El
recuerdo de nuestros comportamientos pasados nos ayuda a dominar la vida
presente y nos proporciona seguridad en nuestros vacilantes pasos futuros sólo cuando
nos sirve para interpretar correctamente los acontecimientos actuales y para
descubrir el significado de las experiencias nuevas. Por eso nos llama la
atención la facilidad con la que muchos, en vez de examinar críticamente su
vida pasada, niegan su propia historia y tratan de disimular su pasado o, al
menos, se comportan como si se les hubiera olvidado. Para renovar el presente y
para ganar el futuro, hemos de recordar nuestro pasado porque negarlo es inútil
ya que, cuando lo ocultamos o lo disimulamos, lo hacemos más evidente. Ésta es
la razón por la que, en mi opinión, hemos de mantener las tradiciones pero a
condición de que las adaptemos de manera permanente a las condiciones de los
tiempos nuevos.
Por
eso, como arquitectos del futuro, hemos de conmemorar los episodios históricos
y extraer sus secretos, descubrir sus significados y sacar las conclusiones.
Repasar la historia es la mejor manera de elaborar los proyectos para mejorar
las condiciones humanas de nuestras vidas individuales y colectivas. Si el
porvenir depende, en gran medida, de lo que imaginemos y realicemos hoy, este
hoy no lo vivimos plenamente si, en él, no integramos el pasado recordado con
discernimiento, con generosidad y con gratitud, el futuro construido como
proyecto esperanzado e ilusionado, como meta y como proyecto. Es así cómo se
generan las expectativas y cómo se alimentan las esperanzas, esos vientos
saludables que despliegan las velas del entusiasmo y nos empujan hacia unos
puertos más confortables. Si aceptamos que recordar el pasado
-ya purificado- sólo vale cuando nos proyecta hacia el futuro, me permito
afirmar que el presente
lo vive plenamente quien posee suficiente destreza para construir puentes que
conectan el pasado con el futuro.
José Antonio Hernández Guerrero
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