domingo, 23 de diciembre de 2007

JUNTA DEL CRISTO DEL PERDÓN


31 DE ENERO DE 1952 - DÍA DE SAN JUAN BOSCO

PRIMERA FILA: Don José García Moreno, Sebastián Coronil Corchado, Antonio Pérez Moreno y Cipriano Pérez Barroso.
SEGUNDA FILA: Manuel Sánchez Romero, José Andrés Cobos Moreno y José Sánchez Elejalde.
TERCERA FILA: Francisco Delgado Lozano, Juan Bosco García Pavón, Manuel Morilla Chaves y José Delgado Lozano.

MI INFANCIA SON RECUERDOS Y ANÉCDOTAS

Da comienzo mi etapa escolar con unos 4 o 5 años en la Escuela de D. Antonio Fernández, que estaba situada en un salón grande de una segunda planta un poco mas arriba de la Plazuela, como era pequeño iba acompañado de Domingo Ruiz Torres, ya que vivíamos los dos muy cerca, en la calle de los Pozos y él era un par de años mayor que yo. En aquellos años se comenzó la construcción de la primera Escuela Estatal conocida por el Parque, que aglutinó a todos los niños que estaban en pequeñas Escuelas, ésta se denominó “Juan Armario” por ser el nombre del Alcalde de aquellas fechas.
Un año después paso a una Escuela en la calle de los Pozos, que abre D. Bartolomé Fernández Gallego, allí estoy otro año, a Miguel Pastor le recuerdo también su paso por allí. A estos profesores que tenían sus Escuelas particulares, nuestros padres tenían que pagarles la correspondiente mensualidad, que sería pequeña, no la recuerdo, pero más precaria era la economía familiar de la época, por tal motivo, cuando se abre la SA.FA. una avalancha de unos 160 niños aproximadamente, nos damos cita en aquella andadura, ya nuestros padres no tienen que pagar nada.
Primero subía desde la calle de los Pozos y después desde las Peñas, dos veces al día, mañana y tarde, menos 15 días de Junio y otros 15 de Septiembre si mal no recuerdo, que solo había clases por la mañana.
Mi etapa Escolar en el Convento fue desde los 8 a los 16 años, o sea, desde la apertura en el Curso 54-55 hasta el 62-63 que pasamos a empezar la Oficialía en Andujar.
Es durante esos primeros años de mi niñez cuando se inicia el nacimiento y la niñez de la SA.FA. en Alcalá de los Gazules, una puesta en marcha lenta pero con firmeza, con precariedades pero con mucho corazón, de aquellos primeros hombres y mujeres que afrontaron la tarea, cuyas pautas y directrices ya estaban marcadas a semejanza de las otras Escuelas que ya se habían abiertos en otros puntos de Andalucía.
Eran muchas las ilusiones e inquietudes que tenían aquellos primeros Profesores, los cuales al mismo tiempo nos la iban inculcando a nosotros que tuvimos la suerte de iniciar aquella andadura, desarrollar e inculcar en nosotros los valores humanos que toda persona debe poseer para luego afrontar los avatares que luego en la vida se les van a ir presentando.
Don Manuel Velasco Vega (q.e.p.d.) fue uno de los profesores que marcó huella en mi infancia, por su esfuerzo, dedicación y cariño y con una dedicación exclusiva hacia nosotros.
Formó un pequeño coro del cual Manolo Rosado y yo éramos solistas, cantábamos en la Parroquia en la Fiestas Litúrgicas más señaladas, acompañados por Don Manuel Mansillas (q.e.p.d.), con el órgano pequeño y otras veces por Don Arsenio (q.e.p.d.) padre de Jaime Cordero.
Hoy a los cincuenta años de aquellas fechas, aquel niño os recuerda hoy, ante los alumnos actuales del Centro con mucho cariño, a los dos Manueles: Velasco y Mansilla y os da las gracias por todo lo positivo que sembrasteis en él, como profesores suyo y desde esta misma Escuela, quiero mandaros hoy un fuerte abrazo para cada uno de vosotros, allá donde estéis.
Cuánto nos reíamos en clase de Geografía cuando alguno teníamos que pronunciar el río Bramaputra, jugando al salto de la mula en el patio pequeño y al fútbol en el grande que al principio lo que había era escombros de las zonas derruidas y el abandono de años.
Cómo escribíamos con aquellas plumillas metálicas que si se te caían de punta o le apretaras demasiado las tenías que tirar, teníamos la tinta por litro, pues había un botellón de litro, se rellenaba de agua del grifo, se le echaba una o dos pastillas de colorante, se agitaba y a rellenar los tinteros que cada uno teníamos delante de nuestro pupitre, había manchas por todas partes, en los pupitres, en las manos, en la ropa, etc.
Recuerdo que se hacían obras de teatro para fin de Curso y se hacía la entrega de premios y Diplomas. Una de las obras fue “El Piyayo” interpretada, entre otros, por Jacinto Pérez García, hoy Profesor de Magisterio, residente en Cataluña. El profesor Don José Arjona y don Ernesto, con su bandurria y su guitarra, respectivamente, llegaron a formar también una pequeña rondalla.
La Primera Comunión nos la dio el Padre Lara y después de la Comunión, al Colegio a desayunar el chocolate con el bollito de la época, seguidamente a Casa de Ricardo, que vivía un poco más abajo de la Puerta del Sol, para hacernos la foto para el recuerdo y seguidamente nos llevaban a visitar a la familia y amistades a los cuales les íbamos dando la estampita recordatoria de aquel día tan señalado y ellos nos daban muchos besos y algunas monedas.
También os diré que después de salir del Colegio por las tardes, me dijo un día mi padre que me fuese a la tienda de Pepe Domínguez y que no me quería verme en las calles “matando gatos”. Éste hombre tenia dos tiendas, una de tejido, que daba a la calle Real y otra de Ultramarinos que daba a la calle de atrás y se comunicaban por la misma casa. Allí estaría un par de años o tres, después como lo que me gustaba era la mecánica me fui a la Tienda-Taller que tiene Juan Valadés en Las Peñas, entre tanto, mi padre me llevaba al campo todas las vacaciones de Navidad, Semana Santa y verano a colaborar con él en todas las tareas del campo, el huerto, la leña, hacer el pan, las matanzas del cerdo etc., etc. pués era un hombre muy activo, tan activo que de noche me enseño a liarle los cigarrillos de picadura para que al día siguiente no parase ni a liarlos.
En el Curso 63-64 ingresamos en el Internado de Andújar 5 o 6 compañeros, pues ya estaban allí, del curso anterior, Manuel Pérez Moreno y Juan Barrios Puerta (q.e.p.d.), cuñado de Jaime Guerra. Aquel mismo año, llega con nosotros, el que iba a ser Director del Colegio durante los cinco años que estuvimos allí, el Jesuita Miguel Ángel Ibáñez Narváez.

El Padre Ibáñez dejó en mi y seguro que en el 99% de los alumnos que allí habíamos, una huella muy positiva para nosotros, tanto por su conducta férrea hacia nosotros, como por su carácter y formación liberal, con la que nos fue moldeando durante aquellos cinco años que estuvimos allí con él, pues en aquellas fechas ya nos dejó formar en el Colegio, un conjunto músico-vocal formado por los alumnos del Colegio y dábamos bailes en el Salón de Actos del Colegio en fechas señaladas adonde acudían las chicas de la Ciudad, pues muchas de ellas deseaban más que nosotros el comienzo del Curso, algunas de ellas llegaron a casarse con alumnos del Colegio, caso por ejemplo de Miguel Álvarez Gómez, de aquí de Alcalá de los Gazules, que se caso con una chica de Andújar y hoy día tienen dos hijos, todos viven en Martos y trabaja en la fabrica de VALEO de origen francés.
Una vez finalizado en Andújar los estudios de Maestría y habiendo trabajado durante los anteriores veranos en las corchas desde los 17 años, para ayudar a la economía familiar. A partir del verano del 68 comienzo a trabajar en las distintas contratas de los Astilleros de Cádiz, Matagorda y San Carlos, San Fernando, todo esto para poder seguir estudiando Náutica en Cádiz, ya que con lo que nos daban de Beca solo había para la mitad del Curso. Comienzo ha hacer las prácticas de Náutica, como Alumno de Máquinas, el 3 de Marzo del 72 y las termino el 31 de Julio del 73. Como Diego Álvarez, que también hizo Náutica al mismo tiempo, pero terminó antes las practicas me dejó los apuntes del Curso de Oficial y durante mis prácticas estuve estudiando también a bordo, porque me jugaba o seis meses o quince meses de mili de aprobar o no. Así que a punto de agotar las prorrogas por estudios con casi 27 años termine las prácticas en Julio y en Septiembre pasamos por la Vicaría del Santuario de Nuestra Señora de los Santos, mi esposa y yo, después de cinco años de novios y de mutuo acuerdo y sin presiones de ningún tipo. Sigo estudiando y apruebo el Curso de 2ª Oficial en Octubre, por lo tanto ya solo tenía que hacer 6 meses de mili, hasta que llega Enero. Para ir a la mili trabajo en Astilleros y cuando llegamos en Enero al Cuartel de Instrucción de San Fernando parece ser que sobran reclutas y de buenas a primera nos dejan fuera del servicio a mas de 50, unos por gordo, otros por la talla, otros por la vista, etc., etc. Algunos lloraban por que querían hacer la mili, yo daba saltos de alegría, pues de seis meses que iba a estar, lo que estuve allí fueron ocho días.
El 4 de Febrero de 1974 embarco como Oficial de Maquinas en el B/T “Campoalegre” de la Flota de C A M P S A donde navego durante 30 años, hasta final de 2002 que me jubilo con algo mas de 55 años, por los diez años de reducción que se nos otorga por Ley a los Marinos Mercantes.
Ahora quisiera preguntaros: ¿he tenido Suerte ó Buena Suerte en la vida?
Porque hay bastante diferencia. ¡eh!.

¿Suerte o buena suerte?

Conviene diferenciar entonces dos conceptos: suerte, por un lado, y buena suerte por el otro.
La “suerte”, entendida tal como nos la presentan las definiciones al uso, tiene mucho que ver con el azar. Por tanto, no es controlable ni reproducible por la voluntad humana. Caprichosa y efímera, su aparición puede ser favorable, pero en cualquier caso su presencia es ocasional y no dura para siempre.
No está de más recordar que la amplísima mayoría de las personas que han obtenido un gran premio en juegos de azar, han perdido todo lo ganado al cabo de un lapso entre cuatro y siete años, y además, su red de afectos ha salido gravemente dañada, debido a problemas derivados de la falta de previsión, a la escasez de preparación para gestionar la fortuna, al despilfarro o a la vanidad.
Por otro lado, la buena suerte, dicen aquellos que consideran tenerla, la crea uno mismo: uno es la causa de su buena suerte. Quizás lo que ocurre es que a menudo parecemos olvidar los buenos principios vinculados al sentido común, que conocían bien nuestros abuelos y abuelas, pero que por ser obvios, son olvidados.
Es decir, yo diría que cada uno de nosotros disponemos de una serie de valores, llamados valores humanos, como son: honradez, lealtad, sencillez, humildad, etc. que en la sociedad de hoy no solemos valorar, hoy se le pone más atención a los valores que cotizan en Bolsa.
Espero que vosotros que sois el futuro, sepáis apreciar esos valores humanos que tiene cada uno de vuestros compañeros con los cuales compartís el día a día y al mismo tiempo ir fomentando esos valores para que no se materialice más las siguientes generaciones de lo que estamos hoy en día.
Cuenta la historia que Thomas Alva Edison realizó más de mil ensayos antes de crear la que fuera la primera lámpara incandescente. En cierta ocasión, uno de sus colaboradores le dijo: “Señor, disculpe mi pregunta, pero… ¿no se siente uno fracasado después de haber realizado más de mil ensayos y aun no haber conseguido nada?” A lo que Edison respondió, ajeno a toda vanidad: ¡En absoluto! Precisamente, ahora ya se más de mil maneras de cómo no hay que hacer una bombilla. Poco tiempo después, Edison culminaba exitosamente su creación.





Juan Galván Lobato
Escuelas SA.FA.
Alcalá de los Gazules, 24 de febrero de 2005

domingo, 7 de octubre de 2007

CALLE SOL DE ALCALÁ DE LOS GAZULES

Voy a contar una historia… Según el diccionario de la R.A.E., la palabra historia, entre otras acepciones, quiere decir narración de acontecimientos pasados dignos de memoria. En otro apartado, admite la posibilidad de que esta narración no tiene porque estar basada en hechos auténticamente reales, también puede tratarse de sucesos producto de la imaginación del que escribe o entremezclados entre la realidad y la fantasía.
Seguramente, lo que voy a contar, a muchos les parecerá que son acontecimientos dignos de memoria, a otros, todo lo contrario, y tienen razón las dos partes. Porque, como dijo el poeta, “nada es verdad ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira…”.
De todos modos, vaya por delante este relato, visto a través del cristal del cariño, del agradecimiento mas sincero a quienes hicieron posible que en esa calle fuera feliz de niño, y también a los que envolvieron aquellos años con el pañuelo del afecto sincero y el calor de la gente buena y honrada.

La vida de los vecinos de una calle de Alcalá, allá por los finales de los 60 y principios de los 70, un lugar como otro cualquiera para muchos, no así para mí, y seguramente para todos los que han nacido y se han hecho hombres y mujeres en ella. Todos aquellos para quienes sus blancas paredes han sido testigos mudos -¡ay, si las paredes hablaran!- de su existencia, de sus avatares. Porque de todo hubo, y de todo hay, en la calle del Sol.
Hoy, cuando paso por allí, me parece ver y oír, oler y sentir, tocar y hasta paladear la esencia de aquellos años.
Y conste que no nací allí, que me alumbraron en otra muy cerca, la del Despeñadero, pero mi corazón y mis recuerdos están en la calle del Sol por siempre y para siempre.

¿Por qué “del Sol”? No lo sé, supongo que será porque la luz del sol la inunda desde el alba hasta el ocaso, desde su comienzo muy cerquita de la Alameda hasta el final, en la calle de la Salada o de Ntra. Sra. de los Santos. Esa luz es la primera sensación que cosquillea en mi interior. Blancas fachadas de cal resplandecientes por los rayos de luz natural, imagen de una cultura que todavía habita en nuestras raíces más profundas: la árabe.
Y como vestigio de aquella cultura, en las tardes del estío, los vecinos sentados en la casapuerta una vez el sol en su ocaso, asomándose tímidamente por entre los eucaliptos de la Coracha.
Vecinos, hombres y mujeres, niños y niñas, humildes, por no decir pobres, sin más patrimonio que las manos para trabajar. Y trabajar duro, porque la casa se llenaba de hijos enseguida y el jornal no alcanzaba para todos.

Calle empedrada, cuyo pavimento fue reformado como el de tantas otras, gracias a los fondos del empleo comunitario de principios de los 80.
Calle estrecha, para protegerse del sol, donde se sabía lo que se cocinaba en casa del otro por el olor que les llegaba desde la cocinilla, que muchas veces era un habitáculo contiguo a la vivienda. Y tan estrecha era que se podía mantener conversación con el de enfrente con sólo mantener la puerta abierta.
Casas pequeñas para acoger tantos hijos. Aposentos de apenas 40 ó 50 metros cuadrados donde de día había que recoger las camas de los niños, cuando las había, para poder realizar las tareas domésticas con desahogo. Allí dormían todos, en una misma habitación, de dos en dos, o de tres en tres, dependiendo del tamaño del catre. La habitación, por llamarle de alguna manera, donde yacía el matrimonio quedaba separada del resto por una simple cortina.
Con el paso del tiempo, aquellos cuartos se fueron ampliando con otro más al lado y con el mayor sacrificio y la ayuda de todos, mayores y pequeños, se construía una accesoria encima. Y hoy la tengo de ladrillo, pero mañana, si Dios quiere, la enfosco de cemento y después le doy una manita de cal… y así, poco a poco, se fueron agrandando aquellas casitas para dar cobijo a tanta prole.
Viviendas muy humildes, como sus moradores, pero tenían un encanto, un no se qué… Con aquella foto color sepia de los abuelos colgada en la pared. Y la de cuando la boda. O aquella otra del hijo mayor en la jura de bandera. Por aquel entonces no se llevaba el álbum de fotos, no había posibles para tanto dispendio. Ni mucho menos el video del convite… La televisión se veía de contrabando en el bar de Arroyo o en casa de Manuel Cuesta y Manuela Arana, que fueron de los primeros en tener televisor en el barrio…

Casas muy reducidas, pero había calor en ellas. Auténtico calor de hogar, la familia toda junta y algún que otro visitante, alrededor del brasero de picón en las frías y, en aquel tiempo, lluviosas noches de invierno. Tertulias nocturnas donde los mayores contaban a los pequeños historias de sustos y gallinas con pollos andando por el campo de noche. O un cura con sotana que decían que salía enfrente de la Peña la Negra. Y los chiquillos con los ojos abiertos, desorbitados, más por el miedo que por la curiosidad. Como que más de una vez salían corriendo para casa, en la oscuridad de la noche, huyendo del escalofrío de terror que les recorría la espalda.

Calle, también, con su industria. Como la carpintería de Pepe Romero, el Pichi, al comienzo de la calle, donde Paco Pimpinela puso más tarde la tiendecita. Allí tenía Pepe un caballito de madera con su montura, sus estribos y todos los arreos y mi ilusión de niño era que me lo diera. No lo conseguí, por mucho que intenté camelarlo haciéndole algunos recados.

O la otra carpintería, la de Pepe “el largo” como le decíamos. Un hombre que apareció, un buen día, buscando nuevos horizontes y se instaló. Creo que venía de un pueblo de la sierra de Málaga. El taller era una habitación, muy estrecha, donde Pepe tenía el banco de carpintero y una cama de mueble plegable que de día recogía y de noche extendía, un lavabo y una silla por mobiliario. Nunca entendimos que se pudiera ganar la vida arreglando patas rotas de sillas y mesas y lavaderos de madera… Acabó haciendo corchos para las abejas con las tablas que, por unas pocas perrillas, le arrimábamos los chiquillos.

El gorrino que, dentro de un cajón de madera, criaba Juana Méndez con un biberón, hasta que se hacía un poco más grande y se lo llevaba a la cochinera de la Coracha. Porque Juana se ayudaba – hoy se diría en la “economía sumergida” - criando cochinos en aquellas cuevas a base de recoger desperdicios por las casas. Animales que luego vendía a los carniceros de la plaza de abastos y con lo obtenido había para unos cuantos platos de comida. O para pagar la “dita” de la cadenita de oro que le compró a Paca para la comunión. Entonces se hacían los apartijos de las monedas, cuando las había, en las tacitas que adornaban la cómoda o la alacena. Lo del dinero en el banco era cosa de otros…
La Levita, Catalina, también vecina, tenía otra cueva en el mismo lugar, donde criaba igualmente marranos y atendía otros asuntos…
Todavía me parece estar oliendo aquel puchero que ponía y al que, aparte de unos pocos garbanzos, le echaba, para darle alguna enjundia, un pedazo de hueso de vaca. Que, más que fundamento, lo que daba era un olor… Después le añadía un puñado de fideos de los gordos y aquello para ella era un festín.
Y la carbonería de Petronila. Carbón para la cocina y picón para el brasero. Aún me parece verla, con su hijo Jacinto, Catalina la Levita, y Manolo Poley con su madre, cuando juntos iban todos los días al cine de Gómez. Que para eso Poley era allí una autoridad.
O la peluquería de María Martínez, antes de trasladarse al Santo Domingo. En el patio de entrada se jugaba al toro, como mandaban los cánones de la época.
Y qué deciros de Francisca Ramírez y el maestro Perea. Aquél del que cuentan que, cuando se instauró la II República, con la amnistía que se decretó por la efeméride, y bajo los efectos del vino, hizo lo mismo con los jilgueros que tenía en una jaula.
De ahí la coplilla de carnaval que dice:
“Y salieron cantando (los pájaros)
que vivan las ideas
de ese hombre tan bueno,
Antonio Perea”.

Los hombres, la mayoría arrieros. Gente de monte, Cristóbal Ríos, José y Antonio Bermejo. Y Juan Romero Torres,”Chaparro” que fue el albañil de la calle, cuando el maestro Perea abandonó el oficio por causa de la edad. El encargado de hacer todos los “chapús” que salían y el que dejaba mi casa “como un palomar” de blanca cuando tocaba darle la cal.

Buenas personas como Quico, hermano de Juana Méndez, que trabajaba con Visglerio en Patrite. La humanidad entera le cabía en el corazón a Quico, que terminó sus días junto a su hermana en la calle del Sol.

Las mujeres, Micaela y Maria Antonia Bermejo, y Quica y María Cabrera, en sus casas, sacando los chiquillos adelante y haciendo malabares con el escaso jornal. Eran los tiempos de la libreta en la tienda. La cuenta se pagaba, en parte, cuando finalizaban las campañas del rozo, las corchas, etc.
Y así nos criamos, en medio de esta gente que sólo nos dio ejemplo de honradez y trabajo. Gente que con el fruto de su labor, fue agrandando su casa, poniéndole su cuarto de baño, que en el barrio los únicos que tenían cuarto de baño eran Vicente Marchante y nosotros…
Y los chiquillos de la calle, los Chaparritos, los Bermejos, los Cabrera, primos hermanos. Trabajadores y buenos futbolistas, que para eso tenían La Coracha al lado para organizar buenos partidos. Traviesos como tabardillos, no había un nido en aquellos árboles, por muy alto que estuviera, que no fuera visitado. Y las higueras bravías, que nos dejaban la boca como los gorriones, llena de boqueras y un picor por el cuerpo que no se quitaba…
Y las guerrillas con los de la Plaza Alta, que siempre ganaban éstos porque desde el Castillo nos comían a pedradas.
Y la gente que volvía de los entierros, que cortaban camino por esta calle, con su luto y su dolor a cuestas.
Y mi madre, que se asomaba al pico de la Coracha para recordar tiempos mejores en el molino de su padre en el Prado…

Calle del Sol, calle de la ilusión por un mundo mejor, por un mejor pasar, que era la aspiración de todos los que allí vivían. Calle de la solidaridad, que allí nadie se quedaba sin comer un día gracias a la vecina de al lado, o la de enfrente.
Calle de casas con las puertas abiertas todo el día, para quien quiera entrar y sentarse a echar un rato de conversación. Hoy, cuando la vida ha dado más vueltas de la cuenta para algunos, me alegra ver cómo estas familias han salido adelante. Trabajando, con su sudor. Me entristece cuando miro hacia atrás y compruebo cuantos faltan, los que se fueron para siempre. La Calle del Sol, desde el cielo, es la primera que se ve de Alcalá.
Yo sé que, desde allá arriba, nos están viendo. Porque, a pesar de ser tan chiquitilla, tan estrechita, sus paredes tienen una claridad muy particular, brilla la blanca cal sobre el pavimento y la calle se convierte en un espejo por el que nos ven Juana, Chaparro, Bermejo, Poley, la Levita, Quico…en fin, todos aquellos que hicieron de aquella calle algo diferente a las demás.

Podría continuar y dormirme en el recuerdo de un tiempo que no volverá, pero que siempre está ahí latente, para cuando yo quiera despertarlo. Podría hacer de esta historia un relato interminable, pero no es mi intención. La foto fija de la Calle del Sol de aquellos tiempos queda aquí en esta narración. Para quien quiera continuarla, pero cuidado con los retoques…



José Sánchez Romero
Septiembre de 2.007

sábado, 6 de octubre de 2007

CONSTITUCIÓN DE LA ASOCIACIÓN DE ANTIGUOS ALUMNOS SAFA

Patio Principal de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia
Alcalá de los Gazules, 25 de marzo de 1.989

viernes, 10 de agosto de 2007

V ENCUENTRO DE FUTBOL SALA

El sábado 11 de este mes a las 19:00 horas, en el Campo Municipal de Deportes "El Prado", la Asociación de Antiguos Alumnos de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia, celebra su V Encuentro. Invitamos a todos a asistir a este emocionante encuentro, disputado por las "viejas glorias" del "Convento". OS ESPERAMOS.

lunes, 30 de julio de 2007

Niños de los cincuenta

Tras los ventanales veía la lluvia caer. El infinito era todo gris y triste. Los cristales se llenaban de vaho y todo parecía triste y melancólico..., como si el tiempo se hubiese detenido. Cuando llovía, lo hacía de verdad. Los pájaros se guarecían bajo el alero de los tejados o entre alguna que otra teja rota.
Sólo se veía por la calle alguna que otra reata de burros acompañada de su amo, envuelto en unos capotes de plástico infinitos y pesados.
Esperábamos, tras nuestra melancolía, que la lluvia escampase para poder hacernos, de nuevo, dueños de la calle. En ella no teníamos competencia alguna. Hoy día, las calles son de los vehículos motorizados; entonces, no.
Mientras aguardaba que la lluvia nos dejara sitio en la calle, nuestro sitio, pensaba en los hombres “sacamantecas”... Nunca lo entendí. ¿Es posible que haya seres humanos que se dediquen a sacar sangre a los niños para luego venderla? No, no me cabía en la cabeza. ¿Estos hombres no tienen hijos? ¿No les da nada matar a una criaturita que nunca ha hecho daño a nadie?
Por lo visto, esos seres temerosos estaban más allá del “Compás” o por detrás del “Lario”. Aquellos eran lugares donde un niño de nuestra edad no podía ir solo. ¡Qué miedo! Nos aterrorizaban con aquellas historias. Al igual que nos decían que por algunas casas del “Lario” había fantasmas. Llevaban sábanas blancas y se movían sin pies, como volando por el aire..., y brujas...
Eran nuestros fantasmas, nuestros miedos; era una forma de delimitar nuestros vuelos y cortar nuestras alas. Porque la calle era nuestra total.
Más de uno y más de dos, casi todos, íbamos con dignidad, con nuestra ropita zurcida y requetezurcida, con remiendos y parches... pero con dignidad. No llevábamos ni marcas ni lujos, sino una posguerra con dignidad.
Y así, íbamos a nuestras calles, que nos parecían muy amplias y sobre ella improvisábamos un campo de fútbol. Nuestros balones, nada de cuero ni de badana, simplemente papeles o trapos liados con cuerdas. Sí, echábamos la tarde. Alguna que otra vez alguien llevaba una pelota de goma y era todo un lujo. El problema de nuestros campos futboleros eran las cuestas. Si alguna de esas pelotas de goma rodaba..., había que ir tras ellas como alma que lleva el diablo. Teníamos que darnos mucha prisa, ya que más de una vez se nos adelantaba un “municipal” y desaparecía...
Otras veces, tanto las pelotas de verdad como las hechas con sucedáneos, se embarcaban en los tejados. Había que ingeniárselas para recuperar tan preciado tesoro: con palos de escoba o con cañas de coger chumbos o unos subidos sobre otros, de mil formas, antes que la pelota quedase en el tejado; esto suponía ir al paro, se acabó el fútbol por el día.
Pero éramos muy felices.
Íbamos tras un aro de metal, muchos de ellos sacados de cubos, y con una “guía”, confeccionada con alambres; con él recorríamos calles tras calles. Había que ser muy diestros para que no se te cayera. Después de mucho aprendizaje, lo conseguíamos... Teníamos hasta feria con cacharritos.
El presupuesto era raquítico, no como ahora, y teníamos que ahorrar y economizar para poder subirte en un u otro, comprar esta o aquella chuchería, o bien, contemplar cómo aquellas escopetas de plomillo o de munición de corcha fallaban. ¿Porqué fallaban tanto si aquellos adultos que disparaban estaban acostumbrados a hacerlo en el campo a conejos, perdices y demás? Luego supe que todas estaban trucadas.
En la feria también se vendían camarones y cangrejos. ¡Cómo aguantaban de un día para otro! Y eso que no había neveras ni frigoríficos. Lo que hacía el “ácido úrico”..., eso es lo que comentaban algunas personas... (¿)
No me acuerdo bien si era en alguna feria o con motivo de alguna fiesta, al oír las campanas de San Jorge abandonábamos toda actividad física y nos dirigíamos a la iglesia a celebrar el mes de María, el mes de las flores. Era una bonita costumbre que nos rompía nuestra rutina y nos sumergía en un mundo ideal, bucólico, angelical. Siempre había flores, muchas flores; de las de verdad, de las que huelen.
También recuerdo los olores de Semana Santa. Olor a cera, a incienso y, sobre todo, a romero. La Parroquia se alfombraba con ramas de romero y dejaba un olor característico que perfumaba todo el templo y te hacía pensar más en el misterio que se celebraba. Y lo que más me llamaba la atención era el silencio. Esos días de Semana Santa se hablaba poco en general, tanto en las calles como en casa; pero donde había silencio sepulcral era en el templo y en la procesión del “silencio”. ¡Qué respeto, qué devoción, cuánto misterio encerraba aquella mudez y aquella admiración y veneración por lo sagrado! El silencio de entonces y la ausencia de ruidos estridentes, nos adentraban más en nuestro interior y nos hacían niños reflexivos, sensibles, con otra conciencia. El ruido de hoy nos aturde, nos atonta y nos hace huir del silencio y de nosotros mismos; como si endureciera la piel de nuestra alma.
Niños felices, con todas las carencias imaginables; pero ricos en imaginación, en ilusiones, en amistades, en recuerdos, en sacrificios. No teníamos casi nada, pero de ahí hemos llegado a tener mucho, por dentro y por fuera. Los niños de hoy viven presos de sus cosas, de sus cacharros, de sus juguetes electrónicos, y no son libres, no son tan alegres ni tan imaginativos, ni tan sacrificados, ni con esa voluntad de hierro con la que nos forjaron...: no saben que hacer y se aburren.
No éramos perfectos, pues también teníamos nuestras cosillas y nuestras travesuras. Alguna que otra bombilla pública caía de alguna pedrada o de una perdigonada, más de uno pudiente se podía tomar el lujo de comprar de vez en cuando un “bisonte” o un “celta”, los demás se “colocaban” fumando hojas de higuera o papel de estraza; papel utilísimo para casi todo: servía para el retrete, para envolverlo todo y hasta para fabricar las pelotas de trapo y de papel.
Niños, al fin y al cabo; pero niños muy felices, sanos, obedientes, respetuosos, educados... Limpios..., hasta que nos duraba el “lavaíllo” que nos dábamos por partes; a plazos, diría yo.
En fin, eran otros tiempos, otros modos, otra “industrialización”, otra educación, otra política... Aquello era otra cosa, y pudimos con todos los obstáculos que nos encontrábamos en el camino. Eran los años cincuenta.



Manuel Jiménez Vargas-Machuca
17 de julio de 2004

miércoles, 18 de julio de 2007

Los Planetas, Enrique Morente y Alcalá

Esta tarde, mientras escuchaba La Leyenda del Espacio, el último disco de Los Planetas, me he llevado una agradable sorpresa. Dale volumen a los altavoces, pica en la canción de debajo y escucha con mucha atención la letra:



¿A que tiene gracia? Para que se vea que nuestro pueblo está en lo alto de la ola de la música más nueva que se hace por nuestro país.

Los Planetas es un grupo andaluz, de Granada, y ya lleva un tiempo en la calle. Esta canción se llama Ya no me asomo a la reja. La música es de Los Planetas y parte de la letra es del cantaor Enrique Morente, quién por cierto, canta en el último tema del disco.
Yo no soy muy entendido en música, pero a mí, esa forma de tocar música rock como si se tratara de flamenco me parece algo extraordinario (ya está bien de tanto flamenquito y chuminás por el estilo). Te recomiendo que lo escuches, seguro que escucharás algo muy original.

Por si te interesa ampliar información, pica en ESTE ENLACE para ver toda la información disponible sobre el grupo y sus discos en la Wikipedia, la enciclopedia libre.

La página oficial del grupo está en ESTE ENLACE. Y la página de disco la tienes en ESTE ENLACE (te lo recomiendo, podrás oír el disco completo y ver algunos vídeos).

lunes, 25 de junio de 2007

AÑORANZAS Y ALGO MÁS

Siempre es agradable decir algo del pueblo donde vimos la luz primera, máxime cuando la fuerza del tiempo no nos hizo perder ni los recuerdos ni los lazos de la sangre. Por las fuerzas de estos nudos de intimidad me atrevo a escribir estas pobres líneas para el programa de las fiestas de septiembre de 1969.
A todos nos gusta hablar de nuestro pueblo; virtud muy española que se troca en vicio también muy español porque ponemos el lugar por encima del universo, sin acordarnos de que para subir al espacio celeste se necesita técnica, organización y voluntad de trabajo, tres cosas que hemos abandonado o no hemos aprendido en nuestras tierras. Pero ¿quién no se olvida del vicio en estos momentos, si a la postre no vamos a hacer daño? Esperemos que al final hayamos construido algo en orden al presente y futuro alcalaíno, que es lo que debe importarnos al coger la pluma.
La feria de septiembre de Alcalá ha tenido y tiene siempre un atractivo singular porque remata, porque tropieza al final, (¡bendito tropiezo!), con la Romería al Santuario de la Virgen más bonita que un imaginero pudo hacer. Si la feria de mayo era la importante por su mercado, (digo era porque se fue con la desaparición de estos mercados que no tenían nada que hacer ante otros más importantes, fijos de por sí, y en sitios estratégicos, y por la evolución del campo), la feria septembrina es la alcalaína, la más nuestra, porque en ella se festeja a su patrona a la que tanta lata damos los alcalaínos al cabo del año. La más nuestra porque en estos días todos los nativos repartidos a lo largo y ancho de la Patria están presentes, en alma o cuerpo, para decirle a la Señora que en todo tiempo nos atendió: “Ahora nos toca a nosotros, tus hijos, darte gracias como aquí sabemos, rezando por medio del cante y la alegría; y este polvo que tragamos y este levante que nos azota nos sirve de acicate para unirnos a tu lado cuando paseas como lo hace una madre invitada por sus hijos. Nosotros sabemos que tú eres una mujer a la antigua usanza, pero hoy te vienes a dar una vuelta porque queremos verte entre nosotros apretujada de abrazos y lágrimas por tanto bien como nos hiciste, por tantos seres queridos como hoy tienes contigo...”. Por eso nosotros comprendemos que la feria de septiembre es la nuestra de veras.
Por los avatares de la vida, el que suscribe hace muchos años que no va a su feria. De año en año acudo al pueblo para gozar de familiares y amigos, pero desde este rincón extremeño recuerdo muy a diario mi niñez y juventud y me preocupa Alcalá.
El problema que tienen planteado muchos pueblos al estilo del nuestro es muy singular. Alcalá, por lo que sea, no ocupa un puesto muy interesante en el ámbito provincial. Desde luego el primordial motivo es que Alcalá ha sido y es un lugar rodeado por un término municipal cuyo campo no ha dado de sí toda su riqueza, en este caso ganadera, como muy bien exponía un articulista en “ABC” de Sevilla el pasado año. En el plano industrial, el corcho pudo ser una buena coyuntura para la vivencia de familias de la localidad, lo que tampoco se ha logrado. El turismo, según como se impulse, pude servirle de ayuda. La Ruta del Toro fue un preludio para la atracción turística al contar el término con ganado de lidia, pero esa Ruta está falta de una placita de todos que redundaría en beneficio de todos. En este aspecto, otra variante a tener en cuenta sería la unión de la mencionada ruta con la Promoción Turística de los pueblos serranos de la provincia. Para ello es imprescindible arreglar esa hermosa carretera que faldea el Picacho.
Por su situación, el conjunto urbano es muy atrayente. Gracias a la labor municipal, sus calles están asfaltadas o adoquinadas en casi la totalidad. Falla Alcalá en este orden en el cuidado de la parte artística más interesante, es decir, del casco antiguo, que se halla bastante abandonado, comenzando por la Parroquia de San Jorge y terminando por sus alrededores y alguna que otra fachada y muros dignos de mejor suerte. Un buen museo se puede hacer con todo lo que hay en la Parroquia de valor artístico; la Plaza Alta necesita un piso a tono; el Ayuntamiento viejo también pide a gritos su remozamiento; etc...
En el aspecto cultural no andamos holgados de estudios serios sobre el pasado alcalaíno que es muy interesante.
Con todas estas cosas no pensemos en un turismo de altura, pero sí digno y al alcance de nuestras posibilidades.
Alcalá se ha quedado fuera del Campo de Gibraltar, al que está unido por la Geografía y otros aspectos, no percibiendo, por tanto, del progreso que con toda justicia recibe actualmente esta zona de la provincia.
Vemos, pues, que hay facetas de Alcalá que no han sido atendidas como se merecen y que darían un impulso al pueblo hacia un futuro esperanzador, dejando el adormecimiento en que parece hallarse. Los pueblos son y serán lo que nosotros queramos, pues si bien la mano del Estado es poderosa, si en nosotros no existe el afán de iniciativa, de trabajo, de preocupación y de unión; si no estamos organizados, por mucho que la ayuda estatal apoye, no se conseguirá nada.
Alcalá es digno de mejor suerte. Es un viejo lugar cuyos cimientos nacieron hace miles de años. Sus muros conocieron a árabes y cristianos, a españoles y franceses. Entre sus muros vivieron nuestros mayores. Nuestros pies hollaron sus calles milenarias. Su aire conoció nuestro aliento lleno de ilusiones... Es un viejo lugar pero lleno de savia joven que florece cada primavera. Luego Alcalá no puede morir achacoso y sepultado sin pena ni gloria.
En nuestras manos están su pasado, su presente y su futuro. Si no se ha emprendido la tarea de su rescate, quedamos empeñados en hacerla desde ahora. Si así lo hacemos, abogados vamos a tener en el cielo. Se llaman María y Jorge, ¡ahí es nada!


Carlos Cordero Barroso

miércoles, 20 de junio de 2007

Una aproximación a la emigración andaluza y alcalaína.


Dolça Catalunya,
pàtria del meu cor,
quan de tu s’allunya
d’enyorança es mor

Dulce Cataluña
patria de mi corazón
cuando de ti me alejo
de añoranza me muero

El Emigrante. Jacinto Verdaguer



Emigración y así lo refleja el DRAE, se define como el desplazamiento desde el lugar de origen a otro lugar para establecerse en él. También, como el conjunto de habitantes de un país, que traslada su domicilio a otro por tiempo ilimitado “y en el mejor de los casos” temporalmente.
La emigración puede ser “voluntaria” por motivos económicos ó forzosa, por motivos políticos ó ideológicos, en cuyo caso hablaremos de destierro ó exilio. No es el exilio el asunto a tratar en este texto, aunque al estar muy relacionado con la emigración en cuanto a sus idénticos efectos de desarraigo y melancolía, me gustaría señalar que a lo largo de la historia de la humanidad han sido muy comunes los casos de destierro y exilio, forzados por la ortodoxia e intolerancia del momento.
En España y desde el hombre de Orce hasta nuestros días, han existido también múltiples exilios, pero ciñéndome a épocas recientes, más documentadas de nuestra historia y a partir de la Edad Media, citaré en primer lugar el de ciudadanos cordobeses andalusíes, hacia Fez y Alejandría en el siglo IX como consecuencia de la rebelión contra el emir Al-Hakam I, posteriormente el exilio de musulmanes andaluces ante la intransigencia religiosa y política de almorávides y almohades, tal como ocurrió con el rey Al Mutamid de Sevilla. Tras la Reconquista cristiana, seguimos, con el edicto de expulsión de los judíos en 1492, la expulsión de los moriscos en 1609 y ya en la Edad Contemporánea, con el exilio a Francia e Inglaterra de liberales e ilustrados españoles, especialmente en la década ominosa, durante el reinado de Fernando VII.
En el siglo XX, recordar de nuestra historia reciente y por especialmente trágica, la diáspora de españoles provocada por nuestra guerra incivil, que además de la fractura social que originó, supuso para nuestro país un despilfarro irrecuperable, de inteligencia, cultura y conocimiento. Por último y en nuestra época, citar también la emigración forzada de residentes en el país Vasco por razones de seguridad personal.
Ciñéndome a la Edad Contemporánea y a la emigración por razones económicas, ya en el siglo XIX la mayor parte de los españoles emigraba a América. Era una constante desde su descubrimiento, aunque este flujo se detuvo durante los años de las guerras de independencia americanas. Una vez consolidados los nuevos estados, la emigración a América se reanudó con más intensidad que nunca. Los principales países receptores fueron Argentina, México, Brasil y Cuba. Era una emigración a países nuevos, donde todo estaba por hacer y donde las oportunidades para hacer negocios eran muy grandes.
La emigración a América se extendió desde 1846 hasta 1932, cuando por la crisis económica de 1929, los países americanos cambiaron su política. Tras la segunda guerra mundial se restablece esta emigración.
En algunas épocas también hubo cierta emigración, a países como Marruecos, Argelia, Guinea, el Sahara y Australia.

Al menos desde 1830 y hasta la actualidad, sigue dándose la llamada emigración golondrina a Francia. La emigración golondrina tiene un carácter temporal, se emigra todos los años para las campañas agrícolas y se regresa una vez terminadas.
A partir de la segunda década del siglo XX, se inicia y se hace frecuente la emigración interior, primero como éxodo rural del campo a las ciudades y luego a las zonas más industrializadas como Madrid, Cataluña, el País Vasco o Asturias, proceso que se paraliza a raíz de la guerra civil.
La segunda guerra mundial hace detener los flujos migratorios, salvo algunos pocos españoles que viajan hasta Alemania para trabajar allí en plena guerra mundial. Tras el fin de la segunda guerra mundial, el régimen franquista con su política autárquica trata de impedir la emigración, pero dada la situación económica española tan deficiente y la necesidad tan grande de mano de obra que requiere Europa, todo queda en demagogia nacionalista. En una España pobre, atrasada y sin recursos, la emigración y la partida a Europa se hace imprescindible y masiva, sobre todo a Francia, Suiza y Alemania. El exceso de fuerza de trabajo en España es el que le falta a Europa, que para su reconstrucción cuenta con el Plan de Recuperación Europeo ó Plan Marshall. Los contingentes españoles a Europa tanto legales como ilegales son masivos. A diferencia de épocas anteriores, la emigración americana es muy escasa, ya que estos países exigen inmigrantes cualificados. Los trabajadores que emigran a Europa son braceros, campesinos sin tierra con escasa cualificación y mayoritariamente originarios de Andalucía, Extremadura, Galicia, Murcia y Castilla La Mancha.
Aunque la emigración andaluza es similar a la del resto de España, iniciándose en el siglo XVI y XVII y teniendo como destino países como Argentina, Chile, Méjico y Perú, es a partir de 1.950 cuando adopta un carácter masivo que lo configura como un autentico éxodo.
Por una parte, el crecimiento demográfico, la quiebra de la sociedad agrícola tradicional, la inestabilidad y la precariedad de una agricultura marcada por monocultivos como el olivar, los cereales, la vid, el corcho y el aprovechamiento forestal, en los que durante meses no requiere mano de obra y por otra, los inicios de la industrialización en Cataluña y el País Vasco junto con la apertura de fronteras para satisfacer las demandas de mano de obra del Mercado Común Europeo, son principalmente las causas de que los movimientos migratorios andaluces constituyan uno de los acontecimientos de mayor relevancia en la historia de Andalucía en la segunda mitad del siglo XX.
La cifra de personas que se vieron obligadas a salir de nuestra tierra y a sufrir nostalgia y desarraigo es sobrecogedora. A falta de estudios más detallados a nivel provincial y local, se estima que entre los años 1.960 y 1.973 emigraron 800.000 andaluces a Cataluña, 250.000 a Madrid, 171.000 a Valencia, 50.000 al País Vasco, 50.000 a Baleares, 600.000 a Francia, 300.000 a Suiza, y 200.000 a Alemania. Una despoblación sin precedente histórico, de cerca de 2.500.000 personas.
Los andaluces que tuvieron que dejar nuestra Comunidad, se enfrentaron a unas costumbres, formas de vida y culturas diferentes, especialmente los que tuvieron que salir al extranjero. En muchos casos a estas dificultades había que añadir la convivencia en guetos urbanos y las barreras lingüísticas que incrementaban la sensación de aislamiento. En muchos lugares y para dar respuesta a esta situación e invocando al instinto gregario, se crean centros culturales tales como Casas de Andalucía, Peñas flamencas, Hermandades, etc., que se constituyen en instrumentos para fortalecer las señas de identidad y mantener vivos los vínculos con Andalucía. Estos centros se convierten en puntos de encuentro a donde acudir tras la jornada laboral y los fines de semana y en espacios de mutuo apoyo, solidaridad y comunicación interpersonal.
Durante esta misma etapa los habitantes de Alcalá también vivieron su experiencia y sus propias odiseas personales y aunque los lugares de destino de los emigrantes alcalaínos, fueron prácticamente los mismos que los del resto de Andalucía, también existió una emigración importante y mucho menos dramática, hacia Cádiz capital, Jerez y el Campo de Gibraltar.
No conozco ningún estudio específico, sobre flujos de población de la provincia de Cádiz y de Alcalá en particular. El Instituto de Estadística de Andalucía (IEA), mantiene una línea de investigación con el Plan Estadístico de Andalucía 2003-2006, cuyo objetivo es tener un conocimiento detallado de la evolución histórica de Andalucía en todas sus vertientes mediante una recuperación exhaustiva de la información estadística. Dentro de este plan se encuentra la actividad "Estadísticas históricas sobre población en Andalucía", cuyo objetivo es continuar la labor de recuperación y análisis, de fuentes estadísticas demográficas.
Personalmente y a través del IEA, he recopilado la información demográfica correspondiente a Alcalá y que abarca, desde el censo del Conde de Floridablanca en el año 1.787, hasta el 2.001. A la vista de los datos que se reflejan, se constata que en los dos decenios que transcurren desde 1.960 a 1.981, Alcalá sufre el drama de la despoblación de 5.469 de sus habitantes, prácticamente la mitad del censo, cantidad a la que habría que sumar la descendencia posterior de esos emigrados.
Como síntoma y reflejo de ese fenómeno migratorio de la población de Alcalá, transcribo parte del poema de Rafael Alberti, Saludo de Juan Panadero a Alcalá de los Gazules, del libro Nuevas coplas de Juan Panadero (1976-1979).

A Alcalá de los Gazules, la del precioso nombre, alta maravilla torreada:
Andaluza gaditana
gloria del campo que está
desangrándose en sus hijos
que se mueren ó se van
lejos a tierra extranjera
para poder trabajar

Estadística de población de Alcalá de los Gazules
Fuentes: Instituto Nacional de Estadística. INE e Instituto de Estadística de Andalucía. IEA

El estudio de la emigración andaluza, como la de todo movimiento social, se caracteriza por el análisis histórico, económico y social de la época, con una perspectiva amplia e intensiva en el tratamiento y utilización de datos, estadísticas y documentos. Asimismo y bajo todo ese cúmulo de referencias fluye, lo que Unamuno calificaba como intrahistoria; experiencias individuales y colectivas, que también contribuyen a hacer historia, no de una manera tan objetiva, pero sí que proporciona al estudioso una percepción más cercana a los sentimientos y emociones de los protagonistas.
Como muestra, transcribo a continuación, una pequeña historia de emigración a Cataluña, mezcla de ficción y realidad y contada en primera persona. Una más, entre la de miles de andaluces que tuvieron que emigrar en los años 60.

Recuerdos de una época bisoña

A tu tierra grulla, aunque sea con una pata. Refranero popular

Mis recuerdos de la partida hacia Cataluña, se remontan allá por los primeros días del mes de Octubre del año 65, a la edad de 11 años y todavía con la resaca del final de la Feria y de la Romería de la Virgen de los Santos. Una mañana, nos embarcamos en la furgoneta de Gago, uno de los muchos alcalaínos, modernos cosarios de la época, que se especializaron en transportar a paisanos y enseres a cualquier punto de la geografía española.
Recuerdo vagamente la sensación vivida aquella mañana, como una mezcla de alegría contenida por la emoción del viaje y de una gran tristeza por lo que abandonaba. Un sexto sentido me decía que aquella aventura iba a ser prácticamente irreversible.
Bolsas, maletas, ropa, bocadillos, en un revoltijo de bultos y gente, ya que sumábamos un total de 8 personas incluido el conductor. Del viaje apenas me queda algún recuerdo, salvo que paramos en Zaragoza para que el taxista hiciera alguna gestión.
La llegada a Cataluña y particularmente a un pueblecito de Lérida, situado en el Pirineo entre montañas de 2.000 metros de altura, fue para mí y creo que para toda mi familia, una frustración, ya que salíamos de Alcalá entonces, con una población de unos 11.000 habitantes, para trasladarnos a vivir a una aldea de montaña de 200 habitantes, donde las vacas circulaban por las calles y en donde hacía un frío de muerte. Aquello parecía y era, un campamento minero y nunca mejor dicho, pues se estaba perforando entonces, bajo la montaña, el túnel, que debía abastecer de energía hidráulica, la central hidroeléctrica de Llavorsí.
Todo ó casi todo me resultó extraño, el pueblo, la gente, los nombres, los topónimos de las aldeas cercanas, con denominaciones como Surri, Lladorre, Esterri, Tabescán, Cassibrós, Ainet, Estaón, lugares donde no vivirían más de un centenar de personas, siendo los niveles de población muy distintos al de los municipios de nuestra provincia. Hoy y con una visión más aséptica y objetiva, lo considero un paisaje único de pueblecitos preciosos desperdigados por el valle, rodeados de montañas de una belleza majestuosa y con un notable patrimonio de arquitectura románica, pero en aquella época y con el estado de ánimo con que llegaba, percibí el lugar y el paisaje como el más horrendo de la tierra.
En una única escuela, de una sola clase y un solo maestro, se impartían todos los cursos de primaria. Allí en el invierno del 65 y al calorcito de la estufa de leña que teníamos en clase, me estuve preparando para el examen de bachillerato.
Hasta que empezamos a conocernos y a hacer amigos, los niños catalanes nos llamaban castellanos y charnegos y nosotros a ellos vaqueros y catalufos. Curiosamente (el desconocimiento del otro y la incultura lo hacen posible) mucha gente creía, que todos los andaluces escribíamos tal y como hablábamos, es decir sustituyendo la z por la s y comiéndonos las terminaciones de las palabras, sin conocimiento de la gramática castellana.
En el pueblo y aunque sólo estuvimos un año, hice estupendos amigos, niños como yo y algún que otro adulto. Recuerdo con mucho afecto, a Laura y especialmente a su marido Juan, un hombre de campo, “un pagés” en la terminología catalana, buenísima persona, que me enseñó a moverme por aquellos montes, a pescar truchas con la mano en las heladas aguas del Noguera Palleresa y a una práctica muy común en Cataluña, que es a coger setas y rebollones en el bosque.
De allí y un año después nos desplazamos a Mataró, ciudad de Barcelona, donde la llegada fue más optimista y esperanzadora. Toda la familia, deseaba salir de aquel pueblecito ilerdense y llegar a otro lugar en el que pudiésemos tener mas posibilidades de mejora. En la antigua ciudad romana de Iluro, a la que considero mi segunda patria, estuve residiendo durante bastantes años. Allí crecí, estudié, hice muy buenos amigos, trabajé y maduré física y mentalmente.
Fue Max Aub quien dijo, más ó menos, que uno es de donde ha estudiado el bachillerato, aunque contradiciendo el aforismo de este magnífico escritor valenciano, siempre me he considerado alcalaíno y gaditano. También puede ser, ¿porqué no? una excepción a esa regla.
De todos esos años en Cataluña y con relación a Alcalá, lo que tengo más fresco en la memoria es la correspondencia de mi madre, con mi abuela y mis tías; hilo conductor de comunicación y de relación casi física entre las partes. En esas cartas, que eran continuas y se contestaban a vuelta de correo, ellas nos contaban las novedades y las pequeñas noticias que pasaban en el pueblo y nosotros a su vez, le explicábamos lo extraña que nos parecía aquella tierra, su idioma y sus gentes y las ganas que teníamos de verlas y de volver por Alcalá. Lo que más celebrábamos, eran los paquetes que de vez en cuando nos enviaban, en los que recibíamos bizcocho y piñonate casero y morcilla y chorizo de Currito Japón. También nosotros enviábamos butifarra catalana y alguna que otra cosa autóctona, en un intercambio culinario-cultural.
El año se nos iba, contando los días que nos faltaban para las vacaciones de verano. Ahorrando lo que se podía, llegaba el mes de Julio y comprábamos los billetes de segunda clase, de ida y vuelta, en el tren que hacia el trayecto de Barcelona a Sevilla, que aquí en Andalucía le llamaban el catalán y allí en Cataluña, el sevillano (lo mismo que a nosotros, catalanes aquí y andaluces allí, en una dualidad descorazonadora). El tren era un expreso muy “veloz” que hacia el recorrido de Barcelona a Sevilla, en unas 24-27 horas.
Cogíamos el tren en la estación de Francia de Barcelona, entre un guirigay de gente, de bultos y de maletas y con la desconfianza que dan las estaciones de las grandes ciudades, por miedo a los amigos de lo ajeno. El viaje era largo e incómodo, en asientos de skay y con muchísimo calor, pues el aire acondicionado del tren era manual y se ponía en marcha abriendo las ventanas ó sacando un abanico. En esos viajes, siempre me pareció un secreto profundo e insondable y nunca se me ocurrió preguntar a Renfe, porqué el agua de los servicios del tren se acababa en las tres primeras horas de trayecto, pero en fin, como entonces estaba muy mal visto hacer reclamaciones, me quedé con las ganas de saberlo. En aquella época éramos todos tan educados, que no protestábamos ni por la ineficacia de los servicios públicos, ni por casi nada.
En el tren comíamos bocadillos de tortilla y de filete empanado, bebíamos agua, zumo y refrescos y en los compartimentos y pasillos se creaba y se establecía, una mezcla de compañerismo, de olor a compañerismo y de solidaridad, que se extendía entre todos los viajeros.
Llegábamos cansados a Sevilla, después de veintitantas horas de viaje, con la cara y el cuerpo, como si la máquina del tren hubiese estado alimentada con carbón y no con fuel-oil. El aspecto que teníamos cuando bajábamos al arcén, era muy parecido al de los viajeros del Transiberiano, que vemos en la película Doctor Zhivago.
Allí en la antigua estación de Córdoba, en la Plaza de Armas, nos esperaba un taxi, en el que cargábamos los bultos y las maletas y emprendíamos la última etapa del viaje. En el trayecto de Sevilla a Alcalá, que duraba unas tres horas, el entusiasmo era inversamente proporcional a la distancia que faltaba por recorrer; a menos kilómetros para llegar, más alegría. Una vez pasado el cruce del Santuario y al enfilar la cuesta del puerto Levante, saltábamos nerviosos dentro del coche cuando veíamos recortarse en el parabrisas la majestuosa y preciosa vista de Alcalá. Que satisfacción y que alegría, cuando llegábamos y abrazábamos a la familia, a los amigos, a los vecinos y a cualquier conocido que pasara por allí. Con decir, que si la estancia en Alcalá era de 20 días, estábamos los primeros 10 días saludando por la llegada y los 10 últimos, despidiéndonos por la partida.
Y por la noche, bajar al Paseo de la carretera, a saludar, a charlar y a pasear de arriba a abajo, echando muchos ratos en las terrazas del Bar la Playa, Pizarro ó Juan Romero, riéndonos, contándonos historias de adolescentes y “arreglando el mundo”, en compañía de gente muy querida y entrañable, a los que admiraba y envidiaba, porque ellos si podían seguir viviendo en Alcalá.
Tengo para siempre en el recuerdo a muchos amigos de hoy y de aquellos años; a las dos Inmaculadas, a Santo, Inés, Dorita, Elena, Pepe, Paco, Antonio, Alfonso, Luis, Claudio, Juan José, Carlos, Curro, José Antonio y muchísimos más.
Daba gusto acostarse tarde, de madrugada y que ratos tan placenteros, cuando al venir de recogida de la carretera, subía por Río Verde y paraba en la tertulia nocturna que montaban en un banco de la Alameda, mi hermano Rafa y Jesús Cuesta, en donde hablábamos de lo divino y de lo humano, de pintura, de toros, de música, de niñas, de ferias, de andanzas pasadas y de habladurías de pueblo. Que calurosas noches de verano agosteño, tan maravillosas, en la azotea de la calle Los Pozos, admirando el cielo limpio y estrellado y oyendo de madrugada el ladrido de los perros y el rebuzno de los borricos.
Y al día siguiente levantarse tarde, con indolencia, desayunar y salir a dar un paseo ó ir a la piscina del Hotel y después de comer......., la siesta ó mejor, la lectura en el patio, sentado en la mecedora de mi abuela Francisca, con el toldo echado, bajo la montera de cristal para aislarse del calor, rodeado de plantas y flores. Allí escudriñaba y me peleaba con ejemplares de Ruedo Ibérico, de Lee y Discute y de la entrañable y clásica serie de bolsillo Austral, con la que varias generaciones de jóvenes descubrimos casi toda la literatura. Todavía escucho a mi tía llamándome desde arriba: “Niño acuéstate y deja ya de leer.............” y yo: “Ya voy tita, ya voy........” Que tardes tan interminables, excepcionales e irrepetibles.
Recuerdo también, jornadas de cachondeo-musicales, con un montón de gente, en casa de un amigo de la época y entonces incipiente poeta alcalaíno, (perdido para la literatura y seducido por la política) escuchando en un pick-up a Jorge Cafrune, a Henry Manzini y la sublime Moon River, a J.M.Serrat, Pablo Guerrero, Víctor Jara, Leonard Cohen y Alberto Cortez.
Y en la piscina y para complementar nuestra cultura musical-cantautora-comprometida de la época, nos deleitábamos con canciones de Los Chunguitos, Peret, Formula V, Los Diablos y Karina y las múltiples canciones horteras del verano, mezclando en nuestra sesera como un cóctel explosivo, La honra de una mocita se pierde y no vuelve más....... con A desalambrar, a desalambrar, que la tierra es nuestra, tuya y de aquel...... Un rayo de sol, oh, oh, oh........Tiene que llover a cantaros..... Borriquito como tú, tururu...... Ara que tinc vint anys...... y Te recuerdo Amanda...........
Todo un bagaje de cultura musical, que también nos ampliaba nuestro ínclito amigo Jhonny Melo, alcalaíno de pro y emigrado como yo en Cataluña, que nos tenía al tanto de las ultimas novedades musicales, de grupos más modernos y rockeros, como los Beatles, los Rollings y otros menos conocidos.
Y de pronto, como despertando de un sueño feliz, me veía angustiado contando los días, las horas y los minutos que nos quedaban y en un soplo, la despedida, los lloros y la vuelta de nuevo a Sevilla, con toda la familia, apesadumbrados e iracundos a coger el Catalán, que nos dejaba otra vez en Barcelona.
Que cortas se hacían las vacaciones y que largo se presentaba el año hasta la vuelta. Cuanta melancolía y tristeza por lo que se acababa y el consejo guasón de mi primo Pedro, para darnos ánimos: “Dormir de prisa para que pase pronto el tiempo y podáis venir de nuevo”.

Tomás Acedo Alberto
Alcalá de los Gazules, Septiembre de 2004

"Estación de Córdoba” en la Plaza de Armas de Sevilla

sábado, 16 de junio de 2007

LA VEREDILLA Y EL LEJÍO. PAISAJE Y PAISANAJE

Con mi afectuoso recuerdo para Alfonso y Tato, que se han marchado hacia el Lejío y nos han dejado a todos con un profundo sentimiento de pérdida.

Manifiesta en su extensa obra nuestro filósofo Ortega y Gasset, así como una notable escuela de psicología, que una parte muy importante de nosotros mismos es fruto de las circunstancias y de nuestras experiencias vitales. De todas esas vivencias y circunstancias que conforman y modelan nuestro carácter también forman parte nuestro lugar de nacimiento, los paisajes, el entorno, su arquitectura, las sensaciones vividas y los olores de nuestra infancia que fijan secuencias de imágenes en la memoria.
Si repasamos los diversos escritos y autobiografías de los muchos emigrados y exiliados de nuestro país, todos reflejan en sus memorias un común denominador en la añoranza y en el recuerdo de España y especialmente en la recreación y en la nostalgia de los lugares donde nacieron y vivieron.
Sublimando el desarraigo en sus países de acogida, evocan en sus relatos un sinfín de personajes, calles, lugares y ambientes comunes y que como Claudio Sánchez-Albornoz expresan su angustia cuando recuerdan su tierra natal: De Ávila vengo y a ella iré un día, vivo o muerto, porque quiero dormir el sueño último junto a una vieja encina, bajo el alto cielo de Castilla. También nuestro Antonio Machado en su última poesía recuerda la Sevilla de su niñez: Estos días azules y este sol de la infancia.
Para muchas amigas y amigos de mi generación, la Veredilla y sus alrededores, testigo de voces, juegos y peleas, representan el recuerdo de una época y de tiempos mágicos de nuestra vida muy arraigados en la memoria.
Campo de batalla y enciclopedia de descubrimientos infantiles, aquel microcosmos lo conformaban pequeñas galaxias, que comprendían la calle de la Salá hasta la fuente del mismo nombre, la Alameda y sus aledaños, la calle de los Pozos hasta el Colegio Juan Armario y hacia el Lejío por el muladar, la zona de chozas hasta el tubo de hierro de abastecimiento de agua y más abajo pasada la carretera, hasta la palmera de gran porte que todavía existe al final del camino.
La Veredilla, diminutivo de vereda, tiene la forma de una gran j de trazos rectos tendida en cuesta y que con el callejón de San Sebastián, enlaza la calle de los Pozos con la calle de la Salá ó Nuestra Señora de los Santos.
A su izquierda y formando una i griega con la Veredilla, se inicia el camino del Lejío con una pequeña pendiente, que a continuación baja suavemente hasta llegar al cruce de la carretera del Picacho y de Paterna y que conecta con el Prao. Aquí y como en toda Andalucía también lo pronunciamos como el Lejío, deformación de El Ejido del latín exitu ó lugar que está a la salida del pueblo, teniendo también una cierta significación con el más allá.
En aquel tiempo, el camino ó más bien vereda hacia el Lejío, se iniciaba con un poyete en la padereta que separa el camino de la Veredilla y un grifo comunitario para dar servicio a las viviendas que no disponían de agua corriente - que eran casi todas -. Aquel grifo y el poyete servían de parada obligatoria como aseo, lavadero y mentidero del barrio y lugar donde nacían y se expandían las noticias más inverosímiles.
A su izquierda y al filo del Muladar crecía una hilera de eucaliptos y acacias del Japón, de los que la chavalería aprovechábamos sus semillas. De los eucaliptos las bolitas que nos servían de proyectiles, escupiéndolas por la boca con ayuda de un canuto de caña como lanzadera y de las flores de las acacias, como chucherías por su agradable sabor dulzón.
A la derecha del camino se asentaban una serie de pequeñas y míseras chozas en las que vivían múltiples vecinos que toreaban diariamente con el hambre. A continuación y estrechando la vereda, hileras de arbustos, zarzas y moreras que terminaban en el cruce de la carretera.
Por ese sendero hacíamos excursiones para coger y comer moras y cazar gusarapos en la charca que se formaba con las pérdidas del tubo de hierro. A veces seguíamos el camino y atravesando la carretera finalizábamos el paseo recogiendo los dátiles ya maduros que se desprendían de la palmera.
El Muladar servía de campo de juegos en el que construíamos chozas con latas, taramas y ramajos. Era un lugar de descubrimiento de los tesoros y objetos más inauditos y orgánicos que la gente tiraba por la pendiente. Desde animales muertos hasta cacerolas, tablas, papeles y trapos. También y ante algunas emergencias servía a los críos y a muchos adultos de aseo comunitario.
Por aquellos lugares y en aquella época de necesidades y carencias, trasegaban continuamente por la zona un sin fin de tratantes, chamarileros, arrieros, cazadores, cosarios y recoveros, gente del campo, vendedores ambulantes, afiladores, tamborileros y trompetistas de la cabra, caballos, mulos, borricos, perros y gatos.
El barrio y sus actores, lo conformaban múltiples vecinos de los que muchos por proximidad ó por relación, se me han quedado más grabados en el recuerdo.
Desde la esquina de la calle de la Salá y hasta la calle de los Pozos, la tienda de comestibles de Maria Alberto y Juan Guerra, Petra Tirado y Juan Rengel, la tienda de Ana Herrera y Francisco Sánchez, Jorge el del correo y Paca Herrera, la Tahona de Pepa Alberto y Diego Acedo, Isabel Romero, Vicenta Mela, Mari Cruz y Obrino, Pepa Acedo, Manuel Castillo el tarabartero, Maria Orellana y su madre Rosalía, Dolores, Manuel Márquez y Maria Muñoz, Isabel La Tronca, Francisca y Anita García, Isabel y Ana Alberto y Ana y Miguel Ardila.
Por la zona del muladar y dando a sus patios traseros, Lucia y Pepa Romero, Pepe Puerto y Antonia Nieto, Isabel Moreno, Luís el Zurdo y el taller de Antonio Hidalgo el tarabartero al que llamábamos familiarmente Toto.
Hacia el Lejío, Juan Rojas y Lola Guerra, Cristobalina La Soldá, Antonia Mora, Marbote, Guachena, Félix y Curra La Gitana, Cristo, Curra y Elvira.
De todos ellos y estratégicamente posicionados en el paisaje, recuerdo a la entrañable Ana Herrera con el soniquete que la caracterizaba, cuando ibas a comprar algo al mostrador de su tienda. Si pedías chocolate, inmediatamente te repetía “chocolatito, chocolatito”, si era azúcar, “azuquita, azuquita” y así sucesivamente.
A Toto el tarabartero solterón empedernido, tímido y amante del Dios Baco que nos instalaba columpios en las acacias del muladar, cerca del huerto de Miguel y que para animarnos al balanceo nos gritaba desde su taburete de trabajo “niños mover el cotrofo”.
A la tahona de Diego Acedo que servía de improvisado merendero para muchos niños de estomago vacío, cuando Pepa Alberto repartía los roscos duros del día anterior que no se habían vendido y los recortes de cortadillo a los que venían pegadas algunas hebras de sidra ó cabello de ángel.
A Vicenta Mela, afectuosa y sacrificada mujer, a su hija Mari Cruz y a su nieto Obrino, otro amante de la media limeta y de los cantes flamencos.
A Maria Orellana en su taller de costura, a la que visitábamos regularmente para ver y charlar con las múltiples aspirantes a costureras.
A Juan Panera paseando su voluminosa humanidad con un canasto de molletes bajo el brazo apoyado en el cuadril y voceando desde muy temprano la mercancía, ofreciéndolos “calentitos, los llevo calentitos”.
A Ramón el latero, ingeniero estañador y reparador de ollas, cacerolas y cacillos, ofreciendo los servicios con su característico y particular voceo, en el que se recreaba y se extendía en cada una de las sílabas.
También La Veredilla y el Lejío tenían olores que se han quedado impregnados en la memoria. Olores a espacio abierto, a naturaleza, a eucalipto, a lavanda, a poleo, a mirto, a biznaga, a hierba luisa, a laurel, a manzanilla y a hierbabuena. También a pan de la tahona, a tocino salado, a aliños de aceituna, a sardinas arenques, a humo de leña, de carbón y de picón, a ropa de pana, a alcanfor, a polvos de talco, a jabón lagarto, a choza y a ese olor característico a humanidad que regala y endosa la pobreza.

Tomás Acedo Alberto
Cádiz a 31 de Enero de 2007

martes, 1 de mayo de 2007

50 Aniversario del Colegio "Juan Armario" (El Parque)

El curso pasado se conmemoró el cincuentenario del Colegio Juan Armario, los actos comenzaron el 20 de Enero, con una conferencia inaugural y el descubrimiento de una placa conmemorativa. Durante el curso escolar se realizaron distintas actividades : Semana del libro y exposición de fotos y documentos "50 años del Juan Armario", encuentros antiguos alumnos y profesores, jornada recreativa - deportiva, Fiesta de Primavera, jornada de Nuevas Tecnología, comida de convivencia, los actos culminaron el 24 de de Junio, con la entrega de la Medalla de Oro de la Ciudad que fue concedida por la Corporación Municipal.
Te ofrecemos fotos antiguas y de los actos conmemorativos.






lunes, 30 de abril de 2007

ALCALÁ DE LOS GAZULES VISTA DESDE EL AIRE


RECORDATORIA

Nos recuerda la Primera Comunión de los primeros 120 niños de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia "El Convento", de Alcalá de los Gazules, el 29 de Mayo de 1.955

sábado, 28 de abril de 2007

Toros en Alcalá





Toros en la Feria de Ganado del 2006

miércoles, 18 de abril de 2007

SEPTIMO VUELO DE CUESTA ARANA: Las Estrellas

Cuando lo del fenómeno de las estrellas en Alcalá, fue, según cuentan, poco antes de la bien llamada guerra civil, cuando la República se asfixiaba ya en las cuestas. Ocurrió, que ya con la noche asentada, todas las estrellas del firmamento enloquecieron y exhalaron, sin rumbo, de un lugar para otro. Corrieron (volaron) todas las estrellas del cielo. Por un momento todas las estrellas fueron fugaces. El pueblo de Alcalá, claro está, se echó a la calle para comentar tan extraordinario y sorprendente espectáculo. La fascinación y el temor de ver aquellos veloces trozos de fuego en el cielo oscuro de la noche quedó impresa en la retina de muchos alcalaínos. Tan extraordinario fenómeno, todavía hoy, está por dilucidar. La ciencia cree que al acabamiento de los cometas, se produce en la bóveda celeste tal reguero de estrellas. Aunque hay otras explicaciones científicas, éste suceso celeste continúa siendo un misterio.
Ver una estrella fugaz solitaria es moneda corriente. La rareza es ver en el cielo todas las estrellas removidas como si fuera una traca final de fuegos de artificios. Desde los tiempos antiguos éste fenómeno, éste espectáculo de la naturaleza era incomprensible, suscitaba en el hombre inquietud, miedo a lo desconocido y, hasta pánico en última instancia. Existía el temor infundado que aquélla lluvia de estrellas iban a desprenderse, como gotas de agua sobre la tierra; que aquello no podía ser más que un castigo divino.
La noche en que corrieron las estrellas en Alcalá dicen que la iglesia se puso de bote en bote. Las gentes abandonaron sus casas; los camperos se echaron a la vereda, pensaron que aquello era ya “la fin er mundo”, como decía Rafael “El Gallo”. Porque hay que ver cuanto miedo verdeaba en el cuerpo, cuando en las consejas, de cada día, en la recacha o en la fresquita o, al pie del fogarín, se engordaban los temores más peregrinos, como en la creencia de quien se fijara en una estrella fugaz al ladito mismo tenía la muerte o, aquello otro de que el día de la cometa ponga la cola mirando para abajo no iba a quedar en la tierra ni un cagachín. Y los chiquillos en las noches cuando veían un astro correr se tapaban los ojos y decían: “Dios la guíe”.
Había en Alcalá un hombre, Manolito Cielo –no hay apodo más bello- que sabía contar, mejor que nadie, las estrellas. Que se levantaba cada día con el rumor encendido de las estrellas de tanto como madrugaba; que campaba con su buena estrella debajo del brazo; que fue capaz de coger las estrellas con la mano –porque él mismo fue mecido por una estrella en la cuna del hambre- Manolito Cielo fue capaz de levantarle la voz a una estrella. Manolito Cielo era perito en estrellas. He oído decir que aquel hombre –todo ciencia infusa; era analfabeto- averiguaba con buen tino la dirección de los vientos, observando la noche anterior, el camino que toman las estrellas, las estrellas corridas. Conocía también, de buena ley, los movimientos de la luna, y su influjo sobre las parturientas, la averiguación del sexo de la criatura en camino consistía en indagar si el parto anterior lo tuvo en cuarto creciente o en cuarto menguante: “Cuarto creciente/diferente; cuarto menguante/semejante”. Era la cábala.
Granó también Manolito Cielo buena fama en la ciencia (para él era un arte) de la meteorología: “Llévate el capote mañana al campo”; predicción certera. Se daba aquél hombre de justa estatura que vivía en la calle Peñuela, enfilando el callejón “la Herrá”, más caletre y maña que nadie en eso de las cabañuelas; se sabía, cada mes, guiándose por el tiempo señalado en los doce primeros días del año, o haciendo cálculos supersticiosos sobre las mutaciones atmosféricas ocurridas en los veinticuatro días del mes de Agosto (del año anterior).
Otras de las habilidades celebradas de Manolito Cielo –siendo iletrado como era- es que se sabía uno por uno todos los santos, mártires y vírgenes del almanaque. “Manolito, ¿de quién es el día hoy? La contestación: “De Santa Rita, abogada de lo imposible”. Y así y así se desgranaba la mazorca de maíz.
Manolito Cielo (padre de Juanito Rarro), en la noche estrellada, atendiendo a la situación de la Osa Mayor y la Osa Menor, era capaz de aproximar la hora del reloj, con un margen de error de escasos minutos.
También tenía el hombre mágico de la calle Peñuela su recetario particular para aventar enfermedades y todo un corolario de supersticiones: “Para la diarrea, cáscara de granada; para el humor de la fiebre, raíz de tomate; si cae una mota en un ojo reza: Santa Lucía/pasa por aquí/quítame ésta penita/que tengo aquí”.
Manolito, “¿Qué hay que hacer para que la tormenta se vaya?”. Muy sencillo: “Hacer una cruz de sal”. Y la tormenta traspone. Así, día a día, se encendía el consultorio ambulante de Manolito Cielo (al que una recuerda, entre la neblina de la memoria de un niño de siete años). Tenía el hombre otra habilidad, menos cósmica, más apegada a la tierra: confeccionaba con papel de seda, flores de todos los colores, gustos y tamaños, que exhibía pinchadas sobre el soporte de una patata. De éste modo se aliviaba de la estrechura de los tiempos. En ese vuelo mágico de la rosa de papel a las estrellitas de plata, no se sabía, a ciencia cierta, si las mujeres de Alcalá se adornaban el pelo con una rosa o con una estrella de Manolito Cielo. Era difícil saberlo.
Pero la obra maestra del padre de Juanito Rarro, fue sin duda, una negra adivinación: cuando corrieron las estrellas en Alcalá. Sólo él fue capaz de vislumbrar el significado de aquel fenómeno: la alegoría en el cielo, la metáfora prolongada de haber sabido intuir, predecir, que aquél endiablado vuelo de las estrellas no era más que un aviso, un signo de los trágicos tiempos que se avecinaban. Manolito, ¿porqué corren las estrellas juntas? Y la negra respuesta: “Porque lo mismito que han corrido ellas en el cielo, así vamos a correr nosotros”. Fue así. No se equivocó. El día 18 de Julio de 1936, los españoles, como ocurriera con las estrellas del cielo, corrieron trágicos con el sabor de la sangre de un lugar para otro sin norte, con el sonido de fondo de la pólvora. Este corrimiento de estrellas, nada fugaces, duró nada más y nada menos que tres años. Todavía viven muchas de aquellas estrellas ¿Quién se lo iba a imaginar, ni tan siquiera por el forro?.
Manolito Cielo profetizó la guerra viendo correr las estrellas.
La sacudida más negra que surgió del empozamiento de su mente. La respuesta –como en la canción de Bob Dylan- no estaba en el viento, sino en las estrellas. Los zagales alcalaínos sobrecogidos por aquel alucinante espectáculo de la fuga de las estrellas, desde aquel verano sangriento en los que se enfrentaron los hunos (con hache) con los otros, ya no se atrevieron jamás a preguntar a los mayores que cuando iban a correr otra vez las estrellas.
De vez en cuando, una estrella solitaria y loca, corre en el firmamento. Pero ya todo el mundo sabe que una estrella sola no hace granero. Seguramente, apernacado, en una de esas estrellas fugaces que siempre veremos exhalar en la noche, cabalgue Manolito Cielo, porque hace mucho tiempo que se fue a vivir con ellas.
Se perdió aquel retrato, se voló una noche de levantera, entre la atmósfera oscura; aunque hubiera querido el fotógrafo –por la rapidez de las estrellas- no le hubiera dado tiempo a apretar el botón de la cámara. Mejor así. Bastantes retratos tenemos de los niños, las mujeres y los hombres corriendo en la guerra.
Manolito Cielo, atareado en la industria de una rosa roja de papel, sobre el fondo, la noche apretada, deja al descubierto una lluvia de estrellas fugaces. Que nadie pregunte su significado.

OCTAVO VUELO. LA LEY.

A las claras del día, al despido del lucero matagañanes, los pájaros no vuelan, sino que cantan y cantan: un orfeón. Pero a medida que va madurando la mañana, poco a poco se van convirtiendo en cantaores del flamenco, es decir, sus trinos se vuelven individualistas. Pero hay otros que apuestan por la ley del silencio: callan y van cada uno a su avío. Y hay pájaros tan espabilados, como el cuco, que roban a pico armado el nido a los demás.
Camachito era un hombre de gorrona estatura, cabeza alba y monda y lironda; ojos clareones; pausado en sus movimientos como la manecilla del reloj, pero marcando bien los tiempos; era serio como sentencia y a los chiquillos –como en el poema del Piyayo- su sola estampa les causaba un respeto imponente. A lo mejor fuera por miedo instintivo –como las ovejas del lobo- que a la menudencia le infundía el fragor del uniforme. Gastaba Camachito uniforme verdoso descolorido, tirando a verdín, a légamo de los ríos, señalados entorchados en la bocamanga, botonadura hasta el cuello y gorra de plato sólo para los momentos de aprieto; más tiempo en la percha que en la testa. Camachito era por obra y gracia, el conserje del Ayuntamiento de Alcalá de los Gazules, rango que debía ser para él –por la galanura con que llevaba el uniforme- como un almirantazgo de la Mar Océana.


Camachito tenía una afición rebosada por los pájaros, por atraparlos y meterlos entre rejas. Era el terror y el diluvio universal de los pájaros. El sumo pontífice en eso de cortarles los vuelos a los pájaros. Camachito era la reencarnación de un pájaro, así que, bien listo se tenían que andar los pájaros. Era el Espasa. Se conocía, como el torero, todas las querencias y los terrenos. Le tenía tomada la medida –como el sastre Morilla- al instinto de toda la pajarería reinante. Allí donde los pájaros se descuidaban, acechaba el peligro, detrás de las retamas, adelfas o tarajes. Para los pájaros la sombra de Camachito era alargada. Tenía el hombre su campo de operaciones preferentemente en los márgenes del río Fraja, en las proximidades del puente romano. Para los alcalaínos era como repetido ver al viejo funcionario del Ayuntamiento en plena naturaleza, trazando por aquí y por allí líneas imaginarias por donde, buen seguro, iban a beber los pájaros y el norte de sus vuelos. En eso de cazar pájaros con redes a Camachito nadie le tiraba sopa con hondas, ni le mojaba la oreja. Era el rey.
Los chiquillos miraban a aquél hombrecillo entre el respeto y la envidia: pues sin andarse por las ramas era capaz de apresar a toda una compañía de pájaros con los oficiales y todo, como el que se tomaba un chato de vino en lo de Arroyo. Mientras que los demás, para pescar un gorrión y medio, tenían que ascender a todas las alturas, bucear entre las copas de los árboles con el peligro de la vida.
El ejemplo de Camachito cundía en el ánimo de los niños, que con artes más modestas, la líria, por ejemplo, actividad que requería una buena porción de aplicación y paciencia hasta ver a la víctima, al pájaro pringado, con las patillas pegadas en una rama, revoloteando, inútilmente, como queriéndole arrancar el último suspiro a la libertad. De todas maneras, por negro que se ponga el sol, hay una suerte peor: los pájaros que caen en las perchas. Un consuelo como otro cualquiera. A ver.
Una ley antigua rezaba a la puerta de los Ayuntamientos: “Los hombres de buen corazón deben proteger la vida de los pájaros y favorecer su propagación”. En la puerta de las escuelas figuraba el siguiente cartelito: “Niños no privéis de la libertad a los pájaros, no los martiricéis y no les destruyáis sus nidos. La ley prohibe que se les cace y se le quiten las crías”. (De cinco a diez pesetas por martirizar a un pájaro en la vía pública). Y termina así la ley: “Los pájaros que se apodere la autoridad, tomándolos a los infractores, serán puestos en libertad”. No cayó nunca esa breva para los pájaros que apresó Camachito. La amnistía nunca llegó para ellos. Y la ley apostilla graciosamente para los amantes de la sonrisa: “Se entienden por pájaros todos los animales de pluma y vuelo”. En la ley no ha lugar para la metáfora, por más que un genio de al lado de Florencia (Leonardo) se empeñara en la vigilia de la razón en convertir a los hombres en pájaros.
Camachito y los niños por extensión, fueron fieles incumplidores de la ley de los pájaros. No dejaron, no quisieron dejar volar al pájaro a lo más alto: lo sometieron al sufrimiento de la compañía en la jaula, aunque fuera de su misma naturaleza; no dejaron que pusieran el pico al aire; no respetaron su color y por último no le dejaron cantar suavemente, que son las cinco condiciones, según San Juan de la Cruz, del pájaro solitario. Se inventó antes el pájaro de la jaula. Antes tuvo el hombre que inventar el fuego que cortar de raíz el vuelo de los pájaros.
A pesar de los pesares, Camachito, el liberticida de los pájaros, es imagen y estampa para la nostalgia, que al fin y al cabo se dice que es la rendición ante la apasionante aventura de la vida. Camachito creía, tenía la fe, que apresando pájaros, creaba dentro de su territorio, enmarcado por la soledad, una ilusión permanente de trinos apagados, vuelos recortados en una libertad de agua y alpiste. El conserje del Ayuntamiento, fiel observador del orden vigente, no vulneraba la ley según su entendimiento y voluntades. Su convencimiento de que el pájaro a cubierto, podía ser así mejor protegido de otros peces gordos con alas que parten el bacalao del aire. Una forma de protección más que de proteccionismo. Una filosofía para la discusión, que duda cabe. Prefirió Camachito la jaula de oro para los pájaros, antes de que se bañaran el plumaje en el azogue del río Fraja, en abierta rivalidad con los niños desnudos y furtivos.
“Solo quien ama vuela”, airea el verso de Miguel Hernández, la memoria de Camachito vuela porque amaba los pájaros. Fue niño eterno que cada día subía y bajaba el árbol empinado de la Salada, a la búsqueda del nido, a bucear entre las copas de los árboles reflejados en el río.
Nadie retrató a Camachito, nadie, acechando el vuelo de los pájaros, a la vera del río, como una estatua de viento soplada por la paciencia. La imagen de un viejo cazador incruento, que prefirió saber más de las soledades del pájaro y escucharlo cantar que verlo volar. Una filosofía, un entendimiento, una interpretación de la vida y sus conjuntos.

NOVENO VUELO. El Azar.

Era la primavera porque las parras bravías del Tardal y las higueras de la Coracha reventaban las yemas, los brotes. Las golondrinas con el barro en el pico. Y los naranjos de la Carretera (El Paseo) canosos de azahar. En fin... todos esos fogonazos líricos que enciende el paisaje cuando la primavera habita en los almanaques. Y el sol, como siempre, poniendo punto de referencia en el tiempo y en el espacio a cada encuadre del paisaje alcalaíno.
Después de unos años, uno, el que esto escribe, resolvió dar un paseo por las veredas de la infancia. Me alisté en el complejo proustiano de ir a la búsqueda del tiempo perdido. Aunque a decir verdad somos nosotros los que sobrevolamos sobre el tiempo y no el tiempo sobre nosotros. Los viejos se tienen bien aprendida la lección: el tiempo no vuela los que volamos somos nosotros. Y uno añadiría: con las alas de los recuerdos y los olvidos. ¿Quién no ha escrito alguna vez su memoria en el aire del paisaje de la eterna infancia? ¿Quién no ha volado a los orígenes sin sentir escalofrío en la nuca? Cada uno –es ley de vida- pintó el paisaje a su manera, aunque bajaran el nido del mismo árbol. Los mismos perros y los mismos gatos. Las mismas devociones y los mismos santos. Los mismos mitos. Viento. Aire. Agua. Y el mismo sonido en la fragua. Y las mismas cunitas de Botones. Un vuelo cada año al son de la cuchara animando la lata: “¿Queréis más? : ¡Pues toma ya!”. Parabapachinpachinpachin... Los chiquillos cada feria –por mor de Botones- se permitían reinar por unos minutos en el aire. Que no era poca magia, por lo oscuro que corneaban los tiempos donde ver a un niño encuero y descalzo y llorando por la calle, no era solo la letra, el tinte melodramático de una petenera.
Cuando uno se acuerda de lo que ha vivido, se abruma el pensamiento, porque la emoción corre más pareja por el campo abierto del sentimiento. Las vivencias caen en cascadas. Sólo el temple machadiano avisa a los mareantes: una cosa es el recuerdo y otra, recordar.
Por pura casualidad, he recogido –en mi pase por el pueblo- dos imágenes al vuelo que vienen a sintetizar todo el significado y todo el significante que nutren la barahúnda de recuerdos que le pellizcan a uno las entrañas. Al fin y al cabo la memoria se parece un “jartón” a la cámara fotográfica, que de vez en cuando se dispara para impresionar la fugacidad de un instante. El azar me vino a deparar éstas dos secuencias que tengo ya pegadas en el álbum aéreo de los vuelos.
Primera secuencia. Lugar: Puerta del Sol. Mañana de Levante. Un chiquillo, pelo lezna y crespo, remolino en la coronilla; melleto, mofletes como las cerezas; retostada la piel. Pantaloncillos color caña y camiseta granza; zapatillas de gamuza de color indefinible por castigo de la intemperie. Lloraba el niño a pierna suelta. Lloraba y lloraba. A lágrima batiente. Sin el consuelo de nadie. Como en los versos de Benítez Carrasco: “Cuando me veas llorando/date media vuelta y déjame/llorar hasta no sé cuando”.
Una ráfaga de viento, de viento inoportuno y “malaje”, le había arrancado al niño, entre sus dedos, el hilo coleante de un globo blanco y transparente como una lágrima imponente. Remontó el cielo el globo. Vio el niño, desesperadamente, como el aire se ponía cada vez más alto, hubiera dado en aquel momento, dos, tres, cuatro años de su corta vida ¿toda una vida? –por ser ave de presa- y haber atrapado al vuelo aquel sueño blanco que el viento le había arrancado de las manos. Aquella nubecílla errante y lustrosa que despaciosamente, se perdía entre la atmósfera. Entre lágrimas de rabia e impotencia, el niño vio partir el último sueño, el más flamante de los sueños; la última memoria, el último recuerdo. No lloraba el niño la pérdida del globo, no, -en la tienda hay más globos- lloraba porque ya no podía ser pájaro. El viento, ese viento que tanto pega en la Plaza Alta, le había arrebatado, -por la fuerza- de las manos la última ilusión. Y no había oro para comprarla. Sabía o intuía el niño que nunca tendría ya la fotografía del globo blanco que venía envuelto –como premio- en un caramelo agridulce. Y el mal viento lo abandonó a su suerte, a la solisombra de la suerte.
Segunda secuencia. Lugar: Parque Municipal (El Jardín). Una niña, pelo pan de oro, cinco golpes de calendario; mirada celeste, piel de espuma; vestido verdegay rameteado con florecillas lilas. Zapatitos albos, algo heridos por la puntera. Estaba contenta la niña. Una sonaja. A cada logro, un alborozo. Aunque parezca raro al angelito le divertía un descubrimiento: la fragilidad de un sueño. Cada pompita de jabón que explotaba en el aire le llenada de irrefrenable contento. La chiquilla rubia provista de un pequeño recipiente de agua jabonosa se dedicaba terne, una y otra vez, a reproducir a través de un anillo de plástico de color naranja pompas y más pompas de jabón. Pompitas desiguales y atornasoladas que trepaban, aire arriba, entre la ribera de sombras de la arboleda del parque. Aquéllas pompitas de jabón que fabricaba la niña rajaban el aire humildes y silenciosas. Cada pompa que estallaba en el aire, eran las cuentas del collar de una memoria perdida. Y la niña venga y venga echar pompas de jabón al vuelo. Pompas de jabón al aire hasta que se acabe el agua. La niña tan feliz porque el aire devoraba la trenza de sus sueños.
No es lo mismo la libertad del globo que se escapa, que la libertad consentida de la pompita de jabón. Moraleja que abre un surco de aire cuando recordamos de cuando una vez le pusimos alas de fuego a la memoria y el viento melancólico y cruel arrebató de nuestras manos los días azules de la infancia.
Llegará el día –si no ha llegado- en que el niño del globo y la niña de las pompitas de jabón echen en el saco del olvido estos volátiles sucesos. La pena y la alegría que reinaron una vez en sus semblantes. El aire es el mismo, son los pájaros los que pasan.
No quiso el azar que aquél día de primavera el fotógrafo pasara por allí. No quiso la casualidad. Aunque solo hubiera retratado el alma pasajera de aquellos dos niños que se asomaron con distinta cuchara al balcón del aire: entre la alegría y la pena. Entre una lágrima gigante y una pompita de jabón.
En la honda transparencia del aire, allí hay que buscar las fotografías perdidas de nuestra memoria.

El tiempo que hará...