lunes, 17 de noviembre de 2008

DECIMO VUELO DE CUESTA ARANA: La Frustración

Vivía Diego Florín Valencia en los altos –o sea, el altillo- del Pozo Arriba. Un castillete blanqueado a poco más de un tiro de honda del pueblo. En la parte de abajo reinaba un aljibe de agua fresca; una fábrica de humedad y verdín. La vivienda era un cubículo, no más de seis metros cuadrados, espacio para la camilla de tubo, el infiernillo de petróleo; dos sillas de las huertas y una mesita de pino flandes. En las paredes descalichadas, una estampa de la Virgen de los Santos en blanco y negro, por un lado, y por el otro, la presencia exuberante de una chica envuelta en gasas, un toque sensual, regalo de las bodegas Sanatorio.
Diego Florín Valencia, bajete de cuerpo, una pavesa, pelambre de púa que mostraba airoso y gentil a la concurrencia. “El hombre debe ser honesto y haya”, frase críptica que solía decir al referirse a los melenudos a los que odiaba en cuerpo y alma.
Diego Florín Valencia, misógino, solterón, de “nativitate”, más por razones económicas que por otra cosa: “A mi no me administra ni administra ninguna mujer”, decía inyectando los ojillos pardos de orgullo principal. Y no le administraron, no. Aunque el hombre es pura contradicción, según es cosa notoria y sabida, razón por la que Diego Florín Valencia me contaba que cuando era nuevo, en los tiempos de zagalón, tuvo una novia muy aparente, pero aquello duró poco, se enfermó del pecho y la pobre echa un suspiro voló para siempre. Luego, a la corrida de los tiempos, al hombre que vivía solo en un pozo, ya otoñal, con Franco dando la boqueada, sentada en un banquillo en Cádiz le salió un apaño, encontró una vieja, sola como él, “todavía fresconata” y resolvieron los dos irse a vivir juntos al Pozo de Arriba. Pero cuando fue el hombre a recogerla, el banquillo estaba vacío, luego se supo que una cosa mala en el corazón había llegado antes que Diego Florín Valencia. Y fue así como aquel hombrecillo honesto y haya se quedó sólo para toda la vida, con una obsesiva frustración quemándole el pecho: el no haberse subido nunca a un avión. Unas veces por el tiempo y otras –las más- por el dinero, pero el caso es que, por fas o por nefas, ocasión nunca hubo de echarse al aire. No pasa una vez, que, en oyendo el ruido inequívoco de un avión, atravesando el cielo, esté donde esté, al hombre se le vuele también la mirada al cielo.
Una vez –es la voz de Diego Florín Valencia- estuve ahorrando, en la siega (donde hizo de todo de manijero a aguador), para ver si podía ir aunque fuera en un viaje de ida y vuelta a Madrid en avión, pero siempre, a última hora se presentaban otras necesidades y se “cachifundía” todo. Pero ahora, ya ves, que tengo el dinerillo ahorrado, ya no se le apetece a uno volar. Si de nuevo no voló uno ya pa qué va uno a volar. Lo mismo que dicen los antiguos que la tormenta agria la leche, el tiempo lo agua a uno igual, igualito. Y es malasombra porque a uno le ha cantado siempre la gallina en vez del gallo ¿comprendes?. Y mira que duermo con la cabecera mirando al Norte, pero, parece que a uno, como a los gatos, la mala suerte le ha untado las patas con aceite para que no se vaya de ella. Y digo yo: ¿No habrá tenido uno la mala suerte en el tejado por haberse empicado de chico a mecer una cuna vacía? En la vida de uno parece que siempre ha estado aullando un perro. Y mira que tengo verrugas en el cuerpo, que es buena señal, pero nado, por mi puerta siempre pasó de largo aquello de hombre con verrugas, hombre de fortuna. Toda la vida me anduve listo con no sentarme nunca a la sombra de una higuera, porque dice la gente vieja, que en ese árbol fue donde se ahorcó Judas. Ni nunca pisé el carbón porque también es malo; ni tiré el pan; ni derramé el aceite, ni la sal; ni tuve tórtolas en la casa. ¿Qué sé yo...!”
Diego Florín Valencia, remueve con la paletilla el brasero, es invierno, el vientecillo del Norte aprieta fuerte y prosigue el monólogo: “¡Mira que me gustan a mi los aviones! ¡Al perder!. Hasta libros he leído de aviación. En un librillo que se titulaba “50 Aniversario de la Aviación”, que me encontré en el muladar, decía que los primeros que volaron en un aparato fueron dos hermanos, eso fue en la extranjería, en el año 1903. Y ya desde allí para acá empezaron los aviones a funcionar; dicen que en aquellos tiempos los asientos de los aparatos eran de mimbres y que uno podía abrir la ventanilla, como si fuera la Valenciana de Algeciras para ver el paisaje. ¡Qué mérito tenían los ‘joios por culo’ pilotos aquellos que gobernaban los aviones! ¡Qué mérito!”.
Diego Florín Valencia, toda una vida pendiente de un vuelo, pero las fatiguitas de la vida abortaron, una y otra vez, tan anhelada travesía por el aire. Nunca tuvo miedo a volar. En la coyunda apretada de la noche, con el candilazo en el horizonte, presagio de lluvia al amanecer, se autoconsolaba el hombre –y que remedio- recordando que de niño el maestro don Santos, en la escuela, refería el mito de un hombre llamado Ícaro, que voló a los cielos provisto de unas alas de cera virgen, pero el sol las derritió y se pegó el costalazo. El sufrimiento de la vida le puso al hombre que vivía solo en el Pozo de Arriba, alas de cera, que el desengaño las fue derritiendo aquí abajo, en la tierra, donde está el huerto sembrado, sin ver en vida el sueño de no remontar el aire más allá de donde llegan las copas de los chaparros del Lario.
Vuela el pájaro, vuela el pez, vuela la ardilla. Tierra, mar y aire. Pero Diego Florín Valencia nunca voló, cuando pudo, era ya tarde: se le habían averiado las alas. Nadie, ni nada le ayudó a salir del laberinto de la existencia, ni diosa que lo liberara; ni nadie puso sobre sus espaldas de niño alas de pluma y cera. A Diego Florín Valencia nunca se le hubieran derretido las alas. Nunca se hubiera acercado como Ícaro tanto al Sol. Era de poco conformar: con un billete de Iberia se hubiera engordado el sueño. Al final se dio cuenta el hombre de lo feo que resultaba un viejo con alas, aunque fueran de cartón. ¿Ha visto alguien la estampa de un ángel viejo? Diego Florín Valencia era un ángel viejo. Un carcamal con alas. Un ángel lleno de arrugas y malaleche; de faz retutumida. Los ojos de palodú y vinagre. Era un ángel viejo y desconfiado que se colaba en los circos rebujado entre los chiquillos. Un angelillo zangón y rabijudo, que cada tarde, al lubricán, le echaba un chorreón de agua a las albahaca de la ventana. Y de vez en cuando la alegría de ver en el cielo azul un trazo largo de tiza blanca que deja un avión supersónico al pasar.
Aquel ángel matusalén, una mañana, sintió recia punzada en el pecho, ruido y asfixia. En el primer salivazo se vio venir el calio, el mal aire, el vuelo negro. Que ya está avisada la campana gorda en la Plaza Alta. Entre dos luces, Diego Florín Valencia tuvo tiempo para soñar un último cuento: “Peter Pan (voz en off) era un niño, que no crecía y que no necesitó nunca alas para volar. Vivía en el país de Nunca Jamás y tenía como amiga a un hada diminuta llamada Campanilla, capaz de hacer volar a quien rociara con el polvillo mágico de sus alitas. Y sucedió que...” Diego Florín Valencia, sonrió con los ojos, con la boca que ya no podía, y los cerró, y, en ése mismo instante la azafata había indicado: “abróchense los cinturones. Y el avión enfiló el cielo para arriba”.
Nadie le tiró una fotografía, al primer –y último- avión que tomó Diego Florín Valencia, un día sordo, en que el gallo del vecino cantó a media noche, a deshora, y mudó el tiempo.


Jesús Cuesta Arana

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Jesús, soy un alcalaíno viviendo en la capital desde hace mucho tiempo, pero lo que te quería decir es que me ha impresionado tu historia DECIMO VUELO. La Frustración, me ha hecho recordar mi infancia y ese aire bucólico y fresco que utilizas en la narración, me recuerda mucho al Sr. Berenguer, te animo a seguir escribiendo así para el deleite de los alcalaínos.
Gracias y saludos de Fernando.

Anónimo dijo...

Es una historia muy bonita y me trae grandes recuerdos. Puede ser este hombre un señor bajito, con gorra que trabajaba en los años 70 en la carretera de patriste, a la derecha, pasada la somailla, me parece que guardando ganado. Soy de alcala y por esa fecha me movia mucho por esa zona.

El tiempo que hará...