sábado, 30 de julio de 2011

IX ENCUENTRO DE FÚTBOL - ALCALÁ DE LOS GAZULES

miércoles, 20 de julio de 2011

EVOCACIONES ALCALAÍNAS


CALLE RÍO VERDE Y SUS ALEDAÑOS

Una de las cuatro calles que salen en abanico de la Alameda de la Cruz es la de “Río Verde”, camino de Medina y Jerez. Estaba hollado mil veces por todos los alcalaínos, porque por ahí, a cinco leguas, se encontraba la ermita de nuestra Patrona, la Virgen de los Santos. Ahora, una formidable carretera atraviesa la autovía de Jerez-Los Barrios y el camino de Levante, por donde viene cada día el sol y los vientos del Mediterráneo. La calle Río Verde une los dos centros de encuentro de todos los alcalaínos, la Alameda y la Playa.

Para nombres bonitos, los de las calles de nuestro Alcalá. No se pueden decir cosas más bellas con solo dos palabras, “río” y “verde”. La calle primitiva debió ser, en los días de lluvia, un auténtico río que nacía en la plaza Alta, recogía las aguas de Miguel Tizón, San Pedro, Arcipreste Roa, Fernando de Casas y la Amiga. Desaguaba por Río Verde, buscando el paseo de la Playa, “cuyo nombre se debe a un Bar, propiedad de Bellido, abierto en los años treinta, y el nombre del bar pudo más, en el sentir popular, que los distintos nombres con que se rotuló el paseo”.[1]

Lo de “verde” debió ser por las huertas y arbustos que regaba a su paso camino de los ríos. Alcalá está pletórica de ríos, el don más precioso que nos ha hecho la Naturaleza; y de verdor, el color más esperanzador que anhelamos los andaluces. Lo dijo Federico García Lorca en 1925: “Yo que soy andaluz y requeteandaluz, suspiro por Málaga, por Córdoba, Por Sanlúcar la Mayor, por Algeciras, por Cádiz, auténtico y entonado, por Alcalá de los Gazules, por lo que es íntimamente andaluz.” [2]

Río Verde fue siempre la entrada del corazón de Alcalá y lo sigue siendo. Han surgido otros nuevos accesos exigidos por la gran afluencia de tráfico que hoy soportan todos los pueblos por pequeños que sean. Inmediatamente que se sale de la Alameda, antes de tomar la calle Real, aparece la calle Río Verde. Anteriormente, en su inicio se situaba la puerta del sótano de la curtiduría de Antonio Mansilla. Allí se amontonaban pilas de cueros que desprendían fortísimo olor a ácidos suavizadores de las pieles de animales.

En la década de los 40, Antonio Mansilla era para nosotros un hombre mayor, con el pelo completamente blanco y cara nórdica. Tenía dos hijos, Antonio y Manolo, y se había quedado viudo. Bajaba con mucho cuidado por las escaleras de la casa al sótano, cortaba trozos de cuero con la chaveta y los subía al despacho. Había asumido la misión de padre y madre y lo cumplía con una dedicación absoluta. Cuando aparecía en el sótano, nosotros lo venerábamos como una persona especial. Aquel sótano era nuestro lugar de juego, donde nos reuníamos con frecuencia los amigos de Manolo Mansilla.

Recientemente, en la calle Río Verde se sitúa el “Centro de Educación de Adultos”, una de las creaciones culturales más importantes de la Democracia en Alcalá. Anteriormente, se ubicaban más abajo la panadería de Agustín Pérez, la Fábrica de la luz y el Cine. La calle unía los dos lugares de solaz y entretenimiento de toda la población, la Alameda y la Playa. Junto a la entrada de Río Verde, hay una callecita que antiguamente se llamaba Lerma y hoy Lepanto. Lo de Lerma se debe a los Duques de Lerma, que eran don Fernando de Larios y Fernández de Córdoba y su esposa. Ambos eran 3er. Duques de Alcalá de los Gazules, 5to. de Tarifa y 8vo. de Los Molares.

Según Sánchez del Arco, otro arroyo se deslizaba por la calle Tizones e hizo que se le pusiera el nombre de Segunda de Río Verde. Ese nombre se debe a los dos hermanos José y Miguel Tizón que tienen hoy sus calles respectivas. Los dos hermanos se distinguieron como valientes militares en la guerra de Cuba y Alcalá los exaltó como hijos heroicos. Actualmente, la calle de José Tizón es un callejón que tiene su bocana arqueada pegada al Ayuntamiento y sale a la Alameda. Antes, la calle llevó el nombre de Tercera de Río Verde. Participa de todo este entramado el Barrio de la Peñuela, que comprende el callejón de la Herrada o transversal que sale de éste a todo el Río Verde. Desemboca en la escalerilla que llega al corral del exconvento de la Victoria y que parece que fue el cementerio antiguo de la ciudad.

Siguiendo la cuesta abajo de Río Verde, a la derecha sale un pasaje que hoy se llama Maura, pero entonces se llamaba Tizones, como hemos aludido más arriba. Conviene recordar una connotación política: A principios del siglo XX, liberales y conservadores se disputaban el poder. Los cuatro líderes del partido liberal fueron Sagasta, Moret, Canalejas y Romanones; y los tres del partido conservador eran Silvela, Maura y Dato. Yo no sé si el nombre se debe a don Antonio Maura, jefe del partido conservador, que destacó como el político más eficiente de principios de siglo. Pero trae a colación un referente obligado situado en la calle Tizón, el horno del Mauro.

Los molletes y el pan del Mauro eran conocidos en Alcalá y en toda la comarca. Juan Romero Huerta decía en el Diario de Cádiz, a propósito de otro alcalaíno inolvidable, Juan Panera: “Juan, al que recuerdo por las mañanas de los domingos, muy temprano, cuando mi padre iba una vez a la semana para ver a la familia, nos mandaba a mi hermano y a mí por los molletes al Horno del Mauro y nos encontrábamos a Juan Panera por las calles del pueblo con una gran cesta de pan y de molletes voceando su caliente y humeante mercancía.” Y Antonio Calero Ruiz, presentador del pregonero de la Semana Santa de Alcalá de 2009, decía: “En aquellos tiempos no se terminaba temprano sino cuando en el horno del Mauro se sacaba la segunda hornada de pan. Hasta entonces no dábamos de mano, para por último catar el pan con aceite por si le había salido soso.”

Detrás de la Victoria, se desliza la calle del Arroyo, la de José Tizón y la del Huerto del Indiano. La Peñuela acaba en la Alameda de la Cruz. El topónimo original responde a uno de los tantos nombres impuestos por la orografía del terreno. El Arroyo une la calle José Tizón con el Altillo Bajo, nombre que lo distingue del Altillo Alto. Estos nombres terminados en “-illo”, del léxico familiar andaluz, abundan en el callejero de Alcalá: Altillo, Alamillo, Posadilla, Chorrillo, Pastorcillo, Vaquerillo...En Álbum “Un siglo en imágenes” se dice que “Entre 1995 y 1997, un grupo de 30 jóvenes, integrantes de la Escuela Taller “Alcalat”, al tiempo que aprendieron el oficio de albañiles, rehabilitaron la margen izquierda de la calle Miguel Tizón, donde resultaron tres bellos edificios que actualmente albergan el Centro de Servicios Sociales Comunitarios, un Centro de Formación y el Archivo Histórico Municipal.

Mientras tanto, Río Verde se desliza hacia la Playa y se encuentra a la izquierda con Alfonso el Onceno y, más abajo, con la del Obispo Mirabal y el Centro de Salud. Ahí acaba Río Verde y comienza el Parque Municipal. Esta parte de Alcalá, como todas las del casco antiguo, forman un ejemplo modélico, como si se tratara de un puzle de los estilos más variados. Los rincones, vericuetos, revueltas, callejones y pasajes de sus calles han permanecido habitados y rehabilitados con esmero y cariño a través de los años. Angostura es un ejemplo de una arquitectura entrañable que no le roba a la calle un centímetro ni una pizca de su prístino andalucismo.

Siguen diciendo Jaime Guerra: “La construcción del nuevo colegio público en San Antonio dejó sin uso el edificio del antiguo Parque, que se ha rehabilitado como centro de desarrollo rural -Ceder de los Alcornocales-, además de salón de actos y aulas de formación.” Todo lo cual indica que Alcalá sigue vivo y con deseos de reconquistar la población perdida y el protagonismo que tuvo durante tantos siglos. Quizás sea el reto pendiente que el Ayuntamiento y toda la población debería asumir.

JUAN LEIVA


[1] Cita de Gabriel Almagro, Arsenio Cordero y Jaime Guerra. Alcalá de los Gazules. Un siglo en imágenes.. Pág. 50. Edita Ayuntamiento de Alcalá, 2001.

[2] Op.cit. Pág.17.

lunes, 11 de julio de 2011

DESPEDIDA DEL PÁRROCO DE ALCALÁ DE LOS GAZULES



domingo, 10 de julio de 2011

PREGÓN DE LA FERIA DE 1969 DE ALCALÁ DE LOS GAZULES




Reina de las Fiestas, dignas Autoridades, señoras y señores:
Vengo a Alcalá de los Gazules, en esta noche, con el oficio de las campanas, alborotar el aire con la voz que me queda y la intención del bronce que es tirar de los hombres para arriba. Al menos, las campanas de madrugada sirven de despertador y de aguasueño, de revientadescansos y recuerdo que espera el nuevo día y su afán.
Vengo a pregonar mi mercancía del modo que Dios me da a entender, pues el que pregona y quiere decir más que puede, llena su boca de lo mismo que vacía su corazón, o viceversa, que a veces uno se atranca, como los enamorados que hacen silencio y, para decirlo todo, hasta cierran los ojos para no ver el beso que se les va.
A cantar Alcalá, su presente y su pasado, la nebulosa de su historia picoteada por la cresta del gallo de su Torre Lascutana, la nubulosa de su leyenda de surtidores y serrallos donde crecen, como almáciga, las adelfas del Barbate, las pinturas prehistóricas de la Janda, las piedras labradas de Alcalá-Benalup, los miedos del Vivillo que todavía pulen la sierra camino de Algeciras, la corza virgen que cambió un venable por los cuernos de su amor subiendo a la Pilita de la Reina y la fogosidad ecuestre y amorosa de aquel Gari-Sánchez de Vargas, incontinente derribador de caballos y doncellas que nos hace pensar que tenía hueso, tanto era su vigor. A cantar la zulla de vuestros pastos que mete carnes y apaga genios de toros bravos, los catarros de ese gigantón que estornuda más allá del Peñón de Gibraltar y forma el viento de Levante que escora los chaparros hacia el poniente, las veredas del contrabando, el sentido de vuestras fiestas en sus casas y sus cosas, en sus hombres y mujeres, sin otra seriedad y otra ciencia que las que dan el amor a la tierra y al romance.
Os traigo verdades pasados por sueño y por vino, como coplas de ciego, que así se cantaron siempre las glorias y los fracasos, los amores y el crimen. Al son del pandero y la vihuela corrieron de boca en boca los humos de las batallas, los de las olimpiadas, los peligros de epidemia, las consejas de la salud y la murmuración, las recetas de pócimas y filtros para sanar de amor o de incordio.
Siempre el pregonero cantó la vida, y el tópico de su oficio fue un tópico de airear lo que estaba ya en el aire, de decir lo que todos esperaban que se dijera, sin importar mucho el qué sino el cómo, que todo pasa como en la prosa del galán que se llega a la reja a decir lo que hay que decir a la sombra de unos ojos negros, que negros son todos los ojos de mujer en la sombra.
Y al llegar a la vera de la reja, como el que es mocito y puede perder si no se explica, tengo que hablar de mí para hablaros de vosotros.
Yo, pueblo de Alcalá, nunca pregoné nada, que no me alcanza la voz. Nunca fui mantenedor de Juegos Florales. Actos académicos, o mujer que no fuera la propia. Yo no nací en Alcalá, ni tengo intereses, tierras o negocios en su término municipal. No hay carne, vanidad o dinero que me traiga a este puesto como reclamo de pájaro perdiz. Si aquí me encuentro, podéis creerme que solo se debe a un afán de demostraros mi gratitud.
Lo más caro que un nombre puede dar de si, es su obra. Por sus obras los conoceréis, dice el Evangelio. Pues bien, en la mía, en lo que dure, poco o mucho, mi nombre irá siempre unido al de este pueblo.
Repito que os hablo de mi para hablaros de vosotros, pues ya, Alcalá de los Gazules, su sonido y su paisaje, el sentido de sus gentes y su idioma, el sabor de sus dehesas y de su serranía, son la carne de mi literatura y de la vuestra. No hace todavía tres años que escribí un libro humilde y ruidoso: “El mundo de Juan Lobón”, que es lo que me une a vosotros. Ese libro fue poner en orden todas las cosas que aprendí de las gentes de este pueblo. Ese libro es, para mí, el alma de Alcalá de los Gazules personificada en el más humilde de entre vosotros, porque la humildad deja ver el paisaje y, además de la primera de las virtudes, es un símbolo de esperanza y un homenaje a la justicia. Lo que todos somos, lo somos en nuestra humildad, en lo que tenemos de niños, de pequeñez, de confianza en Dios. Lo que atiné a contar, bien o mal, no era mío más que por la voz, porque la letra y la música estaba escrita ya y ahí sigue, para el que quiera interpretarlas, entre el Picacho y los Aguijones, entre el Jautor y Peña Arpada, en la Ermita de los Santos, en estas calles donde empinaron sus caballos los mejores jinetes de la Frontera, en esa forma vuestra de ser hombres y mujeres para arriba, hombres y mujeres que nunca se asustaron de subir cuestas.
En medio de un mundo que no crece hacia el amor sino hacia la comodidad, que no busca el hombre sino la luna, ni el pago sino la propina, este milagro de casas colgando de la peña, que condiciona una forma plena de entender la vida, representa un asidero de confianza en el corazón dolorido de la humanidad.
En unos años de patear vuestra tierra, de mezclar mi soledad con la vuestra, no solo en el pueblo y en cortijos, sino hasta en chozas que sólo San Pedro y yo conocemos, he visto levantarse el fantasma de los siglos, el papel del hombre en la naturaleza, el cazador que escrutaba la montaña en la época de piedra, primo hermano del que pintó la maravillosa Catedral de Altamira, la fe de la sangre en su destino, la confianza en los pocos conceptos bien digeridos, el podenco de ojitos de miel biznieto del slugui árabe, cristianizado y españolizado por un cruce con el barbucho, pariente del que le dicen turco, perro de careo para ovejas que son un signo de paz; las viejas palabras castellanas, llenas de vigor y expresividad, que habéis conservado a través de los siglos, palabras tan hermosas como hachíos, pergaña, sencido, cañega, que de puro pilongas y metiditas en casa no pudieron empinarse al diccionario de la lengua; vuestro reverencial usted entre compadres que, antes de serlo, se hablaban de tú, para que haya un respeto.
Eso he visto entre venados y corzos, entre cochinos jabalíes y águilas, conejos y pájaros perdices, atendiendo el vuelo de la tórtola y de la paloma torcaz, entre alfilerazos de regañes y toda la flora que va desde el helecho primitivo al milagro de un clavel plantado en una lata de tomate.
Este pueblo de tesoros escondidos, sarcófagos fenicios y arcas de monedas, me ha contado sus secretos a cambio de un poco de sudor, como hace el pozo que da agua al que suda subiéndola, porque agua con agua se paga.
Por eso vuelvo hoy como deudor a pagar la letra de este mes, a cantar la gallina del arrepentimiento por lo vuestro que hice mío, a contaros los pájaros y salvajina que madrugué en vuestras tierras, las lindes de espino y las de corazón que traspuse sin vuestro permiso, cuando la Guardia Civil hacía la vista gorda, el agua y el vino que me cambiasteis por un poco de sed, la generosidad que me disteis por nada, como dan alegría las muchachas, sin darse cuenta, llenando de color y relincho reprimido el eterno domingo de esa Playa.
Las fiestas de Alcalá que hoy reiteramos, vienen a ser el festejo del cumpleaños cristiano de este pueblo, cumpleaños de un bautismo de sangre que hizo fluida la continuidad de una fe que posiblemente sembró el propio San Pablo sobre esta piel de toro de nuestro mapa.
Cuenta el romance de Alfonso XI, aquel rey castellano que fue hijo de Sancho IV y padre del rijoso y huesosonante Pedro el Cruel, que las tropas cristianas acampadas en el llano del Tardal, (lo que hoy conocemos por los Santos) tuvieron, poco antes de darse la batalla de Pagana o de Patrite, la aparición milagrosa de un gran crucifijo sobre un árbol. Enardecidos por aquella visión, derrotaron al infante Abuc Melic, hijo del Sultán de Marruecos, precisamente en el Llano de la Pelea.
Este infante moro, que era tuerto y, sin embargo, no había tenido mal fario hasta entonces, fue un cabalgador infatigable, amigo de las justas y las casidas, versificador de las rosas y los chorros de agua, las mujeres en plural y la Sota de Bastos en singular, personaje tan lleno de ángel, nostalgias y sugestiones que todavía en el antiguo reino de Granada, el Pico Veleta, conserva en recuerdo un turbante blanco de nieves.
Como acción de gracias por aquella victoria, levantó el pueblo su humilladero para orar en las duras y las maduras, con su lápida de Sanctus, Sanctus, Sanctus, que pasó a ser el lema de la Patrona. Aquel humilladero, meta de peregrinos, terminó en ermita y ya en el siglo XV, según narra Fray José de San Anastasio, que era calvo y gran ayunador y escribía de cuatro renglones con la zurda, le trajeron allí la imagen de la Patrona y se subieron después hasta Alcalá, a ver unos parientes, que, sin ninguna duda, se apellidaban Puelles y Puelles, desapareciendo a continuación con ciertos humos sobrenaturales.
Esta imagen, que actualmente entiende y atiende la fe de Alcalá, que sana enfermos y organiza bodas, que preside las lluvias y los soles de la cosecha, que interviene en los partos dobles de cabras, ovejas y vacas, que da conformidad en las malas y esperanza en las peores, viene a ser como un símbolo de continuidad desde aquella fecha memorable de 1339, que hoy refrescamos en el recuerdo con estas fiestas.
Pensad que la configuración actual de Alcalá. –quitando los pisos que han caído ahí, a la derecha según se entra, sin duda para hacer feo- es, poco más o menos la de aquel puesto fronterizo de la Ribera del Barbate que levantaron los primitivos pobladores, y redificaron los bástulos-fenicios, alternando la albañilería con la caza y el pastoreo, al amparo de la Torre Lascutana que les servía de vigía.
Gente de buena vista, que miraba al lejos, los bisabuelos de los Perea y el Gorito, que ven donde nadie, se clavaban en esas alturas haciendo competencia al alcón y al gerifalte, para adivinar de donde venía el peligro, que les brillaban los ojos como a los gatos en la noche.
Ya con la dominación romana, que trajo la toga, los jueces de paz, el arado y algunos inventos más sin demasiada imaginación, Asta Regia sometió el pequeño poblado fronterizo a su jurisdicción, es decir, al arbitrio de sus impuestos y al tacón de su bota. (Ni que decir tiene que la tal Asta Regia, era el nombre que le daban a Jerez cuando todavía no se había abierto la Casa Domecq).
Pero el año 189 antes de Cristo, el procónsul Paulo Emilio, que para mí era amigo de la cacería y venía a tirar las tórtolas ahí al Pradillo y las torcaces en los Chozones, cuando había rastrojo de habas o garbanzos, declaró libre el poblado, dándole posesión plena de su torre Lascutana. Este alivio de servidumbres e impuestos dio nueva vida a sus pobladores, que debieron festejarlo en las coplas de carnaval, ya que a poco, en la cronología de los tiempos, aparecen monedas bilingües con Hércules y Espigas, a la manera de los duros del Cádiz decimonónico, que revelan el carácter y la vida de esta zona dentro de la heptápolis gaditana.
Este país que fue el puerto de arrebatacapas para las invasiones a lo largo de su historia, que mezcló más sangres que las morcillas y más leches que la Central de la Merced, que no solo conoció fenicios, cartagineses, romanos, celtas, suevos, vándalos y alanos, griegos, judíos, ostrogodos, godos y visigodos en una Babel increíble, sino también sus culturas, e inculturas, lejos de quedar aplastado por lo foráneo, acertó el modo de asimilarlo todo y quedar encima, como el aceite.
Esta zona de la geografía vino a ser como una encrucijada de caminos, los que venían de la mar y los que iban hacia ella. Su condición fronteriza, entre la sierra y la llanura, su orografía y la espesura de sus bosques, vinieron a ser como una esponja donde todo entraba y nada salía.
En el 711 la península ibérica recibió el alma morena de los moros, moros de todo palo, desde el rubio árabe que trajo los números y la filosofía griega refrescada bajo los surtidores del serrallo, hasta el azul del desierto que cuenta arenas y camellos esperándolo todo de la luna.
La historia de la Cava y Don Rodrigo, llena de amor y carne fresca, cuando aquella hembra de tronío, arrebatada de pasión, dice el romance, quitaba piojos amorosamente de la cabeza del rey perdulario, en un gesto precursor de la higiene, desconocía que sus calenturas eran sangre en el corazón para su padre el Conde Don Julián, que con Tarik, lugarteniente de Muza, venía corneando las puertas de España hasta estos pagos, donde se dio la primera batalla de la media luna a orillas de ese Barbate que todavía sangra por las adelfas.
Vinieron en el 711 con sus Mahomas y sus turbantes y aquí estuvieron legalmente hasta 1492, pero, en realidad, siguen aquí, en los ojos negros de nuestras mujeres, en los piropos de nuestros piropeadotes profesionales, en la pasión africana de nuestra sangre, en nuestro amor por los juegos del agua y de las flores, en nuestra facilidad para ganarlo y perderlo todo, en nuestra improvisación y nuestro fácil conformar bajo el sol que nos caliente y nos quita el apetito, haciéndonos soñar que el paraíso es algo como un jardín florecido de besos y mujeres.
Vinieron en el 711 y siguen aquí seguimos, con nuestra escalada bélica y romancera, con la conquista y la reconquista que nos dio carácter para siempre con sus glorias y sus miserias, sus generosidades y sus intransigencias de crisol donde todo lo divino y lo humano se funde.
Ahí tenéis esta Al calat, que quiere decir el Castillo. La antigua Torre Lascutana o de Lascut, de ser vigía de los primitivos pasó a baluarte romano, a fortaleza árabe con su guardia fronteriza formada toda por nobles caballeros, jinetes de antología procedentes de Gaza, los Gazúes o Gazules que le pusieron apellido al Castillo.
Ya antes de la reconquista, Alcalá fue escenario de luchas fronterizas, de incursiones guerreras que venían a llevarse la vaca y la mujer, el grano y el dinero que amasaba el trabajo. Hasta aquí alcanzó la lanza de aquel reino cristiano de raza árabe de Omar Ben Afsum (Omar hijo de Alfonso), que dominó la sierra y que, de no haberse desvanecido en la desgracia, hubiera abreviado en siglos el logro de lo que conocemos por reconquista.
De esta época nos llueve el romancero del Moro Gazul, enamorado de la esquiva Zaida, rival vencedor de Albenzaide y en el amor vendido, arisco y poético, que derribaba toros y doncellas con ardor y cambió las plumas verdes de su cimera que le regalara Azarque por las negras de un pavo capón, llevado de un ataque de celos bajo el signo de Capricornio.
Es entonces cuando la Antigua Regina de Plinio, el poblado de las orillas del Barbate, el poblado de la Torre de Lascut, se llena de surtidores y ruido de aguas de Azarques, Audallas y Alfarries, de cimitarras y claveles, altos torreones, ajimeces y celosías en los ventanales para tentar a los mirones mientras se bañaban las uríes, Zaidas, Celindas y Fátimas blanqueadas de nardos y jazmines, inspiradoras de sublimes barbaridades como aquella del rey moro que mandó sembrar de almendros su provincia, para que, al tiempo de la caída de la flor, aprendiera su amada, sin pasar frío como era la caída de la nieve.
Aquellos muros y fosos, adarves y piedras guerreras, que son los cimientos y la hondura de vuestras casas, el arroyo verde del romance que sigue siendo el nombre de una de vuestras callecitas, las fogatas que anunciaban de monte a monte las noticias que quemaban las alturas de Vejer, Alcalá, Arcos y Torre Estrella, siguen siendo un calor de cuna que da dignidad a vuestra sangre, a vuestra casta, a vuestro estilo bronco y serrano, donde hasta el limosnero que alarga su mano no pide, sino que cambia su sonrisa por unas monedas.
No quiero saltar en el tiempo y contaros los sitios de Gibraltar y el hospital de sangre que fue este pueblo, ni la llegada infausta del general francés Latour Maubourg que pasó a cuchillo a la población, ni la acometida de agua antigua que se hizo desde la finca de los Montes de Oca. Quiero hablaros de algo muy personal, como una confidencia. Veréis: el moro Gazul, que todavía vive en Alcalá y viene de tarde en tarde a lo de Pizarro a contarme sus cosas, bajó la otra tarde oliendo a hombre y a caballo, como los centauros, y me dijo muy enfadado que él nació en buena cuna, de buena madre y que no consentía que quedara su apellido en deshonra. Pueden creerme que la actitud de un moro enfadado, y con razón, es impresionante. No cabe duda que un hombre, cuando lo es, vela por la limpieza de su nombre, que es lo que llevamos de eternidad temporal para dejárselo a nuestros hijos. El buen nombre, tiene ecos de honra, eso que se pierde y nunca más se encuentra en la tierra. El nombre del Gazul está arruinado, con nidos de primillas y vencejos, hecho una lástima porque la vejez de los siglos le ha quitado fuerza a su brazo para enmendar el entuerto.
No hablo de sueños. Al-calat, quiere decir el Castillo, la raíz del nombre propio de este pueblo. Cuando un castillo se hunde, algo tuyo se hunde, pueblo de Alcalá. Esa Torre Lascutana que hizo posible la vida de relación del puesto fronterizo del Barbate, que ocupó un campamento de la Cora de Sidonia, porque en él podían sus hombres hacerse fuertes, que con Alfonso X el Sabio fue sede de la Orden Militar de Santa María de España (que después pasó a Torre Estrella ese imponente bastión que se alza enfrentando los Alburejos), ese Al-calat, es el nombre propio del moro Gazul y está olvidado.
Yo, señor Alcalde, en nombre de ese viejo amigo, encomiendo su cuita en mi pregón, modestamente, aprovechando el lance: que esas piedras se restauren por quién corresponda, porque es el nombre propio de este pueblo lo que está en ruinas. El pregón de mi mercadería es rogar que la Torre de Lascut, vuelva a enseñorear el horizonte como la cresta de un gallo que desde allí lanza su desafío a los siglos.
He venido a cantar las fiestas de Alcalá y, antes que se me acabe la cuerda quiere rendir homenaje a sus reinas, a la que se nos va y a la que nos viene, representando a la mujer y a la tierra húmeda, madre, amante, novia, donde se ampara toda soledad. Porque el hombre siempre está solo, como un chivo huérfano que busca en la mujer la generosa teta de la compañía. La ofrenda de la rosa y la del verso, la palabra de amor, la inquietud y la duda del corazón enamorado, son candelas en el juego del amor que prolonga la vida. Por eso, al cantar a la mujer alcalaína, canto a la vida que es hembra y va a la romería con un ojo en la tierra y otro en el cielo, sin ponerse bizca en tan dura empeño (que ya es difícil) para hacer divino lo que aquí abajo y humano lo de allá arriba.
Las Fátimas, Celindas, Zaidas y Zoraidas que han de presidir las cañas y torneos de la vida, en el futuro, los alanceamientos de los Toros bravos de Sidonia, de los nuevos Vanegas y Fodarquez, Mazas y García Pérez de Vargas, de este pueblo, merecen también mi ramo de flores palabrero, porque no solo tienen ya la única obligación de su belleza, que la belleza no es solo un sentido de modista y maquillaje, sino conservación del estilo cristiano de este pueblo, de la vida y de la muerte, espuela y freno del varón, pues si la mujer no conserva la raza ¿quién la va a conservar?
Desde aquí pueblo de Alcalá, al contaros mis cosas que son las vuestras, quiero desearos que siempre seáis vosotros, que no perdáis vuestra esencia campesina, el estilo de todo lo vuestro tiene aires de viejo y de eternidad: vuestra honestidad hecha carne, vuestra hidalguía, vuestro desinterés, vuestra paz de noria y vuestra sencillez. El hecho físico de vivir en un pueblo cuesta arriba, la realidad de las ruinas de piedra, imitándose a sí mismas, por encima de las modas y los modos, es un ejemplo vivo para el mundo.
Ahora sólo me queda desearos que sigáis poniendo el corazón en las cosas, trabajando por el pan nuestro de cada día, con ánimo de mejorar siempre, corriendo a lo que venga, si viene, como el que torea a solas en su plaza y lo hace lo mejor que sabe porque ha brindado el toro de su quehacer a la Virgen de los Santos.





Luis Berenguer y Moreno de Guerra
Premio Nacional de Literatura

sábado, 9 de julio de 2011

EVOCACIONES ALCALAÍNAS



CALLE LA AMIGA

Desde nuestra casa de la calle la Amiga se oían todas las campanas de Alcalá: las de la Victoria, las de San Jorge y, a veces, las de las monjas. En la fachada, un portalón y, sobre el portalón, un formidable cierro de forja antigua. A su espalda, el corral, con un limonero, una parra, un jazmín y flores, muchas flores. El sol inundaba el corral en invierno, pero en verano, el limonero y la parra no lo dejaban entrar. Los amaneceres eran un guirigay de pajarillos canoros y de perfumes que llegaban de la sierra del Aljibe. ¡Qué borrachera de naturaleza pura!

Nuestra casa participaba de dos calles, del callejón Osorio y de la calle la Amiga. Del callejón y su gente, ya hemos hablado. De la calle y sus habitantes, lo hacemos hoy. La calle sale de la Alameda y su esquina forma cantón con la calle Real. La primera visita que hago, cuando llegamos a Alcalá, es al nº 6 de la calle la Amiga. Las calles donde hemos nacido forman parte de nosotros, porque han sido la cuna de nuestra vida. En cierta manera les pertenecemos y ella nos pertenece, como si hubiera habido una simbiosis de amores. Siempre será para nosotros la más querida, la más bonita, la mejor; como grabada en el alma desde niños. La calle se iniciaba en la plaza de la Vera Cruz, en la Alameda y, antiguamente, incluía la actual Fernando de Casas o travesía de la Amiga y el primitivo Carril Bajo. El nombre se le ha dado en memoria del insigne humanista traductor de Cicerón e hijo de Alcalá.

Hoy tiene un segundo nombre, calle “Juan María de Castro”. Don Juan María de Castro y Moreno era hijo de Antonio María de Puelles y Salas, de Alcalá de los Gazules, nacido el 30 de diciembre de 1826. Abogado, Caballero de la Orden de Carlos III, Alcalde de Alcalá, Capitán de Milicia Nacional y Diputado Provincial de Cádiz. Casó en 1848 con Doña Francisca de Paula Dalmau y Dorado, de Jimena de la Frontera. De este matrimonio nació Catalina de Puelles y Dalmau, que casó con el Jefe Superior Honorario de Administración Civil, Alcalde de Alcalá y Vicepresidente de la Diputación Provincial de Cádiz, Don Juan María de Castro y Dalmau. Tuvieron cinco hijos: Antonio, Francisca, Juan María, Luis e Isidro.

Para nosotros siempre será la calle la Amiga, tal como le puso el pueblo, que es el que tiene la inspiración. Los políticos tratan de corregirle la plana, pero no lo consiguen. Las tres ciudades más grandes de la provincia –Cádiz, Jerez y Algeciras- cuentan con elencos abundantes del apellido “Castro”. Pero, en la actualidad, no sé si queda algún Castro en Alcalá. Provenían de Cádiz capital. Uno de los más destacados fue don Adolfo de Castro, quien a los veinte años escribió la Historia de Cádiz. Más tarde lo nombraron gobernador de Cádiz y escribió, en 1858, cerca de mil páginas sobre Cádiz y su provincia. Esa historia es un documento que todos los gaditanos deberíamos conocer.

Si el callejón Osorio tenía familias numerosas, la calle la Amiga no se quedaba atrás, aunque ninguna alcanzaba a la nuestra. Éramos doce hijos, siete varones y cinco hembras, más el matrimonio; y ya en Jerez, nacería la más pequeña. Nuestro padre se llamaba Patricio, y nuestra madre, Gaspara. Y mis hermanos y hermanas, por orden cronológico, eran Jacinta, Cristóbal, Carmen, Patricio, Catalina, Gaspar, José, Juan, María de los Santos, Lourdes, Salvador, Rafael y María de Gracia. De todos ellos, ya han fallecido nuestros padres, tres hermanos y dos hermanas: Cristóbal, Patricio y José, Jacinta y Carmen. Naturalmente, la familia se ha agrandado con una legión de gente joven. Existe un centenar de descendientes directos entre matrimonios, hijos, sobrinos y nietos.

En la década de los 40, nuestra casa mantenía su antigua estructura, correspondiente a una casa de labriegos que había tenido almacén, corral y amplia entrada para caballerías y carros. En la actualidad, la casa ha experimentado una gran transformación e incluso ha quedado dividida en dos o más pisos. Cada una de las casas de la calle tenía una arquitectura curiosa: la fachada exterior con ventanas y balcones, y la interior, con pasillos, terrazas, corrales, jardines y rincones para plantas y flores. Eso hacía que las casas tuvieran una alegría especial y que el sol penetrara siempre por algún trozo de cielo.

Muy cerca de nuestra casa estaba la de Josefa y María Lozano Sánchez con sus hijos. Allí nos reuníamos, cada tarde, una tropa de chavales para jugar en un patio interior. Creo que en esta misma acera vivía el matrimonio Manuel Garoz Puebla y Filomena Blanco Valdestillar, con sus siete hijos e hijas: Juliana, Carmen, Rafael, Ángela, José Antonio, Manuel y Margarita. Cuando llovía, los chavales jugábamos con la calle echando barcos de papel y trozos de madera a ver cuál llegaba antes a la calle Río Verde. Con el buen tiempo, jugábamos a la pelota lanzándola hacia arriba y esperándola a la vuelta a ver quién la cogía.

A continuación se situaba la casa del matrimonio Manuel Romero y Trinidad Gómez, con sus hijos Manuel, Francisca y Petra Romero Gómez. Posteriormente, se fueron a Jerez, donde murieron los padres. Más adelante, Francisca marchó a Sevilla junto a su hermano Manuel y cerca de su hermana Petra, que vive en Los Palacios. En la puerta de la casa de Trinidad, durante las noches del verano, se organizaba una tertulia de mujeres de la calle la Amiga, que duraba hasta altas horas de la noche. A Trinidad le sobraban temas para mantener la atención de las tertulianas.

Frente a la casa de Manuel y Trinidad, vivía una familia afincada en Alcalá, “Los Ulloa”. Aunque no eran oriundos de nuestro pueblo, pues María Ulloa “La Partera” había nacido en Utrera el 29 de enero de 1887, arraigaron aquí. Se casó a los 27 años y a esa edad tuvo su primer hijo. Su marido era carabinero y fue destinado a Medina Sidonia (Cádiz). En 1925, ya tenía cuatro hijos. En Medina descubrió su vocación de comadrona porque tenía amistad con una vecina que se dedicaba a esta profesión. Para poder cursar los tres años necesarios para ejercer de comadrona, recibió ayuda de su amiga, que se prestó a cuidar de sus dos hijos mayores. Al cabo de los dos años, volvió de Cádiz con sus dos hijos pequeños y el título de comadrona. Se instaló en Alcalá de los Gazules, aquí crió a sus hijos y aquí se instalaron sus descendientes. Atendió a tres generaciones de parturientas y neonatos alcalaínos. Su capacidad de sacrificio atendiendo a las mujeres en el pueblo, en el campo y a cualquier hora, así como su desprendimiento con los más necesitados, dejó una estela luminosa de humanismo y generosidad. Sus descendientes fueron el matrimonio formado por Manuel Rodríguez Ulloa y Manuela González Casas, con sus hijos Manuel, María y Moisés Rodríguez González. (Biografía de Antonio de la Rosa, 2009).

Otros matrimonios menos numerosos de la calle fueron el de Mariano Morilla Delgado y Josefa Chavez, con sus hijos Manuel y Francisco. Asimismo, el de José Quesada Cuevas y Dolores Díaz Quesada, con sus hijos Manuel, Dolores y Matías Quesada Díaz. Y el de José Guerrero Villegas y Ana Pérez Castilla, con su hija Dolores y una tía que se llamaba Isabel Pérez Castilla.

En la misma acera de su casa, uno de los edificios de la calle albergaba el Cuartel de la Guardia Civil. A los niños nos extrañaba ver pasar a tanta gente camino del cuartel, sin saber la razón. En verano subíamos a la plaza Alta cuando soplaba con fuerza el levante. Al bajar, nos llamaba la atención ver al guardia de puerta con la guerrera desabrochada, sentado ante una mesita escribiendo a máquina los expedientes y denuncias y un botijo de agua fresca en el suelo. Era un cuadro pintoresco como correspondía a Alcalá.

Otro matrimonio de familia numerosa fue el de José Barea Medina y Antonia Salas, con sus hijos Juan, Catalina, Lucía, Oliva, José Antonio y Nicolás Barea Salas. Recuerdo que tenían una carpintería donde hacían muebles finos y, en Navidades y Reyes, juguetes de madera: carros, camiones, cocinitas, casitas, cabezas de caballo con su palo de montura...Los chavales nos parábamos en la puerta de la carpintería y contemplábamos cómo el maestro Barea iba transformando la madera en juguetes en serie que irían a parar a nuestras manos. Creo que Nicolás Salas se fue a San Juan de Aznalfarache y, estando el cronista allí de profesor, nos encontramos y nos reconocimos como correspondía a alcalaínos en la diáspora.

Francisco Herrera Vázquez y Antonia Lozano Mansilla fue un matrimonio con dos hijos, Francisco y José Herrera Lozano; el de Salvador Aído Meléndez y María Arroyo Puerto también tenía dos hijos, Francisco y María de los Santos Aído Arroyo; el de Francisco Martos Rodríguez y Carmen Hernández Gómez tenía dos hijas, Margarita y Encarnación Martos Hernández; el de Antonio Caro Briones y Petra Mariscal Recio, cuatro hijos: Andrés, Isabel, María José y Juan Antonio Caro Mariscal. Había también otros vecinos, como los Benítez, los Marín, los Guerrero...

Las mañanas de nuestra calle eran de una luminosidad esplendorosa que iba desapareciendo a medida que avanzaban las horas del día. Íbamos a la Escuela de don Manuel Marchante, con el portalibros repleto de cuadernos, el libro Corazón de Amicis y la Enciclopedia Álvarez. Y volvíamos a nuestra casa luminosa de cal, invadida de olores de comidas caseras y con un cielo tan amplio como el de un campo de fútbol. Y nos íbamos derechos al corral a echar de comer a los jilgueros, a los canarios, a los verdones... Nuestra madre siempre tenía un bebé en los brazos dándole el pecho y cantándole: “Duérmete, niño, que viene el coco/ y se lleva a los niños que duermen poco”. ¡Qué estela rebosante de vida la de mi madre! ¡Nada menos que 13 hijos, Dios mío!

JUAN LEIVA

miércoles, 6 de julio de 2011

7º FESTIVAL INTERNACIONAL DE MÚSICA EN ALCALÁ DE LOS GAZULES



7º Festival Internacional de música, 
Alcalá de los Gazules
Días 10 al 13 de agosto de 2011, 22H, Plaza Alta.
 
PROGRAMA
Miércoles 10 de agosto, 22,00 h -
ORQUESTA JOVEN DEL BICENTENARIO
Haydn, Mozart, Beethoven
Jueves 11 de agosto, 22,00 h -
THE SOLOISTS OF LONDON
Baroque Classics - Vivaldi, Bach, Locatelli
Viernes 12 de agosto, 22,00 h -
THE SOLOISTS OF LONDON
Concierto romántico a luz de velas - Romantic concert by
candlelight -
Mozart, Elgar, Barber, Rodrigo, Tchaikovsky
Sábado 13 de agosto, 22,00 h -
THE SOLOISTS OF LONDON varios de los mejores cantantes de
España y el director del TEATRO REAL MADRID para
interpretar: Verdi - La Traviata
Se celebrarán en el Patio de las Escuelas Profesionales de la SAFA y en la Iglesia Parroquial de San Jorge.
El precio 7,50€ y el sábado 10€; (niños 2,50€ todos los días)
 

lunes, 4 de julio de 2011

EVOCACIONES ALCALAÍNAS


II.3.- “OSORIO, UN CALLEJÓN ENTRAÑABLE”

Para nosotros, los que nacimos y vivimos en el callejón Osorio, era un rincón entrañable. Su configuración no tenía nada especial, cada vecino había resuelto su fachada de la manera más sencilla y bella. No hace mucho tiempo, fuimos a evocar recuerdos Francisco Almagro, Andrés Moreno y yo. El callejón ha experimentado una transformación total. Nadie sabe el origen del nombre, pero puede que se deba a un vecino o a una persona, que mereció ostentar el rótulo del callejón por su quehacer a favor del pueblo. No hemos conseguido dar con ese personaje anónimo, para que nos confirme esta aventurada hipótesis. No obstante, entre la antigua nobleza alcalaína de los duques de Tarifa, aparece doña Urraca Osorio de Lara, señora de Sanlúcar de Barrameda por su matrimonio con Alonso I Pérez de Guzmán, hijo de Guzmán el Bueno. Doña Urraca fue objeto de las iras de Pedro I el Cruel, que la mandó quemar viva en Sevilla en 1368, aunque fue dama de excelentes cualidades humanas y virtudes cristianas.

Cuentan “Las Leyendas de Sevilla” que “Juan Alonso Pérez de Guzmán, hijo de “Guzmán el Bueno”, fue uno de los defensores de Enrique de Trastámara frente al rey Pedro I “el Cruel”. En 1367, se originaron unas revueltas en las que fue apresada doña Urraca Osorio de Lara, esposa del de Guzmán, siendo acusada como principal instigadora de una conspiración contra el rey. En el proceso subsiguiente fue condenada a muerte. La ejecución se llevó a cabo en la laguna de Ferias o de Cañavería, lugar donde hoy se encuentra la Alameda de Hércules en Sevilla. Cuando se dio la orden de encender la pira, cuenta la leyenda que el aire caliente de la hoguera levantó la falda de la ajusticiada ante la mirada de la chusma que presenciaba la ejecución. Quedó desnuda ante la masa popular que con diversión acogió el hecho. Sin embargo, todos quedaron mudos cuando una muchacha salió entre la multitud y se arrojó a la hoguera para tapar las vergüenzas de doña Urraca, pereciendo junto a la condenada. Esa joven era doña Leonor Dávalos, criada y protegida de doña Urraca y fiel a ella hasta la muerte. El gentío quedó mudo de asombro. Ambas fueron enterradas juntas en el Monasterio de San Isidoro del Campo (Santiponce, Sevilla).En el lugar se colocó una cruz en cuya base aparecía una tinaja”, que dio nombre a la calle, Calle Cruz de la Tinaja. (Publicado por Pepe Becerra)

El apellido Osorio, con una sola “S”, es muy común en España, aunque parece oriundo de Galicia y Portugal. En Cádiz y Jerez, hubo militares Osorio. En Algeciras abunda este apellido y fue célebre la familia de don Manuel Ossorio y Bernard, saga de famosos periodistas del siglo XIX. Parecen oriundos de Cataluña, pero existen asimismo en Cádiz, Jerez y Algeciras. Sin embargo, en Alcalá de los Gazules no existe, actualmente, ninguno de los descendientes de los Osorio.

El callejón “Osorio” se asoma al corazón de Alcalá; es decir, a la plaza de la Cruz. Inmediatamente, en su inicio a la derecha, conforme se viene de la Alameda a la calle Real, se encontraba el bar Vicente. Vicente era un hombre soltero, sencillo, serio y formal, hecho al gusto de tres mujeres, sus hermanas María Dolores, Francisca y Margarita. Vicente servía a la clientela con equidad, sin excesos pero sin descuidos. Al entrar en la calle la Amiga, se olía siempre a café y a anís, cuyos aromas salían de su Bar. Tenía una clientela fiel al café mañanero y al vespertino después de la siesta. Entre esos clientes estaba nuestro padre. Se sentaba cada tarde en verano a tomar café hasta que se hacía de noche. Aquel aroma de café con anís aún no se ha desprendido de mis fosas nasales.

Aneja al bar Vicente, una o dos puertas más arriba, estaba la tienda de Manuel Romero. Era un despacho pequeño donde se compraban alimentos de primera necesidad: pan, aceite, vino, vinagre, arroz, garbanzos, leche, azúcar, café y excelentes conservas que traían de Barbate. Pero lo mejor eran los productos de chacina de la matanza que Manuel hacía con bastante frecuencia. Cuando exponía sus productos, la calle se llenaba de aromas inefables, de chicharrones deliciosos, de tocinos en sal, de asadura adobada, de chorizo en manteca, de morcilla fresca, de morcones rojos. Manuel tenía una mano de santo para la chacina y era un hombre bueno en el mejor sentido de la palabra. Su mujer Trinidad le llamaba “Papa Dios”.

Su vivienda estaba varias puertas más arriba que la nuestra y teníamos gran amistad con ellos. Su esposa, una mujer hermosa, alegre y dicharachera, tenía palabras y alegría para todo el mundo. El matrimonio tuvo tres hijos: Manolo, Francisca y Petra. Manolo se casó con Inés, una joven que se había criado en el Beaterio, y tuvieron dos hijas y un hijo. Ambos cónyuges murieron. hace un par de años en Sevilla donde vivían. Francisca vive también en Sevilla y Petra en Los Palacios. Cuando murió Manolo e Inés, nuestro hermano Rafael, Padre Carmelita, celebró las dos exequias y nos reunimos varias familias alcalaínas.

En la esquina de la calle la Amiga con el callejón Osorio, estaba la casa de María Pizarro Sánchez. Era viuda y tenía cuatro hijos: Francisco, Rafael, Juan y José Almagro Pizarro. La casa tenía un balcón desde donde se veía la calle la Amiga, el callejón Osorio, el costado del corral y de la casa de los Leiva y parte de la Alameda. María Pizarro se sentaba a coser y a hacer cuentas en el balcón y, desde allí llamaba a sus hijos. Era una de las familias clásicas del callejón Osorio y de la calle la Amiga. Francisco Almagro y Gaspar Leiva eran muy amigos. Protagonizaron una curiosa anécdota de vecinos. Los dos iban los domingos a misa de alba a las monjas y, a continuación, se iban al Prao a poner liria para cazar pajarillos. La misa en el convento de las clarisas era muy temprano, sobre las seis de la mañana. Para no quedarse dormido, Gaspar se ataba una cuerda al pie y Francisco tiraba de la cuerda hasta que Gaspar despertaba.

En la misma acera del callejón Osorio, antes de iniciar el repecho, estaba la casa de los Muñoz. Era otra familia numerosa formada por Joaquina Muñoz Fernández y su marido, al que no conocimos porque había muerto. Después estaba una tía, Carmen Caballero Pérez. Y un hijo y cinco hijas: Juan, Joaquina, Rosa, María, Carmen y Catalina Muñoz Caballero. La casa tenía un sótano y allí fue donde los niños pasamos la célebre noche de la bomba sobre Alcalá. La familia Muñoz era otra de las familias clásicas del callejón. Cuando estudiábamos en Sevilla, nos veíamos con alguna frecuencia Bartolo Visglerio, Manolo Romero, Juan Muñoz y yo.

El callejón Osorio no tenía salida. El final de la calle estaba cerrado por la casa de los González Benítez. Nadie los reconocía por los apellidos Todo el mundo los llamaba “Los Colones”. Yo creo que el sobrenombre vino por el padre, pues todo el mundo lo llamaba “Cristóbal Colón”. Era otra familia numerosa formada por el matrimonio Cristóbal González Mejías e Isabel Benítez Macho. Sus hijos eran Francisco, Juana, Cristobalina, Antonio, Patricio, Juan de Dios, Rocío, Esperanza, Ángel y José María. Una hermana nuestra decía que al último le pusieron Patricio porque nuestro padre fue su padrino de bautismo. Por cierto que a este niño le decíamos los demás chavales “El Boyao”, porque tuvo un accidente grave y quedó marcada su cabeza para toda la vida. Nos reuníamos todos los chavales del callejón a jugar cada tarde.. No hace mucho tiempo, fui por Alcalá y estuvimos –Andrés Moreno y yo- saludando a una de las hijas de los Colones, Nina, que vive actualmente en la calle Real. Tuvimos una deliciosa charla evocadora de aquellos tiempos inefables. Casi todas aquellas familias han emigrado o han desaparecido. Pero en el callejón Osorio ha quedado un hálito de gritos y chillidos infantiles, de risas de las de Jiménez, de voces de María Pizarro, de las de Muñoz con la puerta abierta y del estruendo de una bomba mortífera de la guerra civil.

Los vecinos referidos son los que yo más frecuenté y viví cerca de ellos. Pero en la relación que Francisco Almagro ha hecho de los vecinos que tuvo el callejón Osorio y que ha tenido la gentileza de facilitármela, aparecen otras familias que han vivido en el callejón.. Entre ellas, puedo recordar a Vicenta Casas Mansilla, Antonio, Manuel y Ángel García Casas. Otras son Francisco Sánchez Madrid y Juan Durán Gago. Antonia Luna Correro. José Cuello de Oro Trujillo. Diego Sánchez González. Josefa Cabral Robles y Evaristo Maira Cabral. Y otra familia numerosa: Gabriel Piñero Hidalgo y Josefa Belmaño y José Cabrera Coca, con sus hijos José, María Josefa, Yolanda y María Cabrera Piñero. Otros vecinos fueron Eugenia Cruz Bueno, Gabriel Ramírez Cruz y Amparo Ramírez Cruz. Asimismo, Pedro Sánchez Lago y Carlos Sánchez Martínez. Y, finalmente, otra familia, la de Guillermo Castillo Orellana y Francisca Barranco Jiménez, con sus hijos María Francisca, Guillermo, Raúl y Marta Castillo Barranco.

¡Entrañable callejón Osorio, cargado de niños, de adolescentes, de jóvenes y de adultos que nunca te pueden olvidar!

JUAN LEIVA.

viernes, 1 de julio de 2011

RESTAURACIÓN DE LA VIRGEN DE LA VICTORIA DE ALCALÁ DE LOS GAZULES

Juan Antonio Lobato Ruiz me envía un correo que recibe de Carmen Arias Guerrero carmenariasguerrero@yahoo.es que dice lo siguiente:
"Como sabéis, desde finales del mes de mayo hemos comenzado algunas operaciones de restauración sobre la talla de la Virgen de la Victoria, localizada en la hornacina principal del altar mayor de la Iglesia de la Victoria. Para ampliar la investigación sobre la historia material de la escultura (cambios de atributos, deterioros, pérdidas de manos y pies de ángeles...) sería necesario contar con fotografías antiguas de la Virgen y en su defecto del retablo. Muchas veces estas fotografías se realizaron ante obras importantes de la iglesia (como aquella de principios del siglo XX cuando se sustituye la cubierta, la obra del cambio de solería, años 90) y en su caso también pueden ser interesantes fotografías de bodas u otros actos religiosos en los que se fotografiasen las personas delante del altar mayor. Las fotografías que se presten, serán digitalizadas y devueltas a sus propietarios, y por supuesto se consignará con subtítulo el propietario de la misma. Te recuerdo también que a esta Virgen se le ha conocido popularmente como "virgen del rosario", por lo que a la hora de preguntar a las personas mayores, habrá que denominarla con el nombre popular. Esperamos que difuntas entre los alcalaínos este mensaje para que podamos ampliar la documentación sobre esta interesante y olvidada talla". Te adjunto un enlace con la nota de prensa del comienzo de la restauración:

www.lalevantadigital.com/2011/06/forja-xxi-restaura-la-virgen-de-la.html

www.diariodecadiz.es/article/provincia/1001501/forja/xxi/restaura/la/imagen/la/virgen/la/victoria/alcalaina.html

La portentosa Virgen de la Victoria que se encuentra en el retablo mayor de la iglesia del mismo nombre de Alcalá de los Gazules -donde antaño estuvo el Convento de San Francisco de Paula- recuperará a finales de otoño todo su esplendor tras la intervención del taller de Restauración de Forja XXI y gracias al acuerdo de colaboración con la Diócesis de Cádiz y, en este caso, con la Asociación de Amigos para la Conservación del Patrimonio de la Parroquia. Se trata de una escultura majestuosa, policromada, de gran valor artístico -del siglo XVIII y atribuída a Francisco Camacho de Mendoza- que mide 2,40 metros a pesar de que representa a una Virgen entronizada y sedente. Pero al margen del tamaño, la Imagen llama la atención por dos detalles poco habituaales y ambos localizados en la parte posterior: la presencia de un manifestador -dosel donde se coloca al Santísimo Sacramento para su adoración- y las ráfagas doradas que simbolizan al sol. La Imagen muestra un estado de conservación "muy preocupante", con grandes lagunas ya desprendidas de policromía, pérdidas de soporte y ensambles abiertos ocasionados por "los avatares de la historia, sin olvidar que la gran dimensión del camarín propicia una mayor acumulación de polvo, suciedad e insectos", como señala Carmen Arias, licenciada en Bellas Artes en la especialidad de restauración y responsable del equipo que acomete este proceso. En estos momentos y ante la dificultad de trasladar la talla, se está realizando in situ una labor urgente de consolidación de la policromía y de reintegración de soportes, mientras que en el taller se está llevando a cabo, por un lado, la restauración del Niño Jesús, que aparece iconográficamente con la bola del mundo y en actitud de bendecir, y por otro, las manos de la Virgen. Esta iniciativa tiene como finalidad la recuperación de bienes pertenecientes a instituciones públicas y religiosas de diversas localidades de la provincia, trabajos que están enmarcados en el programa de restauración del patrimonio. Este taller de Forja XXI -integrado por personal experto en restauraciones artísticas- está subvencionado por el Servicio Andaluz de Empleo de la Junta de Andalucía.
ORIGEN DEVOCIONAL: La iconografía de esta talla de Alcalá de los Gazules sigue el modelo de Málaga puesto que es una advocación muy vinculada a esta ciudad desde la conquista que efectuaron los Reyes Católicos en 1487. El culto a la Virgen de la Victoria fue difundido por los frailes mínimos de San Francisco de Paula, cuya Orden fundó en 1585 el convento de Alcalá de los Gazules, según señala Pablo Pomar en una de sus obras literarias. Esta Imagen del barroco tardío -también conocida popularmente como Virgen del Rosario- aparece sentada sobre una nube de ángeles y querubines y sujetando con su brazo izquierdo al Niño, que, a su vez, sostiene el mundo en una mano mientras bendice con la otra.


La Virgen de la Victoria se encuentra en el cabecero de la Iglesia y se accede por una grada de 8 escalones, formando un pequeño espacio que se cierra por baranda y pulpitillo. El altar es de Sebastián de Aguilar y Castañeda, vecino de Medina Sidonia con quien suscribe contrato el vicario Fray Antonio Delgado. Está realizada en madera de pino de Flandes, en algunos tramos con imitación a piedra. Fue terminada en agosto de 1797. La preside la Virgen de la Victoria, talla de gran tamaño, más de dos metros, y está dotado de un mecanismo giratorio que permite volver a la Virgen quedando visible un gran sol, estofado con pan de oro de 0,68 de diámetro. Las caracteristicas de la virgen parecen indicar que es anterior a la construcción del altar. A ambos lados la flanquean dos santos: San Miguel en la derecha y San Ildefonso, arzobispo de Toledo, a la izquierda. Debajo del camarín está el sagrario dorado por dentro.

El tiempo que hará...