Algunas
veces, las gentes sencillas, las que no son intelectuales, ni científicos, ni
políticos, ni artistas, ni escritores: las que carecen de los conocimientos
especializados de la Filosofía, de la Psicología, de la Sociología, de la
Literatura o de la Estética, saben interpretar mejor la vida y descifrar con
mayor rigor el significado de los episodios porque sienten, disfrutan y padecen
de una manera más auténtica las consecuencias de las decisiones de los
“intelectuales”, de los científicos y de los poderosos. La explicación es
sencilla: ellos, desde su perspectiva más inmediata, observan y viven la vida
de una forma más vital. Con sus miradas directas y sanas, descubren esas
realidades que los “observadores profesionales” no atisbamos. Estoy convencido
de que si escucháramos con mayor atención y respeto sus comentarios,
descubriríamos, además, las profundas contradicciones en las que caemos los que
nos dedicamos a adoctrinarlos. Y hasta es posible que sus comentarios nos
ayudaran a reconocer cómo, en el fondo secreto de nuestros afanes éticos,
sociales, políticos o religiosos, anidan gérmenes ocultos de codicia, de
orgullo o, incluso, de envidia.
Como
ejemplo nos pueden servir los comentarios avinagrados que, condimentados con
excesiva dosis de ironía y de sarcasmo, a veces utilizamos nosotros para
zaherir de manera inmisericorde a los que no son de nuestra cuerda. En mi
opinión, si los que nos dedicamos a “criticar” examináramos de manera sincera y
permanente nuestras actitudes y nuestras conductas, es posible que nuestros
análisis de los comportamientos ajenos fueran más respetuosos, más amables, más
comprensivos y más acertados.
José Antonio Hernández Guerrero
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