domingo, 31 de octubre de 2010

EVOCACIONES ALCALAÍNAS

52.- EL CEMENTERIO

Muchas tardes, al salir de la Escuela, nos íbamos a coger hojas de morera al cementerio para la cría de gusanos de seda. Traíamos un buen manojo y se las íbamos echando cada día para que crecieran y se enfundaran en sus mallas de hilos de seda. Los gusanos la roían con avaricia, abriendo en las tiernas hojas grandes agujeros. A los pocos meses, se encerraban en sus capullos y, más adelante, salían para transformarse en mariposas que ponían ristras de huevecillos. Finalmente, se metamorfoseaban de nuevo en gusanos.

Los criábamos en cajas de cartón que nos daban en la tienda de tejidos de Bartolo Visglerio, cerca de la Alameda. Le abríamos unos boquetes a la tapa de arriba para que no se ahogaran. Era curioso ver a los chavales con sus cajas cambiando gusanos, durante una etapa que duraba varios meses, hasta la producción del capullo. Nos decía don Manuel que la producción de la seda la trajeron a España los moros y de aquí pasó a Francia y a Inglaterra. En primavera comenzaban a enclaustrarse en sus capullos de seda y, en verano, rompían el capullo y aparecían las palomas para poner los huevecillos.

El cementerio de Alcalá está cerca de la altura que hoy ocupa el mirador sobre el “Prao” y el río Barbate. Una cancela de hierro deja ver el interior de los patios donde se sitúan aún los nichos y las tumbas. Siempre estuvo bien cuidado, con un camino de flores que aparentaba un jardín. Pero ahora ha mejorado extraordinariamente, de manera que tanto el camino como el recinto, no se parecen a aquella evocación que rememora.

Una tarde, víspera del Día de Difuntos, se fueron a coger hojas y se detuvieron más tiempo del debido. El camino del cementerio era una auténtica procesionaria de gente que no cesó en todo el día. Se hizo de noche y, desde los árboles, vieron algunas luces sobre las tumbas. A uno se le ocurrió decir que los muertos se levantaban de noche, salían de las tumbas y encendían velas. Cundió el miedo, nos bajamos de los árboles y subimos corriendo el camino de San Vicente hasta la plaza Alta. Bajamos a la Alameda en un suspiro.

Más tarde, cuando oyeron las campanadas de la noche de Difuntos, supieron que mucha gente había ido aquel día a llevar flores y a encender “mariposas” en las tumbas. La mariposa era un vaso de aceite con unas velitas de cartón y un pabilo que duraba muchas horas. La dejaban encendida, en el pretil del nicho o sobre la tumba, hasta que consumían el aceite. En todas las casas había una mariposa para iluminar la capillita de la Virgen de los Santos que visitaba a las familias. También servía para iluminar cuando se iba la luz eléctrica, lo cual sucedía con frecuencia.

Según Jaime Guerra, ahí estuvo situada, frente al postigo que se abría en la muralla y el camino de la izquierda que conduce al cementerio, la antigua parroquia de San Vicente. Se cuenta que, en 1350, se veló en ella el cadáver del rey Alfonso XI el Justiciero (1312-1350), muerto en el sitio de Gibraltar víctima de la epidemia de la peste. Ejerció como parroquia, hasta que en 1520, por bula de Clemente VII, quedó refundida con San Ildefonso y San Jorge. No obstante, parece que siguió abierta hasta 1787, aunque en 1790 se inicia su declive y, a fines del siglo XIX, se sigue mencionando como iglesia. De sus imágenes, ornamentos y demás objetos de culto no hay referencias y sólo existe San Vicente que, en 1919 se sitúa en la iglesia de Santo Domingo y, en 1962, estaba en una hornacina de la iglesia de la Parroquia y, actualmente, tras el altar mayor.

Era costumbre muy antigua, en las villas y ciudades cristianas medievales, que los enterramientos se hicieran en los corrales y huertos que rodeaban las ermitas e iglesias. En cada barrio solía haber una ermita y, en ella, un cementerio para los difuntos del barrio. El primitivo cementerio de Alcalá de los Gazules fue el corral de la parroquia, próximo a San Ildefonso y a San Vicente. Cuando el pueblo fue saliendo de las murallas, se levantaron nuevas ermitas con nuevos cementerios, bajo las ordenanzas del Marqués de Tarifa.

Así se mantuvo hasta que Carlos III, en abril de 1787, prohibió los enterramientos en las iglesias por higiene y salubridad de los recintos. Por estas fechas, el cementerio era el huerto de la ermita de San Antonio Abad (La Victoria Vieja). Pero la epidemia de 1800, la invasión francesa y el deterioro del lugar exigieron un nuevo emplazamiento para el camposanto. El nuevo lugar fue la proximidad de la iglesia de San Vicente. Según el padre Barberá, la capilla, además de lugar de culto, sirvió de panteón para los sacerdotes de la localidad.

El actual cementerio de Alcalá es un recinto digno, perfectamente cuidado y bien atendido. Su situación es excelente, ya que ocupa uno de los lugares más altos de la ciudad y está perfectamente aireado. En muchas ciudades, los tanatorios han sustituido a los camposantos y, para guardar las cenizas, se están erigiendo los modernos columbarios. El columbario era el cementerio de los antiguos romanos, donde un conjunto de pequeños nichos acogían las urnas cinerarias. El columbario o palomar y las palomas eran el símbolo de la paz, donde los difuntos tenían un descanso eterno.

JUAN LEIVA

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