Una de las abominaciones más detestable de la
sociedad actual es la abstracción. Se trata de una
cobardía, de un tirar la piedra y esconder la mano, de hacer daño sin
responsabilidad alguna, de ensimismarse en justicierismos imposibles. Frecuentemente,
solemos oír insultos, abominaciones, corrupciones, rumores falsos, bulos y un largo
etcétera…sin que nadie se haga cargo de lo dicho. Desgraciadamente, la gente
está invadida de noticias falsas, de rumores, de fábulas, de trolas volanderas…
Si a alguien se le ocurre preguntar “¿quién ha
dicho eso?”, se contesta con la mayor osadía: “Lo dice la gente”. Y nos quedamos tan pancho, porque la gente no es
nadie, es una abstracción que quiere
decir demasiado y, jurídicamente, lo que prueba demasiado no prueba nada. Otra
de las afirmaciones sin garantías de verdad son los rumores. El rumor es un
runrún, un tole tole, un murmullo o susurro que se deja caer al oído, sin
contrastar la fuente de donde se ha tomado; una noticia inconsistente, sin
garantías de realidad. A final de año, algunas cadenas mediáticas se alimentan
de lo que “dice la gente”.
Así encontramos noticias que se extienden como la mancha de aceite, propagando
que todos los políticos son corruptos. La corrupción es una descomposición, una
putrefacción, una depravación o perversión. Se achaca sobre todo a los políticos que
tienen que administrar con estricta justicia
un dinero público aportado por el pueblo para un bien del colectivo.
La usura o granjería es otro lucro injusto, un
producto o fruto del dinero entregado o de joyas valiosas como préstamo, con intención de recuperarlo en
el tiempo fijado, aportando al usurero un interés excesivo. En general, los
prestamistas son confundidos con los usureros, por conseguir fruto o ganancia de las personas menos
afortunadas.
Las hipotecas bancarias conseguidas para adquirir
una vivienda o un terreno huelen, asimismo, a usura, por la cantidad de plazos
impuestos o por el tiempo excesivo
establecido para conseguir la propiedad. Se dice, con mala intención, que los banqueros
son todos usureros, porque abusan de la pobreza y de la debilidad económica de
los más necesitados. Pero también es verdad que algunos bancos han sacado a
muchas personas de situaciones difíciles para conseguir una vivienda. Sería
injusto tacharlos a todos de usura.
Otra mala-intención que se utiliza por algunas
personas, para hacer daño, es el insulto. Son malhablados de lengua larga que
disfrutan insultando para desprestigiar al prójimo. El insulto es un agravio,
una ofensa, un ultraje, una injuria que puede ser de palabra o de obra, un
atropello o aplicar la ley del embudo a todo el mundo sin más. Y hay personas difamadoras, que no les importa
quitar la fama a otros, con tal de hacerles daño. Lo justifican diciendo: “Lo
digo, porque sé de buena tinta que es verdad.” Pero nadie tiene derecho a
quitar la fama a otro, aunque sea verdad. Si fuera mentira, sería difamar; si
es verdad, es criticar y desacreditar sin motivo a personas por pura
complacencia.
Actualmente, la ley exige la presunción de
inocencia, es decir, que hay que respetar el tiempo que los jueces necesitan
para dar la sentencia. Muchos creen que, por el mero hecho de ser imputada una
persona, ya es culpable. Pero eso es difamar, denigrar, señalar a alguien con
el dedo, sin tener pruebas. Los mayores deberíamos ser más justos al hablar del
prójimo delante de los hijos, porque podemos estar enseñándoles a criticar, a
difamar y a ser chafarero.
Juan Leiva
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