¿Creen ustedes que, como ha afirmado el profesor del
Instituto de Tecnología de Massachusetts, Nicholas Negroponte, Internet puede ser el
remedio mágico que permita al Tercer Mundo dar saltos gigantescos en muy poco
tiempo hacia el desarrollo económico?
Nosotros opinamos que, aunque es cierto que todos
estos avances tecnológicos cambiarán nuestra manera de vivir, nuestro concepto
del trabajo, nuestra visión de la salud, nuestra idea de la familia, nuestra
concepción de la patria, nuestro sentido del ocio y casi el mismo propósito de
la existencia, la tecnología por sí sola no será capaz de disminuir las
lacerantes desigualdades ni de eliminar, por lo tanto, las sangrientas
injusticias.
Cuando reflexionamos sobre estos temas, nos vienen a
la memoria las palabras que pronunció Günther Grass en el salón de actos de la Academia
Sueca ante una audiencia de más de 400 personas. Aseguró que no existe voluntad
política para resolver la pobreza y para solucionar el hambre.
Todos podemos comprobar lo poco que ha podido
conseguir la ciencia y su avanzada tecnología para eliminar del mundo el
hambre, ese azote de la Humanidad. Es verdad que se pueden trasplantar
corazones y riñones. Telefoneamos de forma inalámbrica por el mundo entero.
Todo aquello de lo que es capaz el cerebro humano ha sido asombrosamente
plasmado. Sólo el hambre sigue sin resolverse. Incluso aumenta.
A poco que hojeemos los periódicos, podremos
comprobar cómo allí donde el hambre era hereditaria, se transforma en
depauperación. Por todo el mundo se desplazan corrientes de refugiados
empujados por el hambre. No podemos afirmar, sin embargo, que exista una eficaz
voluntad política que acompañe a los conocimientos científicos, ni que esté
decidida a poner fin a esa miseria que prolifera junto a la riqueza. Es cierto
que existe el peligro de que el capitalismo, tras vencer al comunismo, se
convierta en un "dogma" que no se puede contrarrestar.
Ya hace casi quince años que el informe sobre Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas
en 1999 fijó, precisamente, como eje central este tema: bajo el expresivo
título de "Humanizar la mundialización", denunció que la
globalización no se había configurado en términos equitativos, sino, más bien,
todo lo contrario, que aumenta la tendencia a la marginación, a la inseguridad
y a la desigualdad humanas.
En 1960, la quinta parte de la población mundial que
vivía en los países más ricos era 30 veces más rica que el quinto de la
población que habitaba en los países pobres. A comienzos de los 90 la
proporción había aumentado hasta 60/1. Sin embargo, en el mundo existe hoy más
riqueza, más y mejor tecnología y más conciencia de comunidad mundial que en
épocas históricas anteriores.
¿Cuál es, pues, el problema? El Programa de Naciones
Unidas antes mencionado lo apunta cuando dice que "los adelantos
tecnológicos mundiales ofrecen grandes posibilidades para el desarrollo humano
y para erradicar la pobreza, pero no con las prioridades actuales". Año
tras año dicho Informe pone el dedo en la misma llaga, con distintas palabras:
no faltan recursos, faltan decisiones -colectivas e individuales- en la
dirección adecuada.
José
Antonio Hernández Guerrero
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