Aunque estamos de acuerdo con Salvador Giner
en que las dos formas más frecuentes de estupidez son el optimismo y el
pesimismo, pensamos que se da otra tercera actitud frente a la vida humana,
probablemente más extendida en la actualidad: el excesivo realismo. Los hombres
y las mujeres de hoy estamos atrapados por la realidad y por sus consecuencias
inmediatas que abarca nuestra vista-: sólo vemos las apariencias externas y a
escasos metros, y sólo percibimos la fachada de los hechos. Por eso, la mayoría
de las veces, concedemos a la realidad mayor importancia de la que encierra y
más esperanzas de lo que puede ofrecernos. Estar demasiado sometidos al mundo,
a sus reglas, a sus normas y a sus estructuras, y vivir acuciados por la
responsabilidad y por el miedo, a veces nos pueden succionar la dignidad de
sujetos libres. Aunque es inevitable y saludable que experimentemos la pesadez
de lo real, la gravedad de la vida y el lastre de la existencia, hemos de
procurar que la realidad no nos hunda –física, mental y éticamente- con el peso
material ni con presión de la gravedad moral.
Para lograrlo hemos de intentar integrar los
objetos y los episodios de la vida ordinaria en un proyecto global que nos
proporcione unidad y coherencia, que nos descubra lo maravilloso en lo
cotidiano. Si nos contentamos con disfrutar sólo con los sentidos, sin añadir
unas gotas de imaginación, de ilusiones, de fe, de esperanzas y, sobre todo, de
amores, no podremos disimular el aburrimiento,
el fastidio y el hastío.
Empujados por cierta vocación de esclavitud,
nos sometemos a las dictaduras de una realidad que nos aburre, abruma,
esclaviza, debilita, coacciona y nos infunde miedo porque, con frecuencia
otorgamos a la realidad unos poderes tiránicos que nos mantienen en una permanente
angustia. Si pretendemos que la realidad no abuse de nosotros y que disminuya
su hirientes aristas y su cruel dureza, hemos de fortalecer nuestra
subjetividad; hemos de relativizar los hechos, jerarquizar los valores, pensar,
imaginar, creer, esperar y, sobre todo, amar.
José
Antonio Hernández Guerrero
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