Os confieso –queridos amigos- que me ha sorprendido gratamente la propuesta
de un grupo de jóvenes de nuestra Provincia que, liderado por la cantaora
chiclanera María “La Mónica”, han diseñado un espectáculo didáctico, en el que
cuentan y cantan, tocan y bailan los principales palos de nuestro Cante Flamenco.
Se proponen como objetivos pedagógicos, no sólo proporcionar unos conocimientos
básicos de sus elementos fundamentales –el compás, la melodía y la armonía- y
de su origen y evolución, sino también potenciar el respeto y el aprecio de
esta manifestación artística caracterizadora de nuestra cultura. Estas
finalidades adquieren un mayor valor si tenemos en cuenta que están ubicadas
explícitamente en el marco de una actitud no sexista y sí intercultural.
A mi juicio, además de la forma amena de explicar los distintos toques de
guitarra, de las palmas y del cajón, es especialmente acertado el montaje
narrativo: esa historia en la que nos cuentan cómo “Melodía, una joven gitana,
emprende un viaje en busca de su hogar. Cuando lo encuentra, se cruzan en su
camino dos personajes de los que se hace inseparable y con los que crea una música
nueva y una forma diferente de vida que marcarán un antes y un después en la
historia de la música y de la humanidad”.
En mi opinión, estas actividades pedagógicas constituyen un acierto sin
precedentes ya que, además de proporcionarnos un disfrute de alta calidad
artística, contribuyen de manera directa a elevar el nivel cultural de una
sociedad que, como es sabido, necesita de la ayuda de los poderes públicos, de las
instituciones sociales y, especialmente, de los centros educativos. Si
aceptamos que el cultivo del gusto artístico representa uno de los índices más
fiables del grado de civilización de los pueblos, es comprensible que sintamos
tristeza al contemplar cómo muchos de nuestros convecinos son incapaces de
saborear esas manifestaciones que, además de estéticas, descubren nuestra
peculiar manera de pensar y soñar, de disfrutar y sufrir, de amar y esperar, de
vivir y morir.
Enhorabuena a María “La Mónica”, a Adrán Trujillo y a Juan José Alba
Marcial por este invento que, sin duda alguna, contribuirá a la progresiva
incorporación de los niños y de los adolescentes al disfrute del buen cante,
baile y toque. Ya verán cómo, mediante esta fórmula de pedagogía flamenca,
ellos van a lograr que, gradualmente, se vaya incorporando un mayor público a
estas propuestas que proporcionan tan intensas emociones. Es posible que, a la
corta, resulte más rentable económicamente fomentar espectáculos multitudinarios,
pero es seguro que, a largo plazo, la inversión en una labor educativa elevará
el gusto artístico y, a través de él, cultivará esas facultades espirituales
que ennoblecen al ser humano y que contribuyen positivamente a combatir la
anorexia cultural, a fomentar la paz y a construir un mundo más sano, más
justo, más solidario y más grato. Y es que resulta conmovedor sumergirse en ese
universo maravilloso y mágico de los sonidos, de las melodías y de los ritmos
que surcan nuestro espacio y nuestro tiempo.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz
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