MI SOPORTE ROTO
Los
humanos llegamos al mundo con un amigo inseparable que nos acompaña toda la
vida; es nuestro cuerpo, el soporte de nuestra personalidad. Desgraciadamente,
muchas personas apenas dan importancia a este amigo inseparable protagonista de
los momentos más felices de nuestra existencia y, a veces también, de los más
trágicos. Sin embargo, muchos padres se desentienden en este aspecto de los
hijos, sin cuidar de que sus cuerpos estén perfectamente preparados para
recorrer el camino. Esos descuidos se pagan caros más adelante.
La
estructura que se nos entrega, en la primera configuración de nuestra vida, es
una virguería, una formidable obra de arte. Los imagineros y escultores no
acaban de sorprenderse ante la irrepetible figura de la persona humana. Un niño
llega a la vida con 300 huesos
perfectamente organizados para realizar misiones impresionantes. Éstos,
repartidos por todo el cuerpo, se distribuyen por la cabeza, tronco y extremidades. A su vez, están organizados por
distintos niveles jerarquizados, compuestos de aparatos, y de órganos formados
de tejidos y conformados por células compuestas de moléculas.
Ese
cuerpecillo posee cincuenta billones de células agrupadas, las cuales organizan
aparatos o sistemas locomotores, -musculares y óseos-, respiratorio, digestivo,
excretor, circulatorio, endocrino, nervioso, reproductores. Sus constituyentes
son hidrógeno, oxígeno, carbono y nitrógeno. Estos se unen entre sí para formar
moléculas, como el agua, u órganicas, como los glúcidos, lípidos, proteínas,
que convierten al ser humano en una extraordinaria, compleja y perfecta
máquina.
Pues
bien, después de haber caminado 80 años con mi soporte en estrecha compañía,
hace poco más de un mes, realizando senderismo en Alcalá, sufrí una caída
camino del Picacho. Sobre una roca, mi
primera impresión fue que mi soporte se había roto y mis aparatos locomotores
se negaban a obedecerme. Es la sensación de haber quedado parapléjico, en medio
de aquella formidable naturaleza, y haberme convertido en un vegetal.
Afortunadamente,
unos senderistas de Chiclana, que hacían
la ruta, al cerciorarse de lo que pasaba, con agilidad de auténticos
expertos pidieron auxilio con los móviles
y, en unos minutos, el lugar se vio concurrido por un helicóptero, un equipo de
bomberos y una ambulancia. Ellos mismos, a pulso, me sacaron del lugar y me
acomodaron en la ambulancia camino de Puerto Real y, más tarde, de Cádiz.
Aquellos primeros momentos de auxilio fueron de oro, y aquellos senderistas de
platino.
Ahora,
con mi soporte rehabilitándose y la fisioterapeuta poniendo en orden y dando
agilidad a mis miembros, miro con inmensa ternura mi cabeza, mis piernas, mis
brazos mis vértebras cervicales… Sin
ellos no podría seguir viviendo ni siendo el que soy. Al día siguiente, en el
hospital, allí estaban Andrés e Inés, José Antonio, los amigos del Club de
Letras dándome ánimos, Alfonso propiciándome la comida y amigos de Alcalá
deseándome la recuperación. Gracias, muchas gracias a todos.
JUAN LEIVA
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