El
sábado de la octava hicimos un viaje al Campo de Gibraltar por necesidad. A la
ida, muy de mañana, Dios se vestía de azul, que diría Juan Ramón, aunque “los
del tiempo” habían anunciado lluvia. La Venta de Andrés estaba a rebozar y no
daban abasto para servir desayunos. Las clásicas ventas gaditanas tienen un
cariz especial, aunque las autopistas han querido cambiarlas y ponerles otro
careto. Pero no lo han logrado del todo. La de Andrés se ha lavado la cara sin
perder su fisonomía.
Salimos
refocilados con la tostada de aceite y ajo y el café con leche de Andrés. Al
pasar por el cruce del Santuario, no había un alma. La resaca de las fiestas
habían dejado a los alcalaínos semisopitos. Rezamos la salve de siempre sin
pararnos, pero le prometimos a la Virgen una visita a la vuelta. Los campos de
Alcalá inundados de una paz bucólica, y los ríos de Barbate, Rocinejo y
Alberite dejaban constancia del agua que había caído en la sierra del Aljibe. El
otoño empieza bien, como quieren los agricultores, con agua antes de San
Miguel.
La
Línea y Gibraltar estaban tensas, con colas absurdas de kilómetros, de manera
que cuanto pudimos nos escapamos y volvimos al santuario. Todo seguía tal como
lo dejamos, soledad y cielo azul. Sin embargo, desde el altillo de la carretera
del olivar, la explanada del cantil de la ermita estaba ocupada por barracones
y puestos de comestibles. Los hombres de Germán se daban prisas para montar los
tenderetes, porque el domingo sería el día de la octava de la fiesta de la
Virgen.
En
la ermita, un matrimonio y sus hijos rezaban a la Virgen. A leguas se veía que
esos padres estaban transmitiendo la fe de los mayores. El camarín iluminado
era un horno de fuego, y el murmullo de la oración de la familia se dirigía directamente
hacia el rostro de la Virgen de los Santos. Dicen que ese icono de la Virgen
está ahí desde siglos, hasta el punto de haber tenido que ser restaurado este
año para seguir manteniendo otros tantos siglos.
Sabemos
que, tanto la madera que utilizan los imagineros, como los lienzos de los
exvotos, son soportes caducos que hay que cuidar y mantener. Es un auténtico
patrimonio que hay que conservar para que los alcalaínos del futuro sigan
acudiendo al santuario a venerar a la Virgen y recordar la fe de nuestros
antecesores. La Hermandad de la Virgen ha recogido el relevo y lo guarda como
un tesoro.
La
Venta de Germán estaba solitaria, pero su familia nos atendió con la solicitud
y las viandas alcalaínas de siempre. Volvimos por la autovía refocilados de
nuevo, con el alma en paz y los deberes cumplidos, hasta la próxima entrevista
con la Virgen. Me gusta el santuario cuando lo invade la soledad y el silencio,
porque invita a orar y a evocar nuestra vida y la de los nuestros.
JUAN LEIVA
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