lunes, 30 de abril de 2007

ALCALÁ DE LOS GAZULES VISTA DESDE EL AIRE


RECORDATORIA

Nos recuerda la Primera Comunión de los primeros 120 niños de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia "El Convento", de Alcalá de los Gazules, el 29 de Mayo de 1.955

sábado, 28 de abril de 2007

Toros en Alcalá





Toros en la Feria de Ganado del 2006

miércoles, 18 de abril de 2007

SEPTIMO VUELO DE CUESTA ARANA: Las Estrellas

Cuando lo del fenómeno de las estrellas en Alcalá, fue, según cuentan, poco antes de la bien llamada guerra civil, cuando la República se asfixiaba ya en las cuestas. Ocurrió, que ya con la noche asentada, todas las estrellas del firmamento enloquecieron y exhalaron, sin rumbo, de un lugar para otro. Corrieron (volaron) todas las estrellas del cielo. Por un momento todas las estrellas fueron fugaces. El pueblo de Alcalá, claro está, se echó a la calle para comentar tan extraordinario y sorprendente espectáculo. La fascinación y el temor de ver aquellos veloces trozos de fuego en el cielo oscuro de la noche quedó impresa en la retina de muchos alcalaínos. Tan extraordinario fenómeno, todavía hoy, está por dilucidar. La ciencia cree que al acabamiento de los cometas, se produce en la bóveda celeste tal reguero de estrellas. Aunque hay otras explicaciones científicas, éste suceso celeste continúa siendo un misterio.
Ver una estrella fugaz solitaria es moneda corriente. La rareza es ver en el cielo todas las estrellas removidas como si fuera una traca final de fuegos de artificios. Desde los tiempos antiguos éste fenómeno, éste espectáculo de la naturaleza era incomprensible, suscitaba en el hombre inquietud, miedo a lo desconocido y, hasta pánico en última instancia. Existía el temor infundado que aquélla lluvia de estrellas iban a desprenderse, como gotas de agua sobre la tierra; que aquello no podía ser más que un castigo divino.
La noche en que corrieron las estrellas en Alcalá dicen que la iglesia se puso de bote en bote. Las gentes abandonaron sus casas; los camperos se echaron a la vereda, pensaron que aquello era ya “la fin er mundo”, como decía Rafael “El Gallo”. Porque hay que ver cuanto miedo verdeaba en el cuerpo, cuando en las consejas, de cada día, en la recacha o en la fresquita o, al pie del fogarín, se engordaban los temores más peregrinos, como en la creencia de quien se fijara en una estrella fugaz al ladito mismo tenía la muerte o, aquello otro de que el día de la cometa ponga la cola mirando para abajo no iba a quedar en la tierra ni un cagachín. Y los chiquillos en las noches cuando veían un astro correr se tapaban los ojos y decían: “Dios la guíe”.
Había en Alcalá un hombre, Manolito Cielo –no hay apodo más bello- que sabía contar, mejor que nadie, las estrellas. Que se levantaba cada día con el rumor encendido de las estrellas de tanto como madrugaba; que campaba con su buena estrella debajo del brazo; que fue capaz de coger las estrellas con la mano –porque él mismo fue mecido por una estrella en la cuna del hambre- Manolito Cielo fue capaz de levantarle la voz a una estrella. Manolito Cielo era perito en estrellas. He oído decir que aquel hombre –todo ciencia infusa; era analfabeto- averiguaba con buen tino la dirección de los vientos, observando la noche anterior, el camino que toman las estrellas, las estrellas corridas. Conocía también, de buena ley, los movimientos de la luna, y su influjo sobre las parturientas, la averiguación del sexo de la criatura en camino consistía en indagar si el parto anterior lo tuvo en cuarto creciente o en cuarto menguante: “Cuarto creciente/diferente; cuarto menguante/semejante”. Era la cábala.
Granó también Manolito Cielo buena fama en la ciencia (para él era un arte) de la meteorología: “Llévate el capote mañana al campo”; predicción certera. Se daba aquél hombre de justa estatura que vivía en la calle Peñuela, enfilando el callejón “la Herrá”, más caletre y maña que nadie en eso de las cabañuelas; se sabía, cada mes, guiándose por el tiempo señalado en los doce primeros días del año, o haciendo cálculos supersticiosos sobre las mutaciones atmosféricas ocurridas en los veinticuatro días del mes de Agosto (del año anterior).
Otras de las habilidades celebradas de Manolito Cielo –siendo iletrado como era- es que se sabía uno por uno todos los santos, mártires y vírgenes del almanaque. “Manolito, ¿de quién es el día hoy? La contestación: “De Santa Rita, abogada de lo imposible”. Y así y así se desgranaba la mazorca de maíz.
Manolito Cielo (padre de Juanito Rarro), en la noche estrellada, atendiendo a la situación de la Osa Mayor y la Osa Menor, era capaz de aproximar la hora del reloj, con un margen de error de escasos minutos.
También tenía el hombre mágico de la calle Peñuela su recetario particular para aventar enfermedades y todo un corolario de supersticiones: “Para la diarrea, cáscara de granada; para el humor de la fiebre, raíz de tomate; si cae una mota en un ojo reza: Santa Lucía/pasa por aquí/quítame ésta penita/que tengo aquí”.
Manolito, “¿Qué hay que hacer para que la tormenta se vaya?”. Muy sencillo: “Hacer una cruz de sal”. Y la tormenta traspone. Así, día a día, se encendía el consultorio ambulante de Manolito Cielo (al que una recuerda, entre la neblina de la memoria de un niño de siete años). Tenía el hombre otra habilidad, menos cósmica, más apegada a la tierra: confeccionaba con papel de seda, flores de todos los colores, gustos y tamaños, que exhibía pinchadas sobre el soporte de una patata. De éste modo se aliviaba de la estrechura de los tiempos. En ese vuelo mágico de la rosa de papel a las estrellitas de plata, no se sabía, a ciencia cierta, si las mujeres de Alcalá se adornaban el pelo con una rosa o con una estrella de Manolito Cielo. Era difícil saberlo.
Pero la obra maestra del padre de Juanito Rarro, fue sin duda, una negra adivinación: cuando corrieron las estrellas en Alcalá. Sólo él fue capaz de vislumbrar el significado de aquel fenómeno: la alegoría en el cielo, la metáfora prolongada de haber sabido intuir, predecir, que aquél endiablado vuelo de las estrellas no era más que un aviso, un signo de los trágicos tiempos que se avecinaban. Manolito, ¿porqué corren las estrellas juntas? Y la negra respuesta: “Porque lo mismito que han corrido ellas en el cielo, así vamos a correr nosotros”. Fue así. No se equivocó. El día 18 de Julio de 1936, los españoles, como ocurriera con las estrellas del cielo, corrieron trágicos con el sabor de la sangre de un lugar para otro sin norte, con el sonido de fondo de la pólvora. Este corrimiento de estrellas, nada fugaces, duró nada más y nada menos que tres años. Todavía viven muchas de aquellas estrellas ¿Quién se lo iba a imaginar, ni tan siquiera por el forro?.
Manolito Cielo profetizó la guerra viendo correr las estrellas.
La sacudida más negra que surgió del empozamiento de su mente. La respuesta –como en la canción de Bob Dylan- no estaba en el viento, sino en las estrellas. Los zagales alcalaínos sobrecogidos por aquel alucinante espectáculo de la fuga de las estrellas, desde aquel verano sangriento en los que se enfrentaron los hunos (con hache) con los otros, ya no se atrevieron jamás a preguntar a los mayores que cuando iban a correr otra vez las estrellas.
De vez en cuando, una estrella solitaria y loca, corre en el firmamento. Pero ya todo el mundo sabe que una estrella sola no hace granero. Seguramente, apernacado, en una de esas estrellas fugaces que siempre veremos exhalar en la noche, cabalgue Manolito Cielo, porque hace mucho tiempo que se fue a vivir con ellas.
Se perdió aquel retrato, se voló una noche de levantera, entre la atmósfera oscura; aunque hubiera querido el fotógrafo –por la rapidez de las estrellas- no le hubiera dado tiempo a apretar el botón de la cámara. Mejor así. Bastantes retratos tenemos de los niños, las mujeres y los hombres corriendo en la guerra.
Manolito Cielo, atareado en la industria de una rosa roja de papel, sobre el fondo, la noche apretada, deja al descubierto una lluvia de estrellas fugaces. Que nadie pregunte su significado.

OCTAVO VUELO. LA LEY.

A las claras del día, al despido del lucero matagañanes, los pájaros no vuelan, sino que cantan y cantan: un orfeón. Pero a medida que va madurando la mañana, poco a poco se van convirtiendo en cantaores del flamenco, es decir, sus trinos se vuelven individualistas. Pero hay otros que apuestan por la ley del silencio: callan y van cada uno a su avío. Y hay pájaros tan espabilados, como el cuco, que roban a pico armado el nido a los demás.
Camachito era un hombre de gorrona estatura, cabeza alba y monda y lironda; ojos clareones; pausado en sus movimientos como la manecilla del reloj, pero marcando bien los tiempos; era serio como sentencia y a los chiquillos –como en el poema del Piyayo- su sola estampa les causaba un respeto imponente. A lo mejor fuera por miedo instintivo –como las ovejas del lobo- que a la menudencia le infundía el fragor del uniforme. Gastaba Camachito uniforme verdoso descolorido, tirando a verdín, a légamo de los ríos, señalados entorchados en la bocamanga, botonadura hasta el cuello y gorra de plato sólo para los momentos de aprieto; más tiempo en la percha que en la testa. Camachito era por obra y gracia, el conserje del Ayuntamiento de Alcalá de los Gazules, rango que debía ser para él –por la galanura con que llevaba el uniforme- como un almirantazgo de la Mar Océana.


Camachito tenía una afición rebosada por los pájaros, por atraparlos y meterlos entre rejas. Era el terror y el diluvio universal de los pájaros. El sumo pontífice en eso de cortarles los vuelos a los pájaros. Camachito era la reencarnación de un pájaro, así que, bien listo se tenían que andar los pájaros. Era el Espasa. Se conocía, como el torero, todas las querencias y los terrenos. Le tenía tomada la medida –como el sastre Morilla- al instinto de toda la pajarería reinante. Allí donde los pájaros se descuidaban, acechaba el peligro, detrás de las retamas, adelfas o tarajes. Para los pájaros la sombra de Camachito era alargada. Tenía el hombre su campo de operaciones preferentemente en los márgenes del río Fraja, en las proximidades del puente romano. Para los alcalaínos era como repetido ver al viejo funcionario del Ayuntamiento en plena naturaleza, trazando por aquí y por allí líneas imaginarias por donde, buen seguro, iban a beber los pájaros y el norte de sus vuelos. En eso de cazar pájaros con redes a Camachito nadie le tiraba sopa con hondas, ni le mojaba la oreja. Era el rey.
Los chiquillos miraban a aquél hombrecillo entre el respeto y la envidia: pues sin andarse por las ramas era capaz de apresar a toda una compañía de pájaros con los oficiales y todo, como el que se tomaba un chato de vino en lo de Arroyo. Mientras que los demás, para pescar un gorrión y medio, tenían que ascender a todas las alturas, bucear entre las copas de los árboles con el peligro de la vida.
El ejemplo de Camachito cundía en el ánimo de los niños, que con artes más modestas, la líria, por ejemplo, actividad que requería una buena porción de aplicación y paciencia hasta ver a la víctima, al pájaro pringado, con las patillas pegadas en una rama, revoloteando, inútilmente, como queriéndole arrancar el último suspiro a la libertad. De todas maneras, por negro que se ponga el sol, hay una suerte peor: los pájaros que caen en las perchas. Un consuelo como otro cualquiera. A ver.
Una ley antigua rezaba a la puerta de los Ayuntamientos: “Los hombres de buen corazón deben proteger la vida de los pájaros y favorecer su propagación”. En la puerta de las escuelas figuraba el siguiente cartelito: “Niños no privéis de la libertad a los pájaros, no los martiricéis y no les destruyáis sus nidos. La ley prohibe que se les cace y se le quiten las crías”. (De cinco a diez pesetas por martirizar a un pájaro en la vía pública). Y termina así la ley: “Los pájaros que se apodere la autoridad, tomándolos a los infractores, serán puestos en libertad”. No cayó nunca esa breva para los pájaros que apresó Camachito. La amnistía nunca llegó para ellos. Y la ley apostilla graciosamente para los amantes de la sonrisa: “Se entienden por pájaros todos los animales de pluma y vuelo”. En la ley no ha lugar para la metáfora, por más que un genio de al lado de Florencia (Leonardo) se empeñara en la vigilia de la razón en convertir a los hombres en pájaros.
Camachito y los niños por extensión, fueron fieles incumplidores de la ley de los pájaros. No dejaron, no quisieron dejar volar al pájaro a lo más alto: lo sometieron al sufrimiento de la compañía en la jaula, aunque fuera de su misma naturaleza; no dejaron que pusieran el pico al aire; no respetaron su color y por último no le dejaron cantar suavemente, que son las cinco condiciones, según San Juan de la Cruz, del pájaro solitario. Se inventó antes el pájaro de la jaula. Antes tuvo el hombre que inventar el fuego que cortar de raíz el vuelo de los pájaros.
A pesar de los pesares, Camachito, el liberticida de los pájaros, es imagen y estampa para la nostalgia, que al fin y al cabo se dice que es la rendición ante la apasionante aventura de la vida. Camachito creía, tenía la fe, que apresando pájaros, creaba dentro de su territorio, enmarcado por la soledad, una ilusión permanente de trinos apagados, vuelos recortados en una libertad de agua y alpiste. El conserje del Ayuntamiento, fiel observador del orden vigente, no vulneraba la ley según su entendimiento y voluntades. Su convencimiento de que el pájaro a cubierto, podía ser así mejor protegido de otros peces gordos con alas que parten el bacalao del aire. Una forma de protección más que de proteccionismo. Una filosofía para la discusión, que duda cabe. Prefirió Camachito la jaula de oro para los pájaros, antes de que se bañaran el plumaje en el azogue del río Fraja, en abierta rivalidad con los niños desnudos y furtivos.
“Solo quien ama vuela”, airea el verso de Miguel Hernández, la memoria de Camachito vuela porque amaba los pájaros. Fue niño eterno que cada día subía y bajaba el árbol empinado de la Salada, a la búsqueda del nido, a bucear entre las copas de los árboles reflejados en el río.
Nadie retrató a Camachito, nadie, acechando el vuelo de los pájaros, a la vera del río, como una estatua de viento soplada por la paciencia. La imagen de un viejo cazador incruento, que prefirió saber más de las soledades del pájaro y escucharlo cantar que verlo volar. Una filosofía, un entendimiento, una interpretación de la vida y sus conjuntos.

NOVENO VUELO. El Azar.

Era la primavera porque las parras bravías del Tardal y las higueras de la Coracha reventaban las yemas, los brotes. Las golondrinas con el barro en el pico. Y los naranjos de la Carretera (El Paseo) canosos de azahar. En fin... todos esos fogonazos líricos que enciende el paisaje cuando la primavera habita en los almanaques. Y el sol, como siempre, poniendo punto de referencia en el tiempo y en el espacio a cada encuadre del paisaje alcalaíno.
Después de unos años, uno, el que esto escribe, resolvió dar un paseo por las veredas de la infancia. Me alisté en el complejo proustiano de ir a la búsqueda del tiempo perdido. Aunque a decir verdad somos nosotros los que sobrevolamos sobre el tiempo y no el tiempo sobre nosotros. Los viejos se tienen bien aprendida la lección: el tiempo no vuela los que volamos somos nosotros. Y uno añadiría: con las alas de los recuerdos y los olvidos. ¿Quién no ha escrito alguna vez su memoria en el aire del paisaje de la eterna infancia? ¿Quién no ha volado a los orígenes sin sentir escalofrío en la nuca? Cada uno –es ley de vida- pintó el paisaje a su manera, aunque bajaran el nido del mismo árbol. Los mismos perros y los mismos gatos. Las mismas devociones y los mismos santos. Los mismos mitos. Viento. Aire. Agua. Y el mismo sonido en la fragua. Y las mismas cunitas de Botones. Un vuelo cada año al son de la cuchara animando la lata: “¿Queréis más? : ¡Pues toma ya!”. Parabapachinpachinpachin... Los chiquillos cada feria –por mor de Botones- se permitían reinar por unos minutos en el aire. Que no era poca magia, por lo oscuro que corneaban los tiempos donde ver a un niño encuero y descalzo y llorando por la calle, no era solo la letra, el tinte melodramático de una petenera.
Cuando uno se acuerda de lo que ha vivido, se abruma el pensamiento, porque la emoción corre más pareja por el campo abierto del sentimiento. Las vivencias caen en cascadas. Sólo el temple machadiano avisa a los mareantes: una cosa es el recuerdo y otra, recordar.
Por pura casualidad, he recogido –en mi pase por el pueblo- dos imágenes al vuelo que vienen a sintetizar todo el significado y todo el significante que nutren la barahúnda de recuerdos que le pellizcan a uno las entrañas. Al fin y al cabo la memoria se parece un “jartón” a la cámara fotográfica, que de vez en cuando se dispara para impresionar la fugacidad de un instante. El azar me vino a deparar éstas dos secuencias que tengo ya pegadas en el álbum aéreo de los vuelos.
Primera secuencia. Lugar: Puerta del Sol. Mañana de Levante. Un chiquillo, pelo lezna y crespo, remolino en la coronilla; melleto, mofletes como las cerezas; retostada la piel. Pantaloncillos color caña y camiseta granza; zapatillas de gamuza de color indefinible por castigo de la intemperie. Lloraba el niño a pierna suelta. Lloraba y lloraba. A lágrima batiente. Sin el consuelo de nadie. Como en los versos de Benítez Carrasco: “Cuando me veas llorando/date media vuelta y déjame/llorar hasta no sé cuando”.
Una ráfaga de viento, de viento inoportuno y “malaje”, le había arrancado al niño, entre sus dedos, el hilo coleante de un globo blanco y transparente como una lágrima imponente. Remontó el cielo el globo. Vio el niño, desesperadamente, como el aire se ponía cada vez más alto, hubiera dado en aquel momento, dos, tres, cuatro años de su corta vida ¿toda una vida? –por ser ave de presa- y haber atrapado al vuelo aquel sueño blanco que el viento le había arrancado de las manos. Aquella nubecílla errante y lustrosa que despaciosamente, se perdía entre la atmósfera. Entre lágrimas de rabia e impotencia, el niño vio partir el último sueño, el más flamante de los sueños; la última memoria, el último recuerdo. No lloraba el niño la pérdida del globo, no, -en la tienda hay más globos- lloraba porque ya no podía ser pájaro. El viento, ese viento que tanto pega en la Plaza Alta, le había arrebatado, -por la fuerza- de las manos la última ilusión. Y no había oro para comprarla. Sabía o intuía el niño que nunca tendría ya la fotografía del globo blanco que venía envuelto –como premio- en un caramelo agridulce. Y el mal viento lo abandonó a su suerte, a la solisombra de la suerte.
Segunda secuencia. Lugar: Parque Municipal (El Jardín). Una niña, pelo pan de oro, cinco golpes de calendario; mirada celeste, piel de espuma; vestido verdegay rameteado con florecillas lilas. Zapatitos albos, algo heridos por la puntera. Estaba contenta la niña. Una sonaja. A cada logro, un alborozo. Aunque parezca raro al angelito le divertía un descubrimiento: la fragilidad de un sueño. Cada pompita de jabón que explotaba en el aire le llenada de irrefrenable contento. La chiquilla rubia provista de un pequeño recipiente de agua jabonosa se dedicaba terne, una y otra vez, a reproducir a través de un anillo de plástico de color naranja pompas y más pompas de jabón. Pompitas desiguales y atornasoladas que trepaban, aire arriba, entre la ribera de sombras de la arboleda del parque. Aquéllas pompitas de jabón que fabricaba la niña rajaban el aire humildes y silenciosas. Cada pompa que estallaba en el aire, eran las cuentas del collar de una memoria perdida. Y la niña venga y venga echar pompas de jabón al vuelo. Pompas de jabón al aire hasta que se acabe el agua. La niña tan feliz porque el aire devoraba la trenza de sus sueños.
No es lo mismo la libertad del globo que se escapa, que la libertad consentida de la pompita de jabón. Moraleja que abre un surco de aire cuando recordamos de cuando una vez le pusimos alas de fuego a la memoria y el viento melancólico y cruel arrebató de nuestras manos los días azules de la infancia.
Llegará el día –si no ha llegado- en que el niño del globo y la niña de las pompitas de jabón echen en el saco del olvido estos volátiles sucesos. La pena y la alegría que reinaron una vez en sus semblantes. El aire es el mismo, son los pájaros los que pasan.
No quiso el azar que aquél día de primavera el fotógrafo pasara por allí. No quiso la casualidad. Aunque solo hubiera retratado el alma pasajera de aquellos dos niños que se asomaron con distinta cuchara al balcón del aire: entre la alegría y la pena. Entre una lágrima gigante y una pompita de jabón.
En la honda transparencia del aire, allí hay que buscar las fotografías perdidas de nuestra memoria.

martes, 17 de abril de 2007

Alcala de los Gazules: sus cosas, sus gentes

-- Sumario ---

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viernes, 13 de abril de 2007

GRUPO DE PRIMERA COMUNIÓN DE NIÑOS DEL "CONVENTO"


CUARTO VUELO DE CUESTA ARANA: El hambre

Se llamaba Ildefonso Delgado Chacón, pero más conocido universalmente, es decir, en su universo propio, que no distaba más allá de la raya de Gibraltar, por “El Gran Potoco de Alcalá” o “Potoco”, para ahorrar más la letra de la rimbombancia.
Si hay un alcalaíno con más olor de leyenda, el hombre que se busca es precisamente “Potoco”. Personaje trazado o entonado siempre desde la intemporalidad; nadie sabe con precisión el discurrir cronológico de la vida y milagros del hombre que vestido de corto toreaba los coches como si éstos fueran molinos de viento. La vida de Ildefonso Delgado es una sucesión de episodios sueltos, sin orden ni concierto, sin conocer el amarrijo de una biografía en rigor. Hablar de “Potoco” es sumergirse en una charca de vino, una borrachera de datos, una faramalla apológica, quizás porque el modelo no encajara en el cuadro, en el lienzo, por su gran dimensión existencial y ensoñadora. No hay duda, así lo confirma la memoria: “Potoco” es un retrato mágico de Alcalá, el más mágico de todos, seguido a poca distancia por Manolito Cielo, meteorólogo y licenciado en santos, se sabía de golpe y porrazo –sin saber hace la o con un canutero de caña- todo el santoral que viene en el almanaque ¿Manolito qué día es hoy? ¿Nos llevaremos capote al campo?
A la par del “Gran Potoco”, en Alcalá se pintaron otros retratos de locura y divinidad, gente rara y heterodoxa, filósofos de vientos y retóricos de tabernas, personajes para la realidad mágica de García Márquez. Personajes que paseaban su luz y su sombra por esas cuatro estaciones por donde nunca pasa ningún tren. En el recuerdo siempre verde de Alcalá, como las imágenes aquellas de la linterna mágica o “la rueda de la vida”, en el alba del cine, pasan las luminarias, los candilitos encendidos de “Tío Corona”, el hombre que legó un duro a todo el que asistiera a su entierro y que murió en la más atronadora de las indigencias, en la pobreza total. Antonio “El Pavo” que inventó el “baile de la pava”, que consistía en unos movimientos en gata al tiempo que se cantaba: “Si la cojo o no la cojo a Vd. No le importa ná”. “Tío Pepe el Chico”, no más grande que el pastorcillo del Santuario, una oficina de colocación ambulante en la contrata de chiquillos para el campo y mano de obra barata, un signo de los crueles tiempos. Vivía en el huerto “Matagatos”, en la Coracha. En la taberna de “Miseria” había instalado su centro de operaciones y no era raro encontrarle allí con su sombrerito de ala ancha, faja y bastón, dictándole en voz alta una esquela a algún chiquillo amanuense que él contrataba para los trabajos finos de “oficina”. Isabel Melendre, que vivía en Río Verde, era costurera y persona tan candorosa que las muchachas le gastaban la guasa de hablarle por teléfono entre dos carretes de hilo y, lo malo es que, la mujer se lo creía. “Guarrillo” analfabeto integral, que se pasaba las horas muertas leyendo el periódico en lo de Arroyo, sumido en el lenguaje emborronado, monocorde, ininteligible como una sorda algarabía: “Arrififú... Arrififá... Arrififú. “La Ninfa”, la madame alcalaína, que salía a eso de morir la tarde, a lucir y a relucir sus pupilas en el Paseo de Mochales, con el lógico recelo de las mujeres bien casadas. Manolo “El Confitero” –que era barbero- traje de seda, canotier y bastón de mimbre para ir a los toros. Don Enrique, el relojero, a la moda de París, que gastaba un reloj en cada mano. Juan “El Andarín”, el que mejor baila el garrotín en el mundo y su hermano Pepe, el profesor de guitarra. Una juerga sin los “Andarines” era como si a San Jorge le quitaran el caballo y el dragón. “Juan Sin Miedo”, las salinas de San Fernando de la gracia que tenía. Fue cornetín de órdenes de Franco en la guerra de África. Rifaba todo lo que se le ponía por delante. Los cajones de sorpresas de “Juan Sin Miedo” endulzó muchas veces la vida de Alcalá. “República el Empleado” la estampa bigarda, casi decimonónica, con un siglo de atraso, sable a la cintura y buen ojo a la autoridad. “Batata”, “Alpiste”, “El Gran Machaco” y “Espina”, tetracarnaval de Alcalá, la fuente de las Presillas de la buena guasa. El retrato siempre incómodo de “Miracielo” (tenía los ojos vueltos para arriba). “Pico del Campo”, torero bufo, carne de cañón de las vaquillas, siempre salía hecho un cardenal. “María Perico”, aguadora azacana de armas tomar, con sus andares abiertos, una pata allí y la otra allí, la una y veinte en el reloj, verbigracia. “El Tío Noble” con los mismos zaragüelles que usan los moros. Y Rincón, el hombre orquesta, silbido y guitarra, amenizando los bailes en los patios. Y el retrato sangrante, increíble y salvaje de “Poleyllo”, aquel preso en libertad, al que las autoridades pusieron unos grilletes de hierro “para que no entrara en las casas”. A la entrada de la guerra dicen que murió en una limpieza de las cárceles. Un lunar negro en la memoria de Alcalá, para que el despertador de la conciencia suene siempre a las claras del día. Quizás sea éste el retrato más patinado por la injusticia que ha dado Alcalá, por las historias tan desgarradoras que uno ha oído sobre aquel muchachillo pelón que escondía su inocencia detrás de las cortinas de las casas ajenas.
Pero todo estos retratos al minuto que hemos recordado, sin duda alguna, hay uno que habría que orlar con florecillas de sangre. El retrato trágico y patético de un soñador que murió de hambre: “El Gran Potoco de Alcalá”. La oficialidad escribe la causa de su muerte con este eufemismo: anemia cerebral. El hambre le engordó la locura a “Potoco”. Quizá a “Potoco” le ocurriera lo mismo que al legendario Alonso de Quijano (Don Quijote) que vivió loco y murió cuerdo. Pero la locura de “Potoco”, era una locura divinizada, lo más parecida a la locura de un genio.
En los buenos tiempos “Potoco” era contrabandista; sus perros cargados de cuarterones de tabaco eran un prodigio. Pero lo que le dieron fama y notoriedad a “Potoco” fueron dos cosas: los aviones y los toros. En “Apuntes de Nuestro Patrimonio”, en Septiembre de 1985, publiqué con el título “El Gran Potoco de Alcalá, memoria, delirio y paisaje”, un artículo sobre la incursión de este hombre en el bien llamado por Cañabate, “El Planeta de los Toros”, razón por la cual no veo necesario incidir sobre el tema. Ahora lo que nos ocupa es el planeo inmóvil, el vuelo estático de los aviones de “Potoco”.
Los aviones de “Potoco” eran de madera y latón, no les faltaban ningún detalle, con sus luces y todo; de todos los tamaños y formas y, no olvidaba, sobre todo en los de mayores dimensiones, rotular la leyenda: “Aviación para los matadores de toros de primera fila. Sale todos los días”. La historia de “Potoco” está llena de gestos egolátricos, y si no vean el autobombo que el hombre dio a la publicidad en un cartelón de romance:
“Alemania tuvo fama
por sus grandes inventos
pero hoy España la supera
y bien demostrado está
con el esta gloria taurómaca
que ha nacido en Alcalá”.
En un alarde de supremo patetismo, “El Gran Potoco” besado por la negra soberbia, ante el féretro de su hija muerta, en la flor de la edad, heló la sangre con este rezo: “Pobrecita hija mía, si en vez de haberte muerto tú, se hubiera muerto “El Gran Potoco” “toíta” España lo sabría”. La estampa más negra de la soledad cuando viene agarrada del brazo con la muerte.
Al principio los aviones de “Potoco” eran un divertimento, una distracción, casi un juego de niños. Aquellos aparatos de madera pintados de celestón fueron muy celebrados en Alcalá por todas las edades. Y “Potoco” se henchía de orgullo al ver que a sus aviones sólo les faltaba volar de tan propios que eran; igualitos que los que van por el aire, que al fin y al cabo al avión que no vuela se le echa todavía más fantasía. Los aviones de “Potoco” eran eso: pura fantasía. Aviones que distraían al hombre.
He oído referir a los viejos, aunque con versiones distintas –es el precio de la tradición oral-, que “Potoco”, cuando se le secó la mente del todo y, viendo atenazada por el hambre la poca mercantilización de su obra; la gente por aquel entonces era reacia a comprar sueños si antes no estaba apañado el estómago, no se le ocurrió al hombre otra cosa, que elevar los aviones al aire, para que el prodigio mirara de arriba abajo, en perspectiva caballera, para ello Ildefonso buscó tres largas berlingas de madera y colocó en sus extremos a sus desvelados aparatos. Así que una tarde, al lubricán, al caer la fresquita, el Sol como una naranja comida por las fauces lilas del horizonte, los alcalaínos entre la sorpresa y la bulla, en el Paseo de Mochales (Paseo de la Playa) entremedia del Café Bernal (donde está hoy el Bar de Antonio Delgado Inarejo) y el Bar “La Parada”, vieron el espectáculo del planeo sin movimiento de tres aviones surcando el aire cansado de la tarde. Fue la primera vez que los aviones de “Potoco” volaron pero nadie quiso comercializar la empresa y, fueron otros aviones los que con su endiablado ruido de los motores –porque éstos si eran aviones de verdad- le atronaron las entrañas al pobre Ildefonso para siempre: eran los aviones del hambre.
Los aviones de “Potoco”, otro retrato perdido de Alcalá. Un sueño iluminado que no mereció el beso testimonial de la cámara oscura. El fotógrafo no creyó necesario gastar papel y química o, no supo retratar el aire de un sueño y, se fue con la cámara a otra parte, posiblemente, allí donde se pintaba la olla del puchero humeante coronando los anafes.

QUINTO VUELO. La Muerte.

La noticia no venía en los periódicos: ni una sola línea. El parte del Gobierno Civil de Cádiz era bien explícito: “Absoluta normalidad en la provincia”. El diario ABC publica en grandes caracteres el siguiente titular: “El sol del día de Santiago alumbra la victoria de los que luchan por una España nueva”. Solo hacía ocho días que en Melilla se había iniciado el Movimiento Nacional o, lo que es lo mismo, la guerra. Aquella guerra incivil que menta bien Antonio Gala. La imagen de la España trágica de los dos gárrulos del cuadro de Goya emprendiéndola –de barro hasta las trancas- a garrotazos el uno con el otro, toma cuerpo y se sale del cuadro. Comienza el mito machadiano de las dos Españas. Sobre el paisaje tenebroso del país, el arco iris se reduce sólo a dos colores: el rojo y el azul.
Pero aquel día “señalaíto” de Santiago del 36, en Alcalá no cundió la normalidad, sino el terror, el pánico, la tragedia, la lástima, en fin, todos esos vocablos siniestros de la guerra.
Sucedió –ésta es la triste historia- que a eso de las cuatro de la tarde, cuando Alcalá dormitaba la siesta, en esa galbana soporífera del verano en todas sus pompas, de repente un avión sobrevoló el cielo azul purísima. Asomó el aparato por la parte del puerto de Levante. Dio varias pasadas por el pueblo. Los chiquillos se desesperaban de la modorra: “¡¡Mira que bonito es! ¡Parece de papel de chocolatina!” Poco duró la alegría; aquel juguete que rondaba por el cielo pronto empezó a vomitar fuego; dejó caer a pelón, como el que tira peladillas, cuatro bombas que vinieron a explotar azarosamente en los sitios de San Antonio, El Prado, Los Pozos, Ventorrillo Ortega. Y hemos dejado para lo último la primera bomba que cayó en la calle de Las Brozas (a la altura de donde vivió Don Julián Fabra, el médico) que fue precisamente la que trajo la muerte en los pitones: se llevó por delante la vida de dos niños; una niña y un niño, no juntaban entre los dos diecisiete años de calendario, cuando estaban echándose la siesta acurrucaditos en la acera de la calle en un cobertor. La última siestesita. La imagen, más cruel de la ceguera de la guerra. Aquellas dos víctimas eran los hijos de Cristóbal Mora.
Con este negro suceso en Alcalá se había estrenado la sangrienta contienda irracional que el Nobel, Camilo José Cela, alistado al frente, encuadra con estos certeros apelativos, como anillo al dedo: “Absurda, disparatada, surrealista, estúpida, estrambótica, extravagante, ilógica, demencial, todo junto y por lo menos”. Lo dice uno que estuvo allí.
Curiosamente, el día que el aparato echó las bombas en Alcalá, en el centro de la Plaza de la Cruz, la Alameda, con un sol ecijano, una compañía de cómicos de la legua, ensayaban un número musical para la representación teatral que iba a tener lugar a la fenecida de la tarde. En el momento de la primera explosión, se encontraban sobre la carpa redonda, con sillas alrededor, un cantante almibarado que se hacía acompañar por otro petimetre al piano, echaba sus gorgoritos:
“María, capullito de rosa
brilla una aurora de amor...”
No le dieron tiempo a los músicos a seguir la canción y salieron despavoridos; el cantante rodando por la escalerilla del tinglado, al oír el estruendo aquel hombre se lanzó al vacío como el que se lanza a una piscina. Y toda la compañía salió de naja, y de ellos jamás se supieron; dejaron abandonados los baúles del vestuario y el piano, objetos que permanecieron por mucho tiempo a la espera de sus dueños, primero depositados en la Posada de la Cruz y, luego, en el Ayuntamiento. El piano y el vestuario tomaron el mismo rodante que sus dueños; no se sabe. Cómicos huyendo de la guerra, otra imagen que sugiere.
Dicen que el avión mortífero había errado su misión, pues aquellas bombas chapuceras (latas de tomate con metralla de tornillos) iban destinadas a la población de Ubrique, aquel sanguinario piloto, al igual que ocurriera 126 años antes, en la historia de Alcalá, cuando un mariscal francés diera orden de pasar a cuchillo a toda la población, hizo repetir los hechos del criminal que confunde a su víctima.
La historia es cíclica, no se repite, sólo se repiten los hechos, es el moderno debate. Como no hay una gota de agua igual que otra, aunque se haya creído siempre lo contrario.
Aquella mañana de Julio del 36, Alcalá se disponía a vivir una jornada más. Reinaba la tranquilidad. La moneda se mantenía estable en el país y, por tanto, los precios alimenticios no habían experimentado cambios notables. Había carbón y una economía autosuficiente: las atahonas a pleno rendimiento y los molinos moliendo. Los hortelanos con las reatas de bestias cargadas hasta los topes procesionaban al clarear el día las adoquinadas calles de Alcalá. Los artesanos con su faena y su vino. Las gentes de la escribanía solventando los asuntos. Los chiquillos en la escuela y las migas. Las campanas sonando a oración, alegría o muerto, según cuadrara. Los cuatro caños del “Chorreaero”, cañonazos de agua, “ojalá si el Chorreaero se volviera vino”, rezaba una coplilla en la República. En la zapatería, un retrato de Marcial Lalanda. En la barbería, un retrato de Domingo Ortega. La rifa de Antón, que rifaba hasta un jamón. Moraga con su canastito debajo del brazo vendiendo turrones. “El Pavo” porteando teleras de pan en una tabla que llevaba sobre la cabeza (30 ó 40 Kgs. dicen que cargaba). Y Rincón silbando todo el tiempo que él quería, sin respirar. Los maestros murguistas “Palenque”, “Coraje”, “El Mellao”, al que la gente le cantaba aquello:
“Ay, Mellao, Mellao
que eres un murguista
y apestas a pescao”.
Y los “Velitones”, que eran zapateros, Naranjo, “Batata”, “El Manco” que también eran gente de la murga y la comparsa; un buen apaño de gente popular. Y las tabernas. Y los corrinches en la Plazuela. Y Joselito “El Ceacero” fabricando como nadie odres para el aceite. Los tejeringos de Carmen “La Gitana”. Y la fragua de “El Cuco” animándose con el carbón de brezo y las boñigas de vaca. Y la estampa imponente de “La Princesa”, gitana, pregonando el oficio de herrero por las calles: badila, tijeras, parrillas, tenacillas... y otras menudencias de fragua que ella decía que eran “fina platería de Córdoba”. Y las serenatas y las rondallas por la noche. Y la plaza de todos abierta. Y el maestro Caballero, barbero de postín, sacando muelas y, que recetaba después de cada operación, el enjuague de la boca con un chato de vino en lo de Arroyo. La Feria, La Romería, La Semana Santa. Y los mercados de ganado que llegaban hasta la Cruz del Prado. Y... y... este paisaje idílico y humilde se fue en un vuelo, en el vuelo de aquel desalmado piloto que abrió brecha de sangre en dos almas inocentes. Después ya se sabe lo que ocurrió en Alcalá; reinó la cultura negra del odio entre personas que compartían un mismo aire y, una misma calle y, una misma luz y la sombra asesina tiñó de sangre el negro de la noche y la blancura de las tapias.
En el bar de la “Playa”, se instaló un altavoz conectado a una radio, donde cada tarde la gente acudía a oír la voz cagalistrosa de Queipo de Llano, dictando el comunicado del día, el parte de guerra de muertos y prisioneros. Y los rojos, entre la maleza del Lario afilando los oídos para poner las barbas a remojar. Toda una secuencia sombría de la guerra que habla por sí sola. Y luego de escuchar la Marcha Real, los alcalaínos se retiraban perplejos a la cama. Y en Alcalá como en el resto de España, el repugnante y agrio arbusto del odio comenzaba a echar ya los primeros pámpanos para el fermento de una uva compartida, pero con sabor a sangre.
Que bien clarito lo pregonaba Luis “El Petróleo”, el repartidor del “ABC” que había llegado por la mañanita en el “Rápido” de Sevilla (El Diario de Cádiz llegaba en el correo por la tarde): “A luchar por la grandeza de España”. “La escalofriante monstruosidad de la canalla marxista”. Pero el otro bando no se dejó mojar la historia. La democracia chocó de lleno con los llamados “valores tradicionales”. Y las urnas de los votos se convirtió en una trinchera.
Fue bueno, bueno fue, que el día que cayeron las bombas sobre Alcalá, el fotógrafo, lo mismo que los cómicos de la Alameda hubiera salido de estampida a la busca de las jaras del monte de Lario. No queremos pegar esa fotografía del avión defecando bombas en el álbum de papel, que bastante mal recuerdo dejó en las entretelas de la memoria. Fue un retrato bien perdido de Alcalá. Bien perdido está. Pero es un retrato, no lo olvidemos, que la historia se empeña en incluir en este “Album de los Vuelos” para que aquella imagen atroz se tenga bien presente. Dice la sabiduría popular y es una verdad como la catedral, que el tiempo no pasa, los que pasamos somos nosotros y, aquella gente de armas tomar, con afición a la sangre, ya pasaron, han ido pasando...

jueves, 12 de abril de 2007

El cartel de San Jorge 2007 ya está aquí

domingo, 8 de abril de 2007

DELPHI NO SE CIERRA, PASALO

¿Quién en Cádiz no tiene un amigo/a, compañera/o o familiar en la esta situación?

01 Abril 2007 13:57:05

Hola, soy Juan un trabajador de Delphi, concretamente de Delco, una de las tres plantas de Delphi Puerto Real (Cádiz) que esta en proceso de cierre.

Desde aquí hago un llamamiento a tod@s los que os llegue este correo. No es una cadena en la que se te asegura que algo te pasara si no lo reenvías a x personas, solo es un clamor general de mas de 4000 trabajadores, hombres y mujeres que ven peligrar su futuro, el de sus hijos y el de su bahía.

Desde aquí te pido que pases este correo a todos los contactos posibles de tu agenda. Que se enteren en todo el mundo, que se basan en mentiras, en falsedades. No se que o quien esta detrás de esto, soy un trabajador mas con sueños, con hipoteca, 3 hijos, pagando una universidad y apretando mas el cinturón porque el año próximo quiero que mi hija también tenga la oportunidad que hasta hoy tiene su hermano de ser universitario. No se quien mueve los hilos de esta traición, pero quizás es mejor no saberlo. Por favor, envía esto a todos los contactos posibles.

Imaginate lo que es llegar un día cualquiera a tu puesto de trabajo, donde llevas 26 años dando el callo, donde has creado otra familia distinta a la que convive en tu casa, hemos creado una familia que convivimos en una empresa. Imaginate que un día, llegas a lo que pensabas que siempre seria tu futuro, y te encuentras que te dicen a la calle, ya no nos haces falta, habéis sido tontos todos estos años y ahora seréis los cabecillas de turco de la política delphi... y te leen este comunicado, sientes rabia, impotencia, desesperación, ganas de matar aunque seas la persona mas pacifica del mundo, pero hasta ahora, hasta el día de hoy no se nos puede culpar de ningún movimiento violento, todo lo estamos haciendo como nos sale del corazón, con fe, esperanza y paz, porque no podemos ser como ellos. Ellos pretendían que armáramos una guerra y no lo hicimos, se le caen los argumentos poco a poco y de ahí que tengamos el apoyo de toda la bahía. Somos 4000 hombres y mujeres a los que no nos parara un comunicado, tenemos que seguir luchando por lo nuestro.....

Entre semana seguimos trabajando como un día cualquiera. Imaginate lo difícil que es para todos trabajar sabiendo que quizás es el ultimo día que te dejen entrar en tu empresa, pero dando aun así sigues dando todo lo que puedes. Todo por la empresa.

Jamás podrán reprocharnos que lo hicimos mal. Los fines de semana hacemos guardia ante las puertas del infierno para que no nos quiten ni un interruptor.... que lo que hay dentro es nuestro y huele a nuestro sudor, a nuestro esfuerzo y por desgracia últimamente a nuestras lagrimas.

Por favor, pasa esto a todos tus contactos, que recorra el mundo si es posible. Quizás es una forma mas de gritar a los cuatro vientos que DELPHI NO SE CIERRA, QUE ANTES, NO TIENE QUE MATAR........

Gracias por tu apoyo, porque se que lo reenviaras, y gracias por el tiempo que te tomaste en leerlo, mas de 4000 familias te lo agradecen.

Si necesitas verlo para creerlo, Youtube está lleno de ejemplos. Pulsa AQUÍ.

miércoles, 4 de abril de 2007

Retrato en el Beaterio de Jesús, María y José


Retrato Inés y Petra Guerra Jobacho en el Beaterio

martes, 3 de abril de 2007

Jesús Cuesta y su "Retablo" en el Diario de Cádiz

El Diario de Cádiz ha publicado una página entera de nuestro artista. Si te apetece leer la noticia en el Diario de Cádiz Digital, pulsa AQUÍ.

Estas son algunas de las cosas que dice:

"la obra se expresa como un retablo pagano, donde aparece la gente sencilla, y anónima, la gente de la intrahistoria que ha ido dándole vida al pueblo con sus devociones y sus costumbres; con especial énfasis a la libertad, y al trabajo y al sacrificio de la mujer y el hombre".

"El retablo, partiendo de la propuesta del escultor, se divide en tres partes. El primero está dedicado a los encierros callejeros. Al toro y al caballo. El segundo se dedica a la libertad, el trabajo, las creencias, la ciencia, la cultura y las costumbres y un tercero tiene como tema el cante flamenco con la Petenera de fondo".

"También destaca que esta obra magna surge como "un torrente figurativo". Una especie de puesta en escena de gente del pueblo. Una escultura "pura" donde la sencillez de conceptos y ambiental borra todo efectismo y grandilocuencia".

"a esencia de esta alegoría en bronce dedicada a todo un pueblo se basa en el ritmo, el espacio, el tiempo de la historia de Paterna. Con el esfuerzo y el sudor de su gente y la actividad espiritual y sus claves simbólicas y enigmáticas que también se representan en el conjunto de la obra y expresa el escenario de la vida -con su paisaje abierto de trasfondo- donde posa para la posteridad la gente humilde del pueblo con sus gestos, sus voces y su espíritu. Con la luz y la sombra como se irá iluminando el monumento según corra el día o la noche".

"Se trata de una composición" -informa- "de catorce personajes combinados entre la escultura exenta o de bulto redondo con el altorrelieve para dar así una visión de profundidad".

"El escultor ha titulado su obra Retablo de la Vida de Paterna de Rivera. La ha realizado en sus estudios de Pico del Campo, en Alcalá de los Gazules, modelando 2.000 kilos de barro (armazones de hierro y moldeo de silicona y poliéster)".

Nueva obra de Jesús Cuesta

Esta vez en Paterna.
Un mural de unos 4 metros por 2 metros que fue presentado al público ayer, en un acto en el que se descubrió la obra al compás del Himno de Andalucía.
Al acto acudieron, además del Consejero de Turismo, el Delegado de Gobernación, el Presidente de la Mancomunidad, el Alcalde de Paterna y la Alcadelsa de Jerez. Había otras personalidades, pero desconozco sus cargos y nombres, mis disculpas para ellos y ellas.
También participaron algunas figuras del cante, como Rufino y "El Perro" que se tiraron al ruedo por Peteneras, y una mujer sorprendente, Pilar Marchena, que unió la ópera y el flamenco en unas Granaínas fuera de lo normal (si quieres saber cómo suena, pulsa AQUÍ)

Pero lo mejor de todo, es que Jesús estuvo arropado por muchos amigos (entre los cuales se encontraba el cataor Manuel Gerena) y paisanos que nos desplazamos a Paterna para acompañarle y darnos cuenta que entre nosotros hay un gran artista, aunque la costumbre de verlo en nuestras calles nos haga perder esa realidad.

Las fotos no favorecen mucho a su obra, pero a pesar de todo, ahí tienes algunas:

El Artista y su familia

Jesús Cuesta con algunas autoridades

El público admirando el mural


Fragmentos del mural

¿Para cuando esa gran obra en Alcalá que nos represente a todos y se convierta en la imagen del pueblo?

lunes, 2 de abril de 2007

Alcalá en los ojos de una turista

Así nos ha visto esta turista francesa que estuvo viajando por Andalucía en el año 1996. Bonito ¿verdad?


Si quieres ver otros lugares por los que viajó, visita su página: Le Scrap d'Isaora.

El tiempo que hará...