En solitario somos nada
El
escritor y poeta Pedro Sevilla nos confiesa que ha escrito en El amor es ahora, un pequeño y bello
libro sobre el amor para sentirse acompañado y querido porque –nos declara- en
solitario somos nada, porque sólo somos cuando alguien nos saca de la
invisibilidad mirándonos con sus ojos, para reconocernos y, por eso, él
necesita ser mirado y autentificado. Le da miedo estar solo porque él sabe bien
que es entonces cuando la muerte puede arrebatarlo. Por eso teme las noches,
ese recordatorio diario de la muerte porque “la oscuridad es un águila negra
que baja a buscarme a la alcoba”.
El
amor, la meta y el camino, la lección y el aprendizaje, el problema y la
solución de la vida humana, es la explicación de su afán de leer y de su
compromiso de escribir. Pedro parte del supuesto de que el origen de su impulso
a amar está en su interpretación del término coloquial “mamá” como origen
vital, aunque no sea etimológico, del que se derivan otras palabras con
análogos significados como, por ejemplo, “amistad”, esa relación cordial que él
establece con su madre, la destinataria principal de esta obra que él le
escribe, sin miedo y sin frenos, para que ella se sienta amada.
Si
el amor es una tarea que exige el adecuado proceso de aprendizaje, es también un
trabajo para disponer la vida porque “cuando todo está en orden” le regresa la
alegría, el amor a la vida que no es otra cosa que la asunción de sí mismo… de
ese yo que tiene sus mejores momentos cuando sufre, cuando se acerca a lo
sagrado, aunque nunca desdeña la verdad de la alegría, la luz de la esperanza.
Reconoce,
sin embargo, que sus impulsos están determinados por la fragilidad del
destinatario. Es entonces y ahí donde él descubre que el amor, el contenido y
la razón de la vida humana, vive sus mejores momentos cuando se dirige a
quienes sufren -“prosa picada por el dolor”- que pretende transmitir un mensaje
de amor en la que cuenta toda una vida cuando la muerte ha regresado una vez
más a su casa.
Si
en su El pueblo, ya sabéis Pedro nos
contaba aquella niñez “sensual y carnal”, en la que, gracias a las
enfermedades, se suspendía su “biografía” y era feliz muriendo provisionalmente, ahora nos relata cómo el fallecimiento
de su hermano menor, el Alzheimer de su madre y sus propias, diferentes y
graves enfermedades -el cáncer y la leucemia- le van robando su pasado y
saqueando la biografía. Es cuando se siente empujado a iniciar unas memorias
adultas, escritas desde la duda y la angustia y con la intención de
“desenterrar a los muertos con el azadón embotado y torpe de las palabras”.
Su
escritura seguirá siendo un prolongado ejercicio literario para recordar, más
que los hechos, los sentimientos, los temores y los odios, ayudado por las
fotos de aquel joven soñador “sin las cicatrices del futuro”.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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