jueves, 13 de diciembre de 2012

PSIQUIATRAS



 Los rápidos y profundos cambios que, en estos comienzos del nuevo milenio, se están produciendo en la economía, en la política y en la cultura, son parecidos -según afirman acreditados autores- a las alteraciones neuropsiquiátricas que padecen los ciudadanos que han sufrido los síntomas de estrés postraumáticos como, por ejemplo, los desastres de la naturaleza o las calamidades de una guerra. Nuestra sociedad se siente angustiada por una inquietante ansiedad y permanece en un constante estado de aprensión, de tensión, de desasosiego, de preocupación y de desproporcionado temor.
En amplios sectores de la clase política observamos unos comportamientos excesivamente violentos que generan, no sólo en los adversarios, sino también en los miembros de sus propios partidos, unas hondas heridas que dejan una impresión duradera y, a veces, indeleble. Frecuentemente estas lesiones se expanden y ocasionan unas profundas fracturas en el conjunto del cuerpo social. Si prestamos un poco de atención a los comportamientos de los líderes, podemos advertir unas claras manifestaciones de fobias, de pensamientos obsesivos, de síntomas depresivos, de pánico e, incluso, de alucinaciones y de delirios. Es frecuente que nuestros dirigentes sean víctimas de altos niveles de sospecha y de desconfianza, y que algunos manifiesten su profunda desilusión -próxima a la depresión- por creerse víctimas del odio, de los celos y de los resentimientos de sus colegas.
Si nos fijamos en las actitudes de algunos artistas e, incluso, en los comportamientos de algunos profesionales de la comunicación, descubriremos un irreprimible narcisismo, una incontrolable necesidad de sentirse importantes, exitosos y admirados por todo el mundo. Muchos actúan como si fueran protagonistas únicos y superestrellas merecedoras de permanentes ovaciones. Fíjense, por ejemplo, en aquellos que, aunque afirman que no les importan los sentimientos y los resentimientos ajenos, siempre están celosos de los éxitos de otras personas.
En mi opinión, a todos nos vendría muy bien la acción terapéutica de psiquiatras sociales que nos trataran esa creciente variedad de traumas colectivos de una sociedad que se siente desamparada por sufrir múltiples psicopatologías como, por ejemplo, la profunda sensación de desamparo, el progresivo aumento de fervores nacionalistas, los fanatismos religiosos, las incontrolables ludopatías, los abusos de menores, la explotación y las agresiones sexuales y la violencia doméstica, escolar y laboral.
Es en este contexto donde hemos de situar el uso y el abuso del alcohol y de las drogas como escondite o como cauce para escapar de un modelo contradictorio de sociedad que, hipertrofiada, se siente insatisfecha y hastiada. No podemos olvidar que las experiencias humanas del sufrimiento, del mal, de la opresión, de la infelicidad, del odio, del dolor tácito o patente, del abuso de poder o del terror constituyen la base y la fuente de esa negación fundamental que pronuncian muchos seres humanos a este mundo inhumano. Este trauma retarda el florecimiento del ser, estrangula nuestros intentos para seguir adelante con nuestras vidas, nos desconecta de nosotros mismos, de los otros, de la naturaleza y del espíritu. Éste es el momento oportuno para que los intelectuales salgan de sus perplejidad, de su indiferencia y de su silencio, y se decidan a ayudarnos para, en vez de evadirnos de los conflictos o -lo que es aún peor- justificar el estado de cosas, salgamos del vacío y restablezcamos entre todos un orden de confianza y de anhelo de vida.



José Antonio Hernández Guerrero

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El tiempo que hará...