecer numerosas advocaciones religiosas que se traducen con los años en la creación de ermitas e iglesias dentro y fuera de las murallas. Unas serán coetáneas, otras irán apareciendo conforme desaparecen las anteriores, pero todas son muestras del sentido religioso, del desarrollo urbanístico y del incremento demográfico, acoplándose en los distintos barrios que iban creándose o bien siendo la primera piedra que da lugar a un asentamiento en torno a ellas.
Un estado misional como el de los Reyes Católicos y los Austrias imponían una presencia permanente de la Iglesia en la vida cotidiana y una proximidad evidente entre el pueblo y su iglesia.
Surgen así multitud de ermitas, iglesias, monasterios, de los que conservamos hoy sólo: La Parroquia de San Jorge, la Victoria, La Capilla del Beaterio y la Ermita de Nuestra Señora de los Santos. Los restantes han ido desapareciendo, algunas sin dejar huellas arqueológicas, sólo algunas referencias escritas, en ocasiones indirectas, que nos han permitido saber de su existencia. En ocasiones nos muestran sus ruinas, carcomidas por el tiempo y el abandono, mientras en otros casos han quedado incluidas en las construcciones que las rodean y secularizadas han pasado a particulares.

SAN ILDEFONSO

Siguiendo la costumbre tradicional de todo el proceso de la Reconquista, una vez tomada Alcalá por las huestes cristianas, hasta entonces en poder de los musulmanes, debió levantarse una ermita dedicada a la Virgen María, máxime conociendo la vocación mariana del Rey Castellano.
Esta ermita recibió el nombre de San Ildefonso en honor de Alfonso X el Sabio, que fue quien tomó definitivamente Alcalá de los Gazules en el año 1264 pasando entonces a ser pueblo de cristianos.
En dicha Iglesia debieron de existir las imágenes de la Virgen y San Ildefonso, o quién sabe, si algún cuadro o mural que representara a la Virgen colocando a San Ildefonso la casulla, pues esta es una iconografía que se reproduce en el Altar Mayor de la Parroquia cuando en 1607 Pedro Bautista realiza el Retablo Mayor, hoy desaparecido, y que estaba formado por siete tablas pintadas.
Hoy conservamos una imagen de San Ildefonso en el Altar Mayor de la Iglesia de San Francisco de Paula (La Victoria).
Estaba situada próxima al Castillo, dentro del primitivo recinto amurallado frente a la confluencia de Miguel Tizón y Atahona Alta. Se tiene constancia de su existencia al menos hasta 1787, aunque es probable que a efectos litúrgicos hubiese dejado de funcionar muchísimo antes.
Recientemente y a instancias de don Fernando Toscano he centrado mi atención en un saliente de la actual muralla que cerca el Beaterio por la Coracha, dando a la confluencia de Miguel Tizón y Atahona Alta, donde existen evidentes signos de una antigua construcción, pues sus contrafuertes, rematados artísticamente en su parte superior así lo atestiguan. Estamos en los orígenes del estudio y por tanto lejos de relacionarlo directamente con el solar que ocupara San Ildefonso. No obstante, es una hipótesis por la que seguiremos apostando hasta su resolución definitiva.

SAN VICENTE

La fundación de esta iglesia podemos ponerla en relación con la dominación visigoda de la antigua Torre Lascutana, en torno al siglo VIII, que ocupaba la cima del cerro de La Coracha desde la época de dominación romana, siendo uno de los dos núcleos de población de la época. El otro estaba en torno a la zona del Palmitoso, cuyos restos arquitectónicos demuestran la existencia de dos iglesias visigodas en los Santos Nuevos y en el Cortijo de la Higuera.
Estaba situada frente a un postigo que se abría en la muralla frente a la actual calle de San Vicente, a la izquierda del camino que conduce al cementerio.
En 1350 se veló en ella el cadáver del rey Alfonso XI el Justiciero (1312-1350), muerto en el sitio de Gibraltar víctima de la epidemia de peste.
Ejerció como Parroquia, con collación propia, hasta que en 1520 por Bula de Clemente VII quedó refundida junto con San Ildefonso y San Jorge en la actual Parroquia de San Jorge. Ello no acabó con la iglesia que siguió abierta en sus proximidades, el último consignado data de 1787. Sin embargo, su deterioro y abandono fue progresivo. En 1790 ante su grave situación el Visitador Huarte mandó se trasladara la enseñanza de la Doctrina desde San Vicente a la iglesia de San José, iniciando a partir de entonces su declive definitivo, estando convertida ya en 1825 en una ruina, aunque sin perder el carácter de iglesia, pues Madoz la sigue nombrando en 1848 y a fines del siglo XIX también se menciona.
De sus imágenes y objetos de cultos no tenemos referencias y sólo existe un San Vicente que en 1919 se nombra en la iglesia de Santo Domingo, que en 1962 estaba en una hornacina en la Parroquia y que actualmente se encuentra tras el Altar Mayor.

SANTA CATALINA

La única referencia que conocemos correspondiente a esta ermita nos la proporciona el Visitador General diocesano don Felipe de Obregón (26 de marzo de 1558 o 1588) quien al inspeccionar las iglesias alcalaínas la nombra.
Al parecer esta ermita debió estar situada dentro del Convento de las Clarisas (antigua casa de los Ribera) y pudo ser levantada por el Adelantado Don Francisco de Ribera en honor de su tía Catalina, muerta en 1505, señora devotísima y bienhechora.
Esta iglesia pudo ser la que en sus comienzos utilizaron las monjas clarisas en sus oficios religiosos hasta que se levantó la iglesia de Santa Clara.

SANTA ÁGUEDA

El 31 de diciembre de 1443 Diego de Aguayo recibía de forma afectiva la donación que Juan II había hecho de la villa de Alcalá de los Gazules a Per Afán II de Ribera según carta de merced otorgada el 27 de octubre de 1441.
El escribano que redactó el acta notarial narro con todo detalle las distintas fases de la toma de posesión del castillo. En esa descripción recoge como los miembros del Cabildo Municipal y junto a ellos muchos vecinos se reúnen en el corral de la Iglesia de Santa Águeda, “que es en la yglesia de San Jorge de la dicha villa, onde diz que se acostumbran ayuntar a consejo”.
Tenemos que plantearnos, a la vista de lo cual, el siguiente interrogante: ¿Era Santa Águeda una iglesia como tal, situada junto a la de San Jorge, o era una capilla dentro de la Parroquia?
De los datos manejados podemos concluir que en un principio en 1443 era una iglesia anexa a la de San Jorge, que debió desaparecer como tal cuando se amplió la Parroquia a fines del siglo XV, formándose entonces en el espacio las capillas que actualmente ocupan Las Ánimas y el Cristo Atado a la Columna, cuyos muros lindaban con la desaparecida casa rectoral, donde existía un patio que se llamaba de Santa Águeda, hasta la desaparición de la casa rectoral, había una puerta desde este patio a la iglesia de San Jorge, que se denominaba Puerta de Santa Águeda.
Actualmente conservamos en la Parroquia un cuadro de Santa Águeda, que forma conjunto con otros tres, y que pudo estar colgado en el patio de la casa rectoral en un amplio descansillo cubierto que daba acceso al piso superior.
Evidentemente, mientras no aparezcan más datos, no podremos concretar totalmente todo lo referente a esta iglesia, pero lo que sí podemos afirmar es su existencia, formando parte del elenco de edificios religiosos católicos de nuestra historia local.




LA IGLESIA DEL HOSPITAL DE LA MISERICORDIA

Estaba situada en la Plaza de San Jorge, entre la Puerta del Sol, antiguo Ayuntamiento y un Hospital de cuyo conjunto formaba parte y que se denominaba Hospital e Iglesia de la Santa Caridad y Misericordia de Nuestro Señor Jesucristo.
La referencia más antigua que conocemos de dicho Hospital se encuentra en el testamento de doña Francisca Martín Ortega en 1507. Sin embargo el establecimiento primitivo se hizo insuficiente siendo necesaria su ampliación. En este proceso intervino don Bartolomé Sánchez que funda un nuevo edificio en enero de 1514, posteriormente ampliado con un solar de doña Catalina Agüayo en 1516.
A la iglesia se accedía por unas gradas de cinco escalones que desembocaban en una portada de alto dintel, sobre el que existía un segundo cuerpo presidido por un elegante balcón. Toda la fachada estaba rematada por una airosa espadaña con campanil.
Tenía una superficie de 73 metros cuadrados y carecía de especial mérito artístico. Estaba presidida por un crucificado, el Santísimo Cristo de la Misericordia, de hermosa factura.
El conjunto (Hospital e Iglesia) estaba dirigido por la Hermadad de la Santa Caridad y fue sede de las Hijuelas de expósitos, depósito de transeúntes, escuela de acólitos, cámara de autopsias, etc. repartido en los tres pisos de sus dependencias. Normalmente estuvo dotado de 12 camas. La obligación de esta hermandad era dar sepultura a los difuntos desamparados que pereciesen dentro y fuera de la localidad. Tenía la aprobación episcopal.
A consecuencia de la enajenación de todos los bienes raíces de hospitales, hospicios, casas de misericordia, de huérfanos y expósitos, en 1798 por el ministro Urquijo, se agravó la situación del Hospital y por ende de la Iglesia que entró en rápido declive. Ello se vio acentuado por la constitución de 1812 y por la Desamortización. El Ayuntamiento de Alcalá cubrió el déficit durante mucho tiempo hasta su cierre definitivo a mediados del siglo XX. El Hospital ha terminado transformándose en viviendas.
Hoy quedan como recuerdo unas fotos, su imagen en un exvoto del Santuario y posiblemente el que pudiera ser el Cristo de la Misericordia en la Parroquia (Crucifijo de altar de la Escuela sevillana del siglo XVII).




ALTAR DE LA PUERTA DEL SOL

Que el viento de Levante es testigo presencial de todos los grandes acontecimientos que se desarrollaban en Alcalá de los Gazules, es algo a lo que los vecinos están acostumbrados. Sin embargo, no por ello dejan de suceder hechos relacionados con su proceder, que a veces nos cogen por sorpresa provocando en ocasiones más de una desgracia. Tal fue el caso que le aconteció al Escribano Mayor del Cabildo de Alcalá don Francisco Fernández Diosdado.
El Sr. Diosdado vivía en la calle San Francisco, por tanto era obligado el paso por la Puerta Nueva o del Sol para acudir a su trabajo en el Ayuntamiento. Un día en que realizaba el paso bajo el arco se vio sorprendido por un fuerte golpe de levante que lo arrojó contra el suelo y envuelto en su capa se vio arrastrado y golpeado con gran riesgo para su integridad física. Don Francisco se encomendó a Nuestra Señora de los Santos y cuando pudo librarse del golpe de viento y recuperar su posición vertical, a cubierto del peligro pudo comprobar que, a pesar del grave percance, había salido completamente ileso. La Virgen de los Santos le había salvado de un grave desenlace. Lo entendió así don Francisco y se aprestó a pagar su deuda de gratuidad con un “exvoto” que recordará a todos la grandiosidad de la Virgen.
Pero su exvoto consistió en algo muy especial. Puesto que el acontecimiento se había producido en la Puerta del Sol, decidió levantar hacia 1790, en dicho arco, una tribuna alta en la que se colocó un altar presidido por un cuadro con la imagen de la Virgen de los Santos. Bajo la barandilla el rótulo de Sanctus, Sanctus, Sanctus.
“Su viuda doña Juana de Casa, otorga testamento en 12 de octubre de 1797 y en él lega una caballería de tierra en el sitio llamado El Bodegón, a sus sobrinos –y al fallecer estos a la Parroquia-, con la pensión de alumbrar todas las noches a la Imagen de María Santísima de los Santos que está colocada en la Plaza Mayor y San Jorge de esta villa y Puerta que nombran del Sol, con una luz. En las festividades de Nuestra Señora, Jueves y Viernes Santos y Domingo de Resurrección se alumbrará con dos luces, el día de su muerte se repartirán dos fanegas de harina hechas panes de a libra a los pobres, rezándose una Salve a María Santísima de los Santos, nuestra Señora y Patrona, por mi alma, ante la Imagen que está colocada en dicha Puerta del Sol, donde se ha de repartir la referida limosna”.
Desde ese momento el altar se convirtió en lugar de visitas y promesas cuando no se podía acudir al Santuario, y es probable que ante él hiciesen votos los concejales del Ayuntamiento, como era costumbre cuando se toma posesión del cargo, desde el año 1800, en que la peste asoló Alcalá y el pueblo en general hizo el voto de considerar a la Virgen de los Santos como Patrona de la Ciudad, aunque lo era para todos desde muchos antes.

SANTA CLARA

Formaba parte del Convento de la Purísima Concepción, correspondiente a las “Hijas de las Primitivas Damas Pobres de Santa Clara” de la orden Franciscana, fundada por voluntad y dotación de don Preafán de Ribera con la anuencia de sus sucesores y con la ejecución y protectorado práctico de San Juan de Ribera, que será quien definitivamente readapte la Casa Señorial de los Duques para Convento. Su estructura gira en torno al siglo XVI.
El Convento mantuvo su vitalidad religiosa hasta la entrada en vigor de las Desamortizaciones del siglo XIX. Vio entonces reducidas sus propiedades y, por tanto, sus posibilidades de mantener este recinto de clausura. Sin embargo, gracias a las limosnas, trabajos de repostería y bordado, malvivieron casi un siglo hasta que definitivamente, en 1949, se ven obligadas a abandonar Alcalá de los Gazules y trasladarse a Bornos.
Es lógico, por tanto, de suponer que desde la construcción del Convento debió existir una pequeña capilla u oratorio donde se desarrollaban los actos litúrgicos. No obstante, consta que en 1588 existía el monasterio pero no la iglesia.
Algo entrado el siglo XVI se abordaría la construcción de la iglesia con sus necesarios complementos de coro alto y bajo, con la supervisión general de la clarisa Sor Isabel de la Candelaria y la dirección del maestro Gabriel del Valle. Fue bendecida el 24 de diciembre de 1628. Su estilo general era churrigueresco y seguía la tipología habitual de las iglesias conventuales, conocidas con “iglesia de cajón” con una sola nave de 15 metros de largo por 8,80 de ancho, algo ensanchada en el Presbiterio, techada a dos aguas, de madera sin adornos, salvo en la parte posterior, y con coro cubierto con bóveda.
El Convento, pero no la Iglesia, fue adquirido por el Patronato de Nuestra Señora de los Santos y San Antonio en 1951 y destinado a la implantación de la SA.FA. en Alcalá. La iglesia, de titularidad eclesiástica, la usó desde 1958 el colegio para la celebración de algunos actos religiosos, hasta que en 1977 fue adquirida por las Escuelas Profesionales, siendo ese mismo año desmantelada y los altares desmontados repartidos a otras iglesias.



LA CAPILLA DEL CEMENTERIO DE SAN VICENTE

Era costumbre ancestral en las villas y ciudades cristianas medievales y modernas que los enterramientos se realizasen en los panteones, corrales, huertos…que rodeaban las ermitas e iglesias. Por supuesto, cuando se trata de un bienhechor, sí tenía derecho de enterramiento, se hacía en el interior, en un panteón al efecto, en el suelo de alguna capilla o a los pies de algún altar. Pero en general, los habitantes se enterraban en sus respectivas collaciones, pues cada ermita o iglesia abarcaba un barrio más o menos delimitado.
Alcalá de los Gazules tuvo como primitivo lugar de enterramiento el corral anexo a la Parroquia, próximo a San Ildefonso y San Vicente. Posteriormente el pueblo fue saliendo de las murallas, levantándose nuevas ermitas en cuyas proximidades era frecuente la inhumación de cadáveres. Las Ordenanzas del Marqués de Tarifa reglamentan estos enterramientos.
Tal situación se mantuvo hasta que Carlos III, por Real Cédula del 3 de Abril de 1787, prohibía los enterramientos en las iglesias. La decisión se enmarcaba en el conjunto de medidas del Despotismo Ilustrado por mejorar la salubridad de los recintos.
Por estas fechas el lugar principal de enterramientos era el huerto de la ermita de San Antón Abad (La Victoria Vieja). Sin embargo, la epidemia de 1800, la invasión francesa, el deterioro progresivo del lugar, hicieron necesario buscar un nuevo emplazamiento para Camposanto. El lugar fue la proximidad de la Iglesia de San Vicente, en la solana del Cerro de la Coracha, sobre la que no era previsible asentamiento de población. Lugar aislado, aireado y a espaldas del pueblo. Así en torno a 1820 comienza la construcción del cementerio que se denominó de San Vicente. Posteriormente, se fue ampliando con sucesivas cuarteladas laterales y centrales hasta que fue necesario ensancharlo a mediados del siglo XX, construyéndose el “patio nuevo”.
En dicho patio se levantó entonces una Capilla que recibió el nombre de Capilla del Cementerio de San Vicente. Según manifestó el Padre Barberá en varias ocasiones, la capilla además de lugar de culto, debería servir de panteón para los sacerdotes locales, incluso él manifestó su deseo de ser enterrado allí. La capilla sobre cuya fachada exterior hay colocado un azulejo de la Virgen de los Santos, contaba con un altar con una pintura sobre las Ánimas Benditas, y dos esculturas, una del Corazón de Jesús y la otra de San José, patrón de la buena muerte. Hoy está en desuso.



LA ERMITA DE SAN JOSÉ


La construcción de esta ermita debió estar vinculada al desarrollo del pueblo a lo largo del siglo XVII que es cuando comienza a desbordarse por los caminos naturales que conducían a las distintas puertas de la ciudad.
En este caso, la iglesia estaba situada frente a la Puerta Principal de la Villa (Antigua Puerta de la Villa), seguramente donde existía una cruz sobre pedestal que presidía todos los recintos cristianos. Se transforma por tanto la Cruz en Ermita creándose un recinto cerrado para el culto.
Su situación se correspondería con la parte superior de la calle Cádiz, en su confluencia con San Juan de Ribera y San José, y sus posibles restos están incluidos en las construcciones posteriores, no quedando hoy ninguna huelle exterior.
Parece ser que hasta el siglo IX el culto a San José fue privado y sólo se generalizó en el siglo XV, siendo el Papa Gregorio XV, en el año 1621 quien consagró la festividad del 19 de marzo. Más tarde, en 1870, el Papa Pío XI lo declaró patrón de la Iglesia Universal.
La Iglesia tuvo su momento de mayor esplendor en el siglo XVIII. En 1790 un Visitador manda que se traslade la Enseñanza de la Doctrina desde San Vicente, que estaba en malas condiciones, a la iglesia de San Jorge. En los inicios del siglo XIX se comenzó a labrar su ruina. En las Actas Capitulares de 1815 se indicaba que “la plazuela en que está la ermita y su huerto y el camino han quedado inutilizados, siendo necesaria su reparación”. Sin embargo, la iglesia debería estar ya bastante mal porque en el libro de visita de 1817 ya no se hace alusión a ella.
A lo largo del siglo XX hemos podido constatar numerosas imágenes dedicadas a San José en Alcalá de los Gazules (Santa Clara, Parroquia, San Francisco de Paula, Santuario, Capilla del Cementerio y Beaterio) sin que podamos precisar si alguna es la titular de la Ermita de San José.

SAN ANTONIO

Lo que hoy conocemos como barrio de San Antonio fue asiento desde al menos el siglo XVI de una de las numerosas ermitas que a comienzo de la Edad Moderna existían en Alcalá de los Gazules, que en su origen se denominó de Nuestra Señora de la Consolación. En ella a partir del año 1550 se instalaron los Padres Mínimos de San Francisco de Paula.
Sobre el pequeño recinto realizaron diversas construcciones para adaptarlo a sus necesidades, uniendo a la primitiva iglesia de la Consolación, un pequeño y sencillo convento. Sus frailes se autodenominaban “Mínimos”, es decir, tan poquita cosa que no habrá nada que lo fuera menos. Por ello se presentaban sencillos, austeros y serviciales, condiciones todas ellas suficientes para robar los corazones. En Alcalá de los Gazules no fueron pocos los que quedaron prendados con su ejemplo cristiano. Uno de ellos fue el Beneficiado de la Parroquia de San Jorge, don Alonso Cárdeno, quien en 1585 estableció con estos religiosos de San Francisco, el acuerdo fundacional del nuevo convento. Posteriormente se establecerían en la actual Alameda de la Cruz. El traslado lo hicieron los Mínimos unos 100 años después, alrededor de 1682. Con ellos se llevaron la Imagen Titular de la Iglesia, Nuestra Señora de la Consolación que contaba en esta fecha con Hermandad propia.
Tras la marcha de los Mínimos, le ermita pasó a denominarse de San Antonio, aunque algunos la recordaban como la Victoria Vieja. A partir de entonces se honró como santo titular a San Antonio. Dice la tradición que en cualquier hogar, por humilde que sea, donde se cuide un animal, nunca faltará un pedazo de pan si se invoca la ayuda de San Antonio Abad (251-356). Ello se debe al cariño y protección que mostró siempre a los animales. La imagen del santo que titulaba la iglesia se encuentra actualmente en una hornacina de la capilla del Sagrario de la Parroquia de San Jorge. Es de buena factura, estofado y policromado, fechado al menos en el siglo XVII y acompañada, como corresponde, de su cerdito negro.
Durante todo el siglo XVIII mantuvo sus cultos, predicación y catequesis, aunque bien es verdad que el resto del recinto se empleó para diversos usos, conservando los frailes victorios los derechos sobre la antigua casa, que en enero de 1716, por ejemplo, era cuartel, pagándose su arrendamiento al Padre Corrector. Sin embargo, su uso principal fue el servir de cementerio, no solo el recinto de la iglesia, sino su huerto y campo anejo. Con la llegada de los franceses el edificio sufriría un deterioro bastante grande, haciéndose progresiva y definitiva su ruina hasta el punto que en 1817 no se cita la iglesia, sólo el cementerio ruinoso que se trataba de cerrar para levantar uno nuevo donde hoy, a partir de 1821, queda como recuerdo el barrio que lleva su nombre.

SANTO DOMINGO
CONVENTO DE LAS SAGRADAS LLAGAS Y SANTO DOMINGO

El origen inicial del convento se basa en la Bula de Fundación de 26 de julio de 1498 obtenida por el V Adelantado Mayor de Andalucía y Señor de Alcalá, don Francisco Enriquez de Ribera. Sin embargo, no es hasta el 22 de septiembre de 1511 cuando se firma un convenio entre el heredero de don Francisco, Fadrique Enriquez de Ribera, I Marqués de Tarifa, con la comunidad de Santo Domingo, para la fundación de un convento en Alcalá de los Gazules. El autor del proyecto y director de las obras fue Fray Alberto Aguayo, quien traduce aquí en 1516 la Filosofía de Boecio. El convento con su cerca ocupaba una superficie de 896 varas y con otros anejos 18948 pies en total.
En los primeros años del siglo XVII se convierte en “Studia Generalia” o casa noviciado para la formación de futuros frailes. Fue también centro de estudios superiores (en el que se cursaba gramática, latín y moral) sirviendo para que muchos seglares de la comarca aprovecharan la oportunidad de aprender y acceder a la cultura. Aquí es donde aprende las primeras letras el joven Juan de Ribera, que años más tarde sería Beneficiado de la Parroquia y Arzobispo de Valencia y que acabaría subiendo a los altares.
Consta también que fue lugar de castigo. Aquí estuvo preso hasta su muerte en 1868 Fray Domingo de Valtanás, condenado por la Inquisición; fue cárcel para los dragones franceses apresados por los alcalaínos durante la guerra de la Independencia, y en 1819 sería el Coronel Quiroga quien estuvo preso por su participación en la conspiración del Palmar del Puerto. Aquí se reunió Quiroga con Vallesa, Alcalá-Galiano y Mendizábal, con los que preparó el Levantamiento de Riego, que dio origen al Trienio Liberal (1820-1823).
La Desamortización de Mendizábal en 1836 acabó con la vida del Convento. Prácticamente todo es vendido a particulares, salvo la iglesia, que pasó a manos de la iglesia diocesana, que ocasionalmente la abre al culto hasta aproximadamente 1925, en que dejaron de celebrarse actos litúrgicos, y el templo comienza a utilizarse para catequesis. En 1933 hubo conversaciones entre el Ayuntamiento y el Obispado para montar en el edificio un grupo escolar, que no cuajó. En los años de la posguerra se inicia el desmantelamiento del templo, y sus altares e imágenes se dispersan. A partir de entonces el edificio se utiliza como silo por el Servicio Nacional del Trigo hasta que en 1978 se vende a un particular, pasando definitivamente a manos del Ayuntamiento de Alcalá de los Gazules, que ha iniciado el proceso de restauración, declarándolo Bien de Interés Cultural y proyectándose para su futuro la adaptación para centro de cultura, fin que junto con el religioso compartió siempre.
El convento debió contar con iglesia, claustro, instalaciones generales, celda para los monjes, cementerio, huerto…hoy sólo se conserva parte de la iglesia.




LA VERA CRUZ

Situada en la actual Alameda de la Cruz, ocupó el vértice de una encrucijada de caminos que descendiendo desde la Antigua Puerta de la Villa se bifurcaba hacia el Prado y los Pozos.
La fecha de su construcción debe remontarse al menos al último tercio del siglo XVI, pues a comienzo del siglo XVII se tiene constancia fechada de la imagen de la Soledad, y la iglesia ya existía funcionando plenamente.
El título inicial era de la Vera Cruz y con la incorporación de la Virgen de la Soledad se amplió con carácter popular transformándose en Ermita de la Vera Cruz y Nuestra Señra de la Soledad.
Era planta de salón, amplia, bien ventilada y cerrada con cubierta a dos aguas, tenía 228 metros cuadrados.
A partir del siglo XIX la iglesia, igual que la mayoría de los establecimientos eclesiásticos se vieron afectados por las diversas medidas anticlericales de los invasores franceses, el trienio liberal y la Desamortización. La marcha de los Mínimos del Convento de San Francisco de Paula debió contribuir al abandono progresivo de la Ermita, que debió de venir arrastrando ya una situación difícil pues en el inventario de 1835 no aparece la Vera Cruz. Además para colmo en 1889 se produjo un incendio en la Iglesia que afectó a la Virgen de la Soledad, a San Juan y La Verónica, que hayamos podido saber. Seguramente el edificio se vio gravemente dañado pues en el Elenco de 1919 aparece ya como capilla cerrado al culto.
En ella se localizaba la Cofradía de la Vera Cruz, la más antigua de Alcalá. La Cruz, de mediado tamaño, era llevada en las manos por un sacerdote en su salida procesional, que se producía en la anochecida del Jueves al Viernes Santo. Este Cristo gozaba de una veneración especial en el pueblo y su culto antecedía a la venida de la Virgen de los Santos a Alcalá de los Gazules.

SAN SEBASTIÁN

“Del hambre, la peste y la guerra, líbranos, Señor” era la oración más frecuente en los labios de nuestros antepasados medievales y de la Edad Moderna.
En lo tocante a las epidemias, el Santo invocado es San Sebastián. Por ello era frecuente que en las afueras de las murallas de las ciudades y pueblos, y en lugares altos y aireados, se establecieran lazaretos donde eran destinadas las personas afectadas por algunas de las múltiples enfermedades infecto-contagiosas imposibles de controlar en aquellas épocas, salvo con el aislamiento de los afectados.
En Alcalá de los Gazules, el lugar tiene un cerro situado hacia el este de la localidad, en el camino de Los Pozos y conocido hoy como barrio de San Sebastián. Allí, bajo la protección del Santo, se levantó una ermita, ya desaparecida, que sirvió de auxilio y consuelo a los alcalaínos.
Actualmente se conserva en el Altar Mayor de la Parroquia de San Jorge una imagen de San Sebastián, desnudo, atado a una columna y atravesado el cuerpo con las flechas, símbolos de su martirio.
Posiblemente, como señores primero y duques después, los Riberas intervendrían en su construcción, máxime cuando algún miembro de la familia tuvo especial devoción al santo, como el I Duque de Alcalá, Preafán de Ribera, que trajo desde Italia (fue Virrey de Nápoles) una tabla pintada con la imagen de San Sebastián, según se recoge del Libro primero de mandato de Visitas, con fecha 26 de marzo de 1588. Esta tabla, situada en el Altar de la Merced de la Parroquia, es de gran valor artístico y representa la primera imagen en la que aparece la flecha como símbolo del martirio, aunque vestido con traje militar a la moda bizantina. A partir del cuatrocento el santo aparecerá desnudo y asaeteado, como este de la Parroquia, este cuadro parece ser el punto de unión entre las representaciones más antiguas vestidas y con la corona como símbolo del martirio y las posteriores, desnudas y asaeteadas.

LA BASÍLICA VISIGODA DEL CARACOL (LOS SANTOS NUEVOS)

El año 1800 vio desarrollarse en Alcalá de los Gazules una de esas graves epidemias que diezmaban la población y hacían a muchos de sus habitantes buscar la inmunidad en el campo. En este ambiente de temor, cualquier novedad representaba una esperanza.
En los primeros días de Octubre de 1800 un labrador llamado “Tío Zarco”, encontró una piedra con unos signos que no pudo entender en el “Cerro de la caballería del Caracol”. El 13 de octubre el padre dominico Fray José de Ayala observó los signos que estaban visibles y organizó al día siguiente una excavación que dejaron a la luz un pedestal cuya inscripción es:
+ IN NOMINE DNI HIC
SUNT RECONDITE RELIQUE
SCOR SERVAND GERMANI
SATVRNINI IUSTE TUFINE
MARTIR ET IOANI BABTISTE
SUB D NNA. IYNLAS
ANNO XXXIII DOMNI
PIMENI PONFITICIS
ERA JCC
AERA 700
P.C. 662

En el nombre del Señor aquí están depositadas las reliquias de los Santos Servando, Germán, Saturnino, Justa, Rufina Mártires y Juan Bautista en el día noveno de las calendas de junio del año XXXIII del señor pimenio como pontífice en el año DCC de la Era.
Se trata del epígrafe más reciente entre los encontrados de este obispo Pimenio que ocupó la sede de Medina Sidonia en la segunda mitad del siglo VII de nuestra era, y que es bien conocido por dedicaciones similares realizadas en Salpensa (Cortijo de Facialcázar, cerca de Utrera), Medina Sidonia y Vejer (ermita de San Ambrosio). Parece que su actividad fundacional consistió en muchos casos en la colocación de reliquias de santos en edificios ya existentes, dejando grabada la inscripción en cualquier pieza romana en desuso; así ocurre en Medina y Vejer, y parece que es el mismo caso que de Alcalá, aunque aquí las descripciones del edificio y las tumbras parecen indicar un edificio levantado en esas fechas.
El fraile envió avisos a las autoridades civiles y eclesiásticas que se presentaron a los pocos días acompañados por el arquitecto don Pedro Albisu que andaba por allí en otros encargos. Éste reconoció la importancia y antigüedad del pedestal de los que trasladó los informes oportunos, y se dedicó a iniciar a sus expensas la excavación completa de las mismas.
La inscripción que recoge el pedestal y los personajes que movieron el proyecto, hace pensar, no con mucha fantasía, que las excavaciones se llevaron a efecto, no con la intención de dar a conocer un retazo de nuestra historia, sino con la pretensión religiosa, no por ello menos valedera, de descubrir las sepulturas de los santos patronos de Cádiz. Ello condujo a la paralización de la obra, cuando se comprobó que de ser así, cosa que no del todo probable, estarían allí sepultados también todos los demás santos que recoge la inscripción. A pesar de todo, el esfuerzo sirvió para darnos a conocer la basílica y la existencia de un cementerio romano-visigodo, de cuya memoria algo queda y mucho por descubrir.
La basílica de Alcalá de los Gazules fue consagrada, según reza la inscripción, en el año 662 por el obispo Pimenio. De la iglesia se conservan dos planos. Uno figura en la sección de planos del Archivo Histórico Nacional, realizado por Albisu y el otro fue realizado por el Semanario Pintoresco Español en un artículo sobre la citada iglesia; datos recogidos por Helmut Shlunk artículo “La Basílica de Alcalá de los Gazules”, de la que trascribo los datos arquitectónicos siguientes:
Se trata de una diminuta basílica de tres naves. Una central de 2,20 metros y dos laterales de 1,10 metros. La longitud de las naves es de 6,30 metros. La anchura total es en el interior de 5,50 metros, de modo que corresponden 1,10 cimientos de los paredones, que están insertados en la nave central y laterales para servir de basamento a las columnas o pilares de éstas.
La absoluta igualdad de las medidas de las naves laterales –cuya anchura corresponde exactamente a la mitad de la nave central- hacen probable que se trate de una construcción independiente sobre la que se han adosado las construcciones, que terminan en un ábside llano y los recintos que constituyen ampliaciones posteriores.
La basílica era empleada como sepulcro. Tenemos, pues, una diminuta iglesia de tres naves que casi corresponden a un cuadrado (5,50 x 6,30), un ábside relativamente grande (2,20 x 2,30). Llama la atención lo extraordinariamente estrecho de la entrada del ábside que sólo tiene 50 centímetros de anchura. Nada sabemos acerca de la construcción de la basílica, aunque sería lícito suponer que algunos soportes –columnas o pilares-, separaban la nave central de las laterales. Probablemente habría que suponer dos de tales soportes en cada lado.
La excavación de Albisu dio comienzo en el lugar en el que anteriormente apareció el altar con su inscripción, fechada el 5 de junio del 662 y el lugar del hallazgo autoriza a suponer que pertenece a la basílica, con lo que adquiere así una fecha fija. Con ello aumenta considerablemente la importancia de la modesta planta.
El anejo lateral –que probablemente podemos situar en fecha posterior, es decir, después del año 662-, acaso pueda considerarse como segunda pequeña basílica, que fue construida junto a la primera.
El ábside –no nos dice el plano en qué anchura se abre hacia la nave- termina por dentro y por fuera en un segmento de arco, de lo cual no se han encontrado precedentes o paralelos en la arquitectura visigoda.
En todo caso, puede decirse que estas dos partes sirvieron de sepultura en la segunda mitad del siglo VII. Aunque nada se haya conservado de los objetos encontrados en las excavaciones, el arquitecto menciona una serie de redomas de barro, restos de hierro, y, en un caso, una pequeña cruz que fueron colocados como ofrendas funerarias.
Las medidas de nuestra basílica son extraordinariamente reducidas, probablemente las más pequeñas de todas las iglesias visigodas hasta ahora conocidas. El hecho de que fuera empleado un cipo romano como altar, permite deducir que tampoco fue muy rico el resto de la decoración, y que para ésta se empleó, posiblemente, material ya utilizado.
Los restos humanos aparecidos en las fosas que parecen inmediatas a la cabecera de la iglesia, llamaron poderosamente la atención a sus descubridores por su aparente relación con la nómina de mártires contenida en el pedestal. La del lado del evangelio contenía dos cadáveres de adultos, la central dos de pequeño tamaño, que entonces se interpretaron como de mujeres, por tener los dientes gastados, y la del lado de la epístola los restos incompletos de un adulto de gran tamaño. Junto a los cadáveres había algunas piezas de cerámica y una copa de vidrio conteniendo una extraña sustancia que se interpretó como sangre de los mártires. Todo esto se guarda en el relicario de la parroquia y puede identificarse con facilidad. Faltan otros restos como los de la tumba número 12 donde se halló una cruz pectoral que hizo pensar que se tratase de la tumba del propio obispo Pimenio, y los de las tumbas siguientes que fueron excavadas por Albisu tras el abandono de la corporación municipal, así como una extraña pieza de la que dice Albisu: “Un suntuoso pedestal que indicaba el triunfo de algún pueblo”, y de la que se han perdido las pistas.
Para los excavadores estaba claro que en la primera tumba estaban los huesos de San Servando y San Germán, en la segunda los de Santa Justa y Santa Rufina y en la tercera los de San Saturnino, por parecer demasiado arriesgado pensar que hubiera llegado aquí el cadáver completo de San Juan Bautista. Para cualquier religioso o conocedor de las tradiciones cristianas, esta teoría resultaba difícil de admitir, puesto que el lugar normal de las reliquias habría sido la pequeña cavidad de la parte superior del pedestal, y difícilmente habría conseguido Pimenio arrebatar a la sede sevillana los cadáveres completos de mártires tan señalados. Pero hay un argumento que resultó decisivo para la opinión de muchos, aunque se olvidara bien pronto, y es que uno de los cráneos encontrados en la primera tumba presenta claramente las señales de haber sido decapitado. Los estudios antropológicos realizados recientemente permiten identificar a un hombre de unos sesenta o más años, que ya había sufrido una fuerte contusión en el cráneo, de la que había sanado, y que fue objeto de dos profundos cortes sucesivos en el cráneo producidos por un instrumento de ancho filo, quizás un hacha, que podrían corresponder a una decapitación.
La interpretación de 1800 tenía por tanto una base aceptable, sobre todo si se piensa que el hombre se había enterrado en el lugar preferente de la iglesia, ocupando posiblemente el primer enterramiento posterior a la fundación. Los datos antropológicos coinciden bien con lo que conocemos de la vida de San Servando y San Germán, dos santos varones emeritenses, perseguidos y torturados en su juventud, que fueron decapitados, siendo ya adultos, en el traslado desde Mérida hacia la Tingitania, es decir, el Norte de África. Independientemente de la autenticidad de las reliquias hay que pensar que la decapitación de los santos debió realizarse más bien en el camino de Sevilla al puerto de Barbate, donde se encuentran las inscripciones con sus reliquias, que cerca de Cádiz, ya que este puerto había perdido mucha de su importancia en la baja romanizad. Que el obispo Pimenio hubiera logrado trasladar al lugar del martirio los restos de San Servando, que en tiempos de San Isidoro se conservaban en Sevilla, es hasta cierto punto aceptable, y esto equivaldría a localizar en los Santos Nuevos el “pago ursiniano” que sin mayor base se ha situado desde el siglo XVII en el Cerro de los Mártires, de San Fernando.
Aunque difícilmente se podrán comprobar estas teorías, parece conveniente reinvidicar lo razonable de las conclusiones de Albisu, especialmente porque el cráneo conservado en Alcalá puede ser actualmente la reliquia de un mártir cristiano más segura que se conserve en todas las iglesias de España. Corresponda o no a San Servando, se trata de un personaje muerto con violencia y al que se reservó el lugar preferente en una iglesia edificada a los pocos siglos del fallecimiento de estos mártires, cuando la tradición ininterrumpida de los cristianos de entonces aún podía señalar con exactitud tanto los auténticos restos como el lugar exacto del martirio.

LA IGLESIA VISIGODA DEL CORTIJO DE LA HIGUERA

Huebner en su obra Inscripciones Hispaniae Chistianiae, cita la iglesia cristiana más antigua localizada en Alcalá de los Gazules hasta este momento.
Se trata de una ermita visigoda, situada en el Cortijo de La Higuera, consagrada por el obispo Pimenio hacia el 657 p.C. Según reza la inscripción encontrada:

RELIQUIAE SCORUM
JOANNI BABTISTE
EULALIE JUSTE RUFINA
ET FELICI.
MARTIRIUM. DEDICATA EST HEC
BASILICA-A PIMENI AUTISTITE
SUB D VIII KAL DAS JUNIAS
ERA DCLXXXXV

Reliquias de los santos Juan el Bautista, Eulalia, Justa, Rufina y Felix. Mártires. Dedicada esta iglesia por el obispo Pimenio en día octavo de las Kalendas de junio, era 695.
Esta basílica se encontraba situada a unos cuantos kilómeteros al este de los Santos Nuevos, donde en 1800 se descubrió la segunda iglesia visigoda de Alcalá.






Jaime Guerra Martínez
Apuntes Históricos y de Nuestro Patrimonio
Alcalá de los Gazules, año 2001

El tiempo que hará...