miércoles, 26 de septiembre de 2012

EL OJO EN LA MIRADA





CUANDO VOLARON LOS ANGELITOS NEGROS

                                                                                                  
 DEDICATORIA:

A la memoria de Pedro Fernández, ya en el reino de los buenazos, que tampoco se perdió a Antonio Machín la noche que cantó en Alcalá. Según refererimos más de una vez.

Alboreaba la señalada década de los sesenta. Los tiempos eran vencejos al vuelo, de lo rápido que cruzaban por los mundos. Poco a poco se iban mudando las costumbres. Se palpaba en los anuncios. La gente –por influencias foráneas- empezaban a desmelenarse, con el consiguiente disgusto de la gente seria y de orden y de los adalides de la moralina vaticana. El turismo llegaba con sus perversas costumbres; pero el régimen se hacía la vista gorda: dejaban buenas divisas. El negocio ante todo. La vieja moral se tapaba los ojos  pero abría los bolsillos. España empezaba a ser diferente, según el eslogan. El typical spanish engloriaba,sobre todo a las suecas –las nuevas valkirias; pero con propósitos menos épicos que las viejas deidades nórdicas– que se ponían como salmonetes en las playas seducidas  por el latin lover de turno. La gente empezaba a enterarse de las cosas. En los bares de los pueblos y en las comidillas se comentaba los lances del universo mundo y entre dientes se comentaba – aunque  muy primariamente– temas de alta política pero siempre referidos a  más allá de los Pirineos. Kennedy o la boda de la plebeya Fabiola con un monarca sosón se llevaban la palma y lo de Fidel Castro en Cuba. El panorama se trazaba con los teleclub una forma democrática de poner la televisión –como el NODO– al alcance de todos los españoles con el bolsillo lleno de aire. El serial   Ama Rosa hacía llorar hasta las cebollas. Un dramón que atenuaba el  otro dramón de la posguerra todavía reciente. La  OJE militarizando a los niños, en una suerte de entrenamiento para la mili. Empezaban los guateques por obra y gracia del tocadiscos. Marisol y Joselito a todas horas. Todos los niños –carne de tebeo– se sentían Zipi  y Zape. Los cromos de Puskas, Kubala, Di Stefano, Pelé..., ocultos en las tabletas de chocolate Nestlé. Tímidamente se va abriendo cierto desarrollo que iban a culminar con la tecnocracia. Llegan los Beatles y languidece en las sombras la copla y el bolero, que fue una especie de escuela para aprender a querer y a vivir. Un punto romántico en medio de un piélago de estrecheces y cartillas de racionamiento que ya fueron quemadas por la historia. El pueblo abundaba en la necesidad de mitos. Por eso la noche que actuó Antonio Machín en el Cine Andalucía en Alcalá de los Gazules, todos queríann verlo de cerca. Querían  ver y vivir  aquella voz intangible hasta el momento en las ondas de la radio.  Machín tenía un serio competidor en otra estrella morena: Nat King Kole. Dos voces negras pero de distinto color. Uno era Yanqui y el otro cubano. Eso decía mucho. La voz de Nat se prestaba más, con su particular deje para el baile de sociedad, de salón o al glamour. Mientras que la voz de Machín  era  más popular, de guateque de secano con vetas casamenteras. Machín, fue un mito que desafió a varias generaciones –desde el albor de la dictadora a la  flamante democracia–. Los cambios de mentalidad no influyeron. Su son caribeño no se apagó nunca hasta el último respirar. (Le doblan las campanas en al año 1977 de mala enfermedad en los pulmones). De modo que la noche que llegó Antonio Machín a Alcalá de los Gazules para su única actuación en el Cine Andalucía todo el pueblo se despobló. “Vamos a ver a la voz de la radio”, solían decir en  una deliciosa expresión superrealista. Las veredas que  daban al campo era un hervidero. En todas las rutas se marcaban la huella de herradura y el trasiego de la música de talón. La siembra y el ganado podía esperar. Un enorme cartel de Antonio ín cubría gran parte de la fachada del Cine Andalucía. Entremedio de la cola de la gente dispuesta al  presenciar el prodigioso espectáculo, se notaba la imponente presencia de Curra la Gitana. Que al ver tan descomunal retrato pegado a la pared exclamó: “ Ojú, el gachó es más negro de lo que lleva uno sufrío” (Risas). Gallinero, anfiteatro y butaca a tentebonete. Murmullos de expectación. La enorme cortina roja se va abriendo poco a poco, mientras una cenefa de luz que circundaba el escenario va cambiando de color. La  atmósfera  contrariaba al frío de la calle. El que suscribe estaba allí en el gallinero, junto a un grupo de maletillas, entre ellos al inolvidable Aurelio Núñez, torero linense, que llego a tener luego en el toreo cierta importancia. A la llegada del invierno  hasta la primavera el paisaje alcalaíno se transformaba con tantos soñadores sueltos, muy pocos señalados por la fortuna. ¡“Señoras y señores con ustedes Antonio Machín” ! Suena la orquesta en el proscenio con  trajes llamativos. El aire se remueve al son de El manisero. En esto aparece Machín. Apoteosis. ¡¡¡Machín en persona!!!. Se mezclaban los aplausos con las miradas curiosas. El ídolo estaba allí. El mismo que cantaba la canción del Cola Cao. Aquello de “Yo soy  aquel negrito del África tropical...” Increíble. A escasos metros con su vistoso traje color café con leche, solapa carmesí y linea del mismo color en  pantalón muy holgado para disimulo de unas piernas con pronunciado arqueo. No tardó en llegar el grito zafio desde los confines del gallinero: “ ¡¡¡Machín, que te cabe una pelea de perros en medio de las piernas!! Lo triste es que la mayoría de la gente rió la basta e inoportuna ocurrencia. En aquellos instantes  cantaba –lo recuerdo perfectamente– Madresita del alma querida. El hombre después de quedar en suspenso por unos instantes, demudada la faz, encendiendo una sonrisa más amarga que otra cosa y prosiguió la canción curiosamente en el punto que la había detenido. Ante aquel indeseado incidente el público lógicamente se puso al lado del ídolo que demostró una elegancia y talante especial, que fue unos de los distintivos de su larga vida en los escenarios y en la calle, según consignan las biografías . De repente el público enardecido se conjuntó en un solo grito:¡¡¡ Angelitos Negros!!! ¡¡¡Angelitos negros!!!  Machín, regular la estatura, de faz alargada, pelo de borreguillo; prognato el mentón, escurrido de carnes, mirada de furia negra pero algo tristona accedió  a la unánime petición, como en los discos dedicados, pero ésta vez en directo a cantar el primer alegato –según propia confesión– antirracista que suena en un escenario: Aunque la virgen sea blanca,/ píntame angelitos negros,/que también se van al cielo /todos los negritos buenos.   O ésta otra estrofa: Pintor, si pintas con amor /por qué desprecias tu color /si sabes que en cielo también los quiere Dios. Nadie a pesar del mensaje tan claro no reparó en el asunto. Se entendió mas como una sugerencia que protesta. No estaba la cosa todavía para mayores interpretaciones. Simplemente a un “pintor de santos y alcobas” se le olvidó pintar a los pies o en el rompimiento de gloria de La Virgen angelitos negros. Eso era todo.  Fallo u olvido de un artista sin mayor trascendencia. Todavía se leía poco –entre una cosa y otra– entre líneas. Acabada la función, seguido por una  caterva de chiquillos el cantante cubano  abandonó el pueblo, otro lugar más en la cuenta. A través del cristal del automóvil negro se  pudo ver una última sonrisa blanca, en una faz de sombras. Luego todo el mundo volvió a su sitio. Al día siguiente Machín otra vez en la radio  aliviando penas, sudores y dando candela a nuevos amores. “Se vive solamente una vez,/hay que aprender a querer ya vivir...” Una voz de fondo que duró en la realidad, lo que dura un sueño. Mientras en el cielo lucía la luna carirredonda y tres hombres, tres astronautas americanos a pocos años volarían y entraban en ella. Volaron aquellos  angelitos negros. Volaron. Solo quedaba en aquella atmósfera gris muy cuajada de sombras tomar papel y cuatro lápices y dibujar el recuerdo. E imaginar a Antonio Machín con las maracas  en medio de un turbión de angelitos de todos los colores. Todavía hay mucha gente y malos gobernates –y no son pintores precisamente– que se olvidad de pintar angelitos negros. Las noticias de cada día lo cantan.  Toda la gente marcada y herida por la pobreza –sin importar el color– son angelitos negros.

Jesús Cuesta Arana
Alcalá de los Gazules



1 comentarios:

Juan Cuesta dijo...

Estupendo articulo.Me ha transportado a mi dura infancia.Tienes una exquisita sensibilidad tanto para escribir como para las artes plásticas.Te deseo lo mejor.Aunque hace más de cuarenta años que no nos vemos.Soy tu primo Juan,cuarto hijo de tu tío Antonio Cuesta Carrillo. (q.e.p.d.) Un Abrazo.

El tiempo que hará...